“Lanzarote no es mi tierra pero es tierra mía”.
José Saramago (ver post del 6 de septiembre de 2015)
Acabo de cenar en el jardín. La temperatura es ideal. No sé cuánto debe marcar el termómetro, pero con un jersey muy delgado es suficiente para disfrutar de la magia de Lanzarote.
La luz que rompe la oscuridad de la noche me permite distinguir los colores rojo y naranja de las flores que coronan unos arbolitos, y que contrastan con el negro de las piedras volcánicas del jardín. Un jardín característico de esta isla, con plantas austeras y hermosas. Un conjunto con aire de misterio. Como propio de otro planeta. Quizás a momentos inquietante cuando no estás acostumbrado, pero de una belleza extrema y muy relajante. La realidad nocturna mezclada con el recuerdo diurno de los paisajes configura un cuadro de un realismo abstracto.
El silencio se ve interrumpido por el sonido del viento que mueve las palmeras, semejante al ruido de las olas del mar. Entre ráfaga y ráfaga de viento escucho los ladridos de unos perros procedentes de la lejanía…
La fauna es variada. Puedo contar hasta siete arañas colgadas en sus respectivas telarañas, varias salamanquesas y un gato que me visita cada noche atraído por el olor de la comida. Se acerca y se deja acariciar agradecido. Un año más, descanso estival en Lanzarote.
En esta maravillosa tierra volcánica, parece como si el tiempo se detuviera. El espíritu se pacifica. El silencio y la tranquilidad me ayudan a adaptarme a nuevas situaciones vitales…
El viernes pasado abandonó la isla mi hijo menor, después de compartir unos días conmigo. Dentro de otros pocos días volverá a Francia, donde se fue hace un año, a continuar sus estudios. Hacía, pues, un año que no pasaba tantos días seguidos con él. Concluirá sus estudios en Suecia y después… Después veremos si este país nuestro le ofrece posibilidades mejores que las que probablemente tendrá donde estudia…
El hecho de que su hermano mayor se vaya a trabajar a otro continente alejado del nuestro es lo que define y completa esta nueva situación consistente en tener a los hijos viviendo en el extranjero. Como tanta juventud, y no siempre porque les resulte plato de buen gusto.
En este caso no se trata de tener que irse por necesidad. No es uno de esos jóvenes que tienen que irse como quien dice “forzosamente” porque aquí no encuentran trabajo. Tiene trabajo y teóricamente un “buen trabajo”. Ahora bien, lo cierto es que las posibilidades de prosperar y entrever un plan de carrera claro han aparecido antes fuera que aquí…
La paz de Lanzarote me ayuda a terminar de situarme en este nuevo escenario en el que la convivencia con mis hijos será bastante más escasa… Las vacaciones permiten contemplar estas situaciones desde una perspectiva diferente…
Las horas dedicadas a escribir y la lectura marcan claramente mi día a día en Lanzarote.
Aprovecho los ratos de playa para disfrutar de lecturas más o menos livianas, dejando aquellas más exigentes para el atardecer o la noche. Deporte y playa casi completan la descripción de cómo paso el tiempo. No puedo descuidar los ratos que me paso distraído, casi en estado de meditación, contemplando embelesado la peculiar belleza de esta tierra, que entra dentro, hasta lo más profundo de uno mismo y se queda.
Esta contemplación, no cansa. Los mismos paisajes cambian mucho con la luz de los diferentes momentos del día. Ahora el sol es intenso, el viento arrastra una nube que difumina pasajeramente la luz solar, ahora el sol se pone, de repente llega el atardecer… El mar y la tierra adoptan si no todos los colores, sí todas las tonalidades del mundo de los colores que les son propios.
Estas son unas vacaciones intencionadamente solitarias, solo parcialmente compartidas con mi hijo y su novia, y un muy buen amigo que, casualmente, ya hace unos cuantos veranos que visita la isla vecina, Fuerteventura. Si vengo, pues, es porque busco este espacio silencioso y tranquilo, alejado del ruido ensordecedor y creciente propio de eso que no sé si irónica o sarcásticamente llamamos “civilización”.
Hay otra actividad muy importante que no dejaré de realizar: repetir -agradecido de tener esta posibilidad- la visita que hice el año pasado a la casa de José Saramago y a su biblioteca personal que contiene más de 16.000 obras… No me considero mitómano. Creo que no es eso. Cualquiera que haya visitado esa casa puede haber sentido la presencia del gran escritor. Me cuesta poco imaginármelo escribiendo en su despacho contemplando desde su escritorio, a su izquierda, desde el montículo donde vivía, a unos pocos kilómetros, una vista preciosa del Océano Atlántico justo delante del Puerto del Carmen.
El rato que su viuda, Pilar del Río, dedica a menudo a los visitantes, hace más presente al escritor ausente. Su obra ya es inmortal. Ella hace que su figura, si no lo es ya -que probablemente sí- acabe siéndolo. De aquella casa sales con una idea clara -fiel o no- del personaje Saramago, que Pilar mantiene vivo con fuerza, entrega e ilusión.
El año pasado leí “Cuadernos de Lanzarote” de Saramago. Este verano, sin embargo, he decidido repasar a Josep Pla. Pero la primera lectura fue “La femme au carnet rouge” de Antoine Laurain. Una obra refrescante y liviana. A primera vista quizás de apariencia “simple” según cómo. Pero no lo es. Refleja bien la condición humana, las ilusiones, las inquietudes, los riesgos, los cambios para tratar de ser feliz… El hecho de que tenga un trasfondo romántico, dulzón, puede hacer caer en aquello de “¡bah! una historieta rosa”. La estética intelectual o la dificultad para expresar los sentimientos, puede hacer que quien es víctima de ellas se sienta condenado a banalizar lo que es un buen trabajo sobre vivencias cotidianas de hombres y mujeres comunes y corrientes.
Solo quien escribe sabe lo difícil que puede llegar a ser esta práctica en un momento determinado. En ocasiones las ideas, los sentimientos, lo que quieres expresar, brota con una fluidez incluso extrema, desbordante. Si las manos pudieran pulsar el teclado más rápidamente, seguirías escribiendo como si estuvieran directamente conectadas al cerebro o al alma. Pero otras veces… La velocidad del trabajo puede ser un asunto vidrioso que uno vive como puede en la intimidad…
No sé si “La femme au carnet rouge” fue para Laurain un trabajo de esos que te salen de dentro de forma mágica o… La construcción bien elaborada del relato me hace pensar que probablemente debería tener sus momentos de dificultad. En cualquier caso, la historia está bien trabada, es sólida, te hace vivir la trama con interés, suscita emociones, tiene dinamismo, y con capítulos cortísimos que alternan episodios paralelos, atrae y engancha. Los capítulos comienzan “al revés”, por el final, a menudo un final sorprendente que a continuación, leyendo hasta el “final físico” del capítulo acabas comprendiendo. Personalmente valoro mucho el trabajo que hay detrás de esta obra. Laurain escribe y describe muy bien.
Volviendo a la dificultad y el esfuerzo que supone escribir, retomo a Josep Pla, aprovechando que este verano lo tengo “muy al alcance”. Que un autor tan prolífico y de la categoría de Pla, tilde -hay que tener en cuenta su estilo, su lenguaje tan suyo- a los “que escriben con facilidad”, “de oscuros y complicados”, hace pensar que el genio de Palafrugell se debía haber quedado más de una vez, y de dos y de tres, sentado en su escritorio de Llofriu o en alguna de las “casas de huéspedes” del mundo que tan bien describió, con la pluma en la mano y las cuartillas en blanco delante de él esperando ser rellenadas… Josep Pla calificó “el oficio de escribir” como “inhumano” y “sanguinario”…
Yo no sé cómo le fue a Dante con la creación de la “Divina Comedia”, pero en una ocasión refiriéndose a la velocidad o lentitud de un trabajo de creación literaria escribió lo siguiente: “Non vi si sabe quanto sangue cuesta”…
Alguien puede concluir que efectivamente, para escribir, “hay que estar inspirado”. A mí no me gusta hablar de inspiración. Como decía Picasso, “mejor que la inspiración te coja trabajando”. Y es que no hay más. Sospecho que como cualquier actividad en la vida, por condiciones que tenga quien la practica, hay que perseverar. En este caso escribir. A poder ser cada día. Hay que ponerse aunque en un momento dado parezca que no hay nada que decir. Así es como la producción puede volverse torrencial. Incluso incontenible. Pero ni siquiera en este caso afortunado, nada está garantizado. Después, hay que reelaborar, más o menos según el día, todo el material hasta obtener un producto satisfactorio. Así es la aventura de escribir. Una gran aventura, estimulante, maravillosa. Exigente y dura según cómo. Nunca he oído a nadie decir que escribir fuera fácil. Es, sin embargo, fantástico y enriquecedor.
En un pasaje de “La femme au carnet rouge”, Antoine Laurain me sorprendió cuando señaló la diferencia entre escribir -entendiendo por escribir crear, aportar valor añadido literario- y describir, como dando a entender -así me lo pareció al menos- una cierta categorización según la cual escribir es literatura y describir…
No es de extrañar que la distinción -soltada como si nada por Laurain- entre escribir y -añado yo, “meramente”- describir, leída en un “verano Pla”, me haya chocado. No hay literatura sin descripción, ya sea de hechos, de sensaciones, de sentimientos, de inquietudes, de recuerdos oníricos… Será en forma de narrativa o de novela, de poesía, o de obra teatral… Pero la separación me parece artificial.
Bueno, no hay que insistir más y en todo caso la excusa es buena para seguir hablando -con toda modestia y respeto, a pesar de que si leyera esta expresión se echaría unas risas y quizás replicaría con tono “irónico y punzante”- de Josep Pla, gran escritor o si se quiere “descriptor” de inmenso valor añadido literario.
Con su estilo genuino describió de forma rigurosa y fiel a su sociedad en su época. Su obra es ingente y uno se imagina que si hubiera sido inmortal le habría faltado tiempo para escribir todo lo que quería escribir. Su crónica debía ser inacabada por definición.
Pla escribía mucho. Todo lo que le rodeaba era susceptible de ser usado como material para escribir. Gran observador, aprovechaba cualquier hecho, cualquier realidad, para escribir. Una frase cazada al vuelo en una tertulia de café, el olor de un asado, el color del mar en un momento preciso, las sensaciones de un viaje. Cualquier cosa. Y sí, también las sensaciones porque en la literatura de Pla se combina maravillosamente la descripción rigurosísima de la realidad que lo rodea -con un vocabulario rico y peculiar- con la reflexión y también la confesión. Literatura de calidad sin pretensiones intelectuales ni estéticas, fundamentada en una capacidad de observar y describir excepcional.
Leo a Pla porque me gusta, y para aprender y mejorar. Cuando me dispongo a (d)escribir en Lanzarote, imagino a Pla sentado con su boina, socarrón él contemplando esta tierra. Intento imaginármelo escribiendo/describiendo sobre este paisaje, esta gente -los “homenots” de aquí-, la dureza del cultivo de la uva en tierra de viento y de montículos volcánicos, y creo entrever un posible producto delicioso…
Imaginación que no falte. Qué bonito habría sido un encuentro entre Pla y Saramago en Llofriu o en Tias, da igual…. ¿Se imaginan?
Bueno, lo cierto es que quería escribir sobre Lanzarote y en parte lo he hecho, pero en esta isla donde se pierde la noción del tiempo y en la que el viento nunca sabes hacia dónde te lleva, hoy me ha conducido hacia la literatura. Continuará. No sé cómo, ni sobre qué. Pero continuará… Si Dios quiere volveré a sentarme ante el teclado y -no sé con qué grado de dificultad- algo saldrá…
Gràcies Josep Maria
A tú Guillermo!
No conec Lanzarote, però despres de les teves croniques…”ja estoy tardando”
Crec que no pecaré d’excès de subjectivitat si dic que es tracta d’un lloc molt particular, amb una màgia especial…