(La información que aparece en este post se ha obtenido, prácticamente en su totalidad, de experiencias personales, diarios personales, prensa de la época y comentarios de amigos, conocidos y personas encontradas al azar).
Terres de l’Ebre, 29 de diciembre de 2022.
Anteayer empezaba diciendo que el anuncio de que el desenlace, el final de la vida de Pelé, estaba cerca, hacía que me sintiera obligado, por iniciativa propia, a cambiar lo que tenía previsto escribir.
Bueno, acabo de saber que Pelé ha muerto, y no soy capaz de pasarlo por alto. Por tanto, sigo aplazando lo que tenía previsto escribir.
Desde ahora mismo y hasta que la tiranía despótica de la “actualidad”, entierre —nunca mejor dicho—, la noticia de la muerte de Pelé, nos veremos sometidos a un alud de lo que llaman “informaciones”, que puede llegar a cansar incluso a los más sensibles a lo que significa este hecho. Sentiremos cómo de extraño es con ojos de hoy que alguien que nunca jugó en Europa, fuera el mejor futbolista del mundo. Que si se hizo demasiado el “sueco” con la dictadura brasileña, que si no defendió suficientemente la causa de los negros, que si fue un mujeriego, que si fue el primer futbolista-empresa en sí mismo…. Y, por supuesto, todas sus virtudes futbolísticas, hitos, goles, títulos…
Pero lo que más me puede interesar de todo esto, son las manifestaciones derivadas de emociones y sentimientos, provocados por la magia del primer dorsal número 10, mítico.
Mi vínculo emocional con la selección brasileña fue total, y la pieza clave de esta historia fue Pelé. En 1974, en el Mundial de Alemania, se abrió un paréntesis. Mi equipo era los Países Bajos de Cruyff (Pelé jugó su último Mundial en México, en 1970) y lo siguió siendo hasta el 1978. Se jugó el Mundial de Argentina y —a pesar de que Johann no quiso jugarlo por la dictadura de Videla—, yo seguía yendo con Países Bajos. Creo que es importante decir que, en ambos casos, los holandeses perdieron la final con sus anfitriones. Con Alemania y Argentina, respectivamente. En España 82, México 86, Italia 90, Estados Unidos 94, Francia 98, Corea/Japón 2002, mi equipo fue Brasil, que ganó su cuarto Mundial en el 94 y el quinto en el 2002.
Desde 2006, hasta 2022, Messi ha jugado cinco Mundiales con Argentina, y yo habría preferido que los ganara todos. No sé si Leo llegará a jugar un sexto Mundial. Cuando deje de hacerlo, mi equipo volverá a ser Brasil.
Mucho tendrá que hacer Mbappé (o algún desconocido, porque Haaland, por encima de todo, es un goleador, pero no un tótem del fútbol) para que yo sienta que alguien ha superado a Leo Messi como el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos. Es mi opinión.
Si me obligaran a elegir a la fuerza entre Pelé y Cruyff, elegiría a Pelé. Pero el mejor Barça de todos los tiempos y la mejor Masia de todos los tiempos, es obra de Johann. Como lo es el regreso del mejor fútbol mundial a Barcelona con su llegada en 1973, el drem team de la primera Copa de Europa en 1992 y también lo es que Laporta asumiera el riesgo de poner de entrenador del Barça a Pep Guardiola, hoy, probablemente, el mejor entrenador del mundo, pero por aquel entonces con escasa experiencia y proveniente del Barça B.
Todo ello para decir que mi equipo es el Barça y mi selección es Brasil, que solo ha dejado de serlo cuando el sentimiento barcelonista ha imperado con Cruyff y Messi.
El Mundial España 1982 fue muy especial para mí (ver “Recuerdos asociados al fútbol en la muerte de Maradona (1)” del 1 de diciembre de 2020). Fui a ver a todos los partidos de Barcelona. En el Camp Nou y en la Avenida de Sarrià.
En el partido inaugural, en el Camp Nou, la Argentina de un joven Maradona, que acababa de fichar por el Barça, perdió 1-0, sorprendentemente, contra Bélgica. Aquella selección, para mí, era mejor que la Argentina del 78 que ganó la final ante Holanda en el Monumental de Buenos Aires. El centrocampista argentino Ardiles, lo expresó diciendo que mientras en el 78 se “comían el césped” si era necesario, en el 82 no corrían lo suficiente cuando el balón se acababa perdiendo por la banda.
Pero ese partido, para mí estuvo marcado por dos hechos, hasta cierto punto relacionados, que demuestran que querer circunscribir el fútbol exclusivamente al deporte, guste más o menos, no es realista.
La Guerra de las Malvinas estaba a punto de terminar. Las selecciones de ambos países, Argentina e Inglaterra, no se cruzaron en ese Mundial. No me quiero ni imaginar qué habrían dicho los que opinan que el fútbol solo es fútbol, con lo que se hubiera podido generar dentro y fuera del campo. El caso es que poco más de dos meses después de ese partido inaugural, yo tenía que ir a realizar el servicio militar obligatorio. Y pensaba en los jóvenes argentinos que, como yo, —y al contrario que los militares británicos, que eran profesionales— yendo a hacer la mili obligados, se encontraron yendo a una guerra con un material, por otra parte, que una vez visto lo que teníamos nosotros y pensando que probablemente era peor el que tenían los argentinos, ni quería imaginarme la masacre que vivieron.
De hecho, la diferencia de tiempo entre la inauguración del Mundial, el domingo 13 de junio de 1982, y la cruenta batalla final de las Malvinas, calificada de atrocidad, fue de horas. Recuerdo las declaraciones de un soldado argentino de 19 años, en referencia a que, pese a ser de noche, parecía de día por la luminaria constante de las explosiones. Hablaba de mezcla de olor a carnicería con pólvora, en una noche glacial, en el invierno del Atlántico Sur.
Por otro lado, los militantes de la Juventud Nacionalista de Cataluña, metimos en el estadio pancartas con la inscripción “Freedom for Catalonia”, cortadas a pedazos para poder esconderlas envueltas en el cuerpo, debajo de la ropa, sorteando los controles policiales. En el citado post de diciembre de 2020, explicaba:
“Los compañeros Enric Llorach —que entró la pancarta enrollada al cuerpo— y Jordi Oliveras, fueron detenidos y trasladados a la comisaría de Via Laietana. Éramos diferentes grupos, repartidos por el Camp Nou . Los compañeros Toni Rovira, que años más tarde formaría parte de la Junta Directiva de Jan Laporta y uno de los actuales presos políticos, Quim Forn, fueron aporreados en las gradas del estadio por la policía española y detenidos y conducidos a la comisaría de Sants, en la calle Creu Coberta. Abandonamos el estadio para ir a buscar al diputado Jaume Camps, abogado dedicado a resolver este tipo de situaciones y lo acompañamos a la comisaría de Via Laietana. Gracias a su trabajo, los detenidos en Via Laietana, fueron trasladados, en primera instancia a la comisaría de Les Corts i posteriormente liberados la misma noche. Los abogados Magda Oronich y el entonces su marido Marc Palmés, consiguieron que Toni Rovira y Quim Forn, fueran liberados a altas horas de la madrugada. Aunque no le guste a todo el mundo, el fútbol va mucho más allá del deporte y, en muchos países, es inseparable de su historia”.
Lo mejor que podía pasarme a dos meses de ir a la mili, aún dominados por el ambiente del “tejerazo”, era no ser detenido como, por suerte, así fue.
Afortunadamente, desde pocos días después de San Juan hasta el 5 de julio, tenía lugar en Barcelona la segunda fase de grupos del Mundial, en la que se enfrentaron entre sí Brasil, Argentina e Italia, en el antiguo estadio del RCD Espanyol, en la Avenida de Sarrià. De ese grupo debía salir un semifinalista. Increíblemente —o no— en el Camp Nou jugaban Bélgica, la URSS y Polonia, que si bien acabaría siendo cuarta, qué queréis que os diga…
Las calles de Barcelona se llenaron de ciudadanos de estos países y las noches en las Ramblas, dominadas por la samba, cantada, tocada y bailada por miles de brasileños, fueron inolvidables. Los tiffosi, los argentinos y la torcida brasileña, con otros extranjeros y los locales, dejando toda rivalidad aparte, disfrutamos juntos de la fiesta.
Tuve el privilegio de ver todos los partidos de la Argentina de Maradona, perdiendo 1-2 contra Italia y 1-3 contra Brasil.
El día 5 de julio yo cumplía 24 años, pero no me hicieron el regalo que más me habría gustado. Se enfrentaron la mejor selección de ese Mundial, Brasil, con una Italia que había empezado floja, pero que fue creciendo más y más. ¡Tanto que ganó el Mundial! Comparable, hasta cierto punto, con lo que ha vivido Argentina en Qatar.
Dicho sea de paso, aquel mismo día, el día de mi cumpleaños, la selección anfitriona, España -aún no la denominaban “la Roja”- quedó formalmente eliminada. Jugaba contra Inglaterra en el – ¡¿cómo no?!- Santiago Bernabéu, pero antes ya había sido eliminada por Alemania. España, dadas las expectativas generadas, exageradas, hizo el ridículo, quedando clasificada como doceava de veinticuatro selecciones participantes. La peor clasificación de una selección anfitriona, hasta entonces. La prensa de Madrid, llegó a acusar a los jugadores vascos de no haberlo dado todo (!). Hacía dieciséis meses del patético sainete de Tejero y ETA, todavía era ETA. En aquella época se empezó a detectar que la democracia en España acaba, donde empieza “la osadía de cuestionar la (sagrada) int3gridad territorial”. ¿Quién dice que fútbol y política, nada tienen que ver?
Sin embargo, gracias a eso, en Barcelona nos libramos de tener que soportar el juego mediocre de los españoles en el 82, y pudimos gozar con el fútbol de verdad, protagonizado por Argentina, Brasil y -hacia el final- Italia.
El día 5, sin embargo, la que algunos califican de mejor selección de Brasil de la historia (para mí está claro que esta fue la de Pelé de 1970), con el gran Socrates (¡médico, fumador y bebedor que con una altura de 1,92 metros calzaba una bota del 38!), Zico, Falcao, Toninho Cerezo… no pudo con la Italia de Dino Zoff (con 40 años), Gentile, Conti, Tardelli, Graziano, Antognoni y, sobre todo, Paolo Rossi, que con un hat-trick —ya había marcado los dos goles que le hizo Italia a Argentina— superó los goles de Socrates y Falcao. A Brasil le bastaba empatar para pasar a semis. Pero… ¡no!.
Il bambino di oro, Paolo Rossi, renació en ese Mundial. Seleccionado después de haber pasado dos años apartado del fútbol, por el escándalo del “Tottonero” (“quinielas negras”, una trama de falsificación de apuestas), se convirtió en la estrella que eclipsó a Sócrates y Maradona. Rossi, por cierto, moriría quince días después de Maradona, en diciembre de 2020, de un cáncer de pulmón.
El día 5 de julio de 1982, cuando me senté en el campo de la Avenida de Sarrià, iba dispuesto a vivir en vivo y en directo lo que en junio de 1970, a pocos días de cumplir 12 años, viví por televisión. Pero, ni Socrates, ni Zico, ni Falcao, eran Pelé. Quizás sí que, como decían algunos, el conjunto, era comparable al de Pelé y Tostao. Pero el guardameta Valdir Peres, poco acertado en los goles de Rossi, Oscar, Luizinho y Serginho, bajaban ligeramente la media. La emoción era máxima, el partido, igualado y desesperante. El jogo bonito se estrellaba contra el horrible catenaccio de Italia —que en la primera fase no había pasado del empate y se clasificó por marcar un gol más que Camerún— que marcó un gol más que la sensacional canarinha... ¡Hay que tener en cuenta que con un empate tenían suficiente, quizá jugando al catenaccio por un día… Pero aquel equipo solo sabía atacar! ¡Lástima que Pelé hacía cinco años que se había retirado!
Estos son una parte de los recuerdos y sentimientos que me ha despertado la muerte de O Rei. Un brasileño ilustre, un ídolo nacional. Estos días lo veremos, y creo que merece la pena intentar entender lo que veremos. Basta con fijarse en la coordinación que han hecho de su sepelio, con la toma de posesión de Lula de Silva como presidente. Pienso que el sentido de la contraprogramación en caso de coincidencia habría sido claramente desfavorable a Lula, en todos los registros de los distintos tipos de audiencias. Desde las televisivas, hasta la actividad generada en redes sociales, pasando por todo tipo de Media, digitales o no.
Estoy infinitamente agradecido a Pelé por todo lo que aportó al mundo del fútbol, entendido con toda su grandeza, y por lo que hizo vivir al niño de casi 12 años que era yo, cuando lo descubrí, y cuando lo reviví, el día que yo cumplía 24 años, en directo, pese a aparentemente no estar, al menos en el terreno de juego, no sé si quizá en el palco. Descansa en paz, amigo mío, aunque no supieras que lo eras.
Quants bons records del partit Brasil/Italia a Sarrià. Si no em falla la memoria, vaig anar a can perico amb un molt bon amic que era un fan de la selecció canarinha. Jo anava amb Itàlia. Vam veure un partit meravellós, molt emocionant, amb uns jugadors, d‘ambdós equips, d‘una classe i tecnica sublim: 22 professors! Va guanyar Italia pero podia haver guantat qualsevol de les dues seleccions. Recordo que el meu amic, decebut amb el resultat advers que a mes representava l‘eliminació del seu estimat Brasil, em va reconeixer que, malgrat tot, haviem gaudit d‘un espectacle increïble, fascinant… potser encara millor que la futura final.
Aquest molt bon amic, si no em falla la memoria, eres tú, Josep Maria!
Ostres! Que bó Xavier!!! Quines males passades em fa la memòria i quina enveja em fas tu tenint-la tan bona!
Doncs m’alegro molt d’haver compartit aquell partidàs amb un bon amic i amant del futbol com tu! Abraçada
Lo que pasa es que la gente se olvida que era un ser humano y que cometía errores como todos, pero el endiosamiento pues ciega muchas cosas.
Gracias por tu comentario Rosana. La frase “quién esté libre de pecado que tire la primera piedra”, en nuestra sociedad, sirve para aplicarla a los demás, pero no a uno mismo.
Cualquiera -eso se ve, especialmente en los Media y redes sociales- se atreve a destrozar a quien ha hecho algo mal. Nunca hay espacio para la tolerancia al error, para dar segundas oportunidades, para perdonar. Eso solo aplica, en cada caso, para uno mismo.
Estamos creando una sociedad agresiva y sin empatía hacia el prójimo