Hoy es Sant Jordi. Aprovecho un rato para escribir, antes de ir a pasear y visitar paradas de libros y rosas.
El día ha comenzado con un mensaje triste que, en cierto sentido, me ha sumido en una especie de impotencia. El mensaje decía:
“Hola, soy Deborah, la hija mayor de Manuel. Él falleció hoy a las 18h. Mañana le hacemos una despedida de 8h a 11h. En Av. Directorio 5417, Mataderos. Luego vamos al Cementerio de Chacarita“…
Manuel era un chófer de Buenos Aires que siempre me prestaba servicio cuando frecuentaba la capital porteña. Sus antepasados, judíos, llegaron al Río de la Plata desde Rusia. No tenía más relación con él que las conversaciones mantenidas durante los desplazamientos y un par de comidas en días de aquellos que vas de un lado a otro y te paras a comer para continuar. El hombre era alegre y comunicativo y me enseñó muchas cosas que no sabía de Buenos Aires. La sensación es extraña. He contestado dando el pésame a su hija, pero he sentido como si faltara algo… Curioso, conocimiento superficial y un océano de por medio… Pero es como si faltara un apretón de manos, un contacto personal con unos familiares que no conozco, pero que han tenido la atención de comunicarme la pérdida… En este mundo, demasiado a menudo, demasiado frío y progresivamente despersonalizado, esta comunicación transatlántica instantánea con desconocidos, humaniza. Por un instante me reconcilio -transitoriamente y sin que sirva de precedente- con las redes sociales. ¡Descanse en paz!
El sábado pasado un amigo me preguntaba: “¿Cómo lo haces para escribir?”. Le contesté que poniéndome delante de un papel en blanco y comenzando a escribir. Y lo cierto es que falla pocas veces. El tema, en mi caso, no radica en escribir una vez que me pongo a ello. La cuestión está en ponerme. Hay épocas, como la actual, en las que casi evito encontrarme ante una pantalla de ordenador o un papel en blanco… Y tiene que ver con la falta de libertad que nos rodea, nos penetra y nos paraliza o a momentos nos puede hacer reaccionar de forma inadecuada además de estéril.
Al amigo en cuestión, como a mí, le gusta escribir. Me contaba, sin embargo, que le cuesta avanzar una vez comienza. Que escribe un párrafo y lo rehace, lo rehace y lo vuelve a rehacer, sin avanzar demasiado. Yo le expliqué que escribo de un tirón y cuando he terminado -en raras ocasiones un poco antes-, entonces sí, puedo releer lo que he escrito decenas de veces y retocar e intentar mejorarlo. Cuando mejor es -o más me gusta mí- lo que escribo, menos lo retoco. Cuando tengo que reconstruir demasiado y, ya no digo cuando me “paso de frenada” haciendo collage enlazando mal las ideas o hechos, mal vamos…
Lo mejor es cuando la cosa sale “a chorro”, como si los dedos estuvieran directamente conectados a una fuerza interior en una especie de proceso creativo automático. Pero no siempre es así. Cuando las ideas aparentemente dispares están bien atadas, el resultado puede ser bueno. Voy a intentarlo.
Con el amigo del que estoy hablando, su mujer y tres parejas más, hace apenas dos semanas, compartimos un día entrañable, de aquellos en los que se pone de manifiesto de forma emotiva el valor de la amistad.
Fruto de esta jornada, el amigo nos envió un e-mail a todos con una propuesta afectuosa para fortalecer lo que nos une. Aparte de estar muy bien escrito, desprendía sentimientos nobles y loables, expresaba emociones de forma impecable. Con sentimiento y sin sentimentalismo. ¡¡¡Pero si escribes muy bien, Albert!!! ¡Suéltate y ponte!
Por otro lado y volviendo al día de Sant Jordi, alguien me decía que una amiga le había comentado que “ahora todo el mundo escribe libros”. Le dijo que una conocida común también había escrito uno y que incluso estaba firmando ejemplares en una parada. Ves… ¡¿qué quieres?!
Leo una entrevista que le hacen a Josep Ma. Espinàs y algo me llama la atención en relación a lo que trato de explicar. Aparte de decir que intenta vivir el presente (ha cumplido 91 años), explica: “A mí me ha apasionado siempre este territorio en el que tú puedes encontrar algo que no es habitual para la gente. La gente va a la playa. Lo que me gusta relativamente es sentarme en la playa y mirar (…). Soy un chafardero. La literatura de la curiosidad, si quieres llamarlo así”.
Esto me llevaría a hablar del valor literario -para mí elevadísimo- de una descripción detallada. Real, ficticia o mezcla de ambas. ¡¡¡Qué gran maestro en este terreno -y en muchos otros- el gran Josep Pla!!!
Y aborda otro tema que yo también comparto: el de escribir lo que te apetece, lo que te sale, sin pensar si gustará o no al lector. Espinàs dice: “Desde el primer artículo y libro que escribí nunca he tenido presente qué importancia podía tener, si gustaría o no. Me he sentido siempre muy libre y he escrito lo que me ha parecido”. Me parece fantástico.
Este año he participado en un concurso de cuentos que para mí se ha convertido en una fuente de temas a considerar, compartir, describir, escribir o simplemente reír a propósito de los mismos. ¡¡¡Cómo somos los humanos!!! ¡¡¡Hay quien no quiere perder “ni a las canicas”!!!
Lo que escribí no fue exactamente un cuento, escribí lo que me apeteció escribir, un relato (ver el post “De ‘El Tarter’ a ‘La Chascona’ y vuelta” del 9 de abril de 2018), una gran parte del cual era una conversación entre alguien que en ciertas cosas me recordaba extraordinariamente a mí mismo y Pablo Neruda. Forcé mucho la máquina para acabar dándole apariencia de cuento y lo presenté. En ningún momento pensé en el jurado, los lectores, en nadie. Cuando leí los cuentos presentados por los compañeros concursantes, sentí que en todos ellos había una pequeña seña de identidad colectiva, o de estilo compartido o no sé exactamente qué que hacía que el mío lo viera como un producto extraño en medio de aquellos cuentos. Quizás simplemente porque, como he dicho, no era exactamente un cuento y la mayoría de los otros sí. De hecho entre los dos que más me gustaron, uno tenía más de relato “Planiano”, que de cuento. Y como el mío era del 15% de los cuentos escritos en catalán, entre el total de los presentados. Ambos quedaron en buena posición, pero ninguno de ellos -tampoco el mío- resultaron ganadores. “Hicimos podio”, eso sí. Lo que en mi caso me resultó sorprendente por las razones expuestas.
“El día, tapado por la polución y por un mensaje de ultramar, ha comenzado con el peculiar estilo que utiliza Basté -felicidades Jordi- en determinadas ocasiones: Navidad, Sant Jordi, cuando da la noticia de los éxitos de audiencia de RAC1 y de su programa… Confieso que la pequeña dosis de cursilería que suele adornar su monólogo épico, melancólico a veces, entusiasta siempre, recitado de forma desinhibida, me gusta porque me conecta con recuerdos y vivencias de mi infancia…
Salgo a pasear con curiosidad para ver qué éxito han tenido las rosas amarillas. No veo demasiadas comparativamente hablando…
Paradas, paradas y más paradas… Paradas de rosas y gitanas que venden rosas sin parada. Paradas de estudiantes para financiarse el viaje de fin de curso, como había hecho algún hijo mío en algún momento y creo que hice yo mismo… Puestos de libros con los ‘best sellers’ bien visibles, los ya tradicionales libros de políticos, de personajes mediáticos y de famosos en general, escritos normalmente con la ayuda de alguien bien dotado para escribir (algunos, nobles y sinceros como Xavier Trias, mencionan con claridad el coautor del libro. Otros ocultan descaradamente el ‘negro’ de turno).
También algún caradura ‘indocumentado’ que por razones x se ha hecho ‘famosillo’ y vete a saber cómo ha conseguido publicar -en estos casos escribir ya se da por supuesto que no- un libro.
De repente me pregunto si este hecho, la proliferación de libros escritos -o supuestamente escritos- por no escritores, que tan poderosamente me llama la atención, es una novedad. Bueno, ya sé que no. Quiero decir que no sé si la cosa ha ido tan a más que me llama la atención o que simplemente este año me he fijado más…
Paradas de libros infantiles, de segunda mano, de partidos políticos, asociaciones, periódicos… Paradas, paradas y más paradas. Gente, gente y más gente. Masas de gente. Al final de la tarde la Rambla de Catalunya parece el metro de Tokyo en hora punta…
Soy un devorador de libros. Leo mucho y variado. Pero curiosamente por Sant Jordi compro un tipo de libro diferente de los que leo normalmente. De entrada porque la mayoría no son para mí. Y llegar a encontrar un libro que pueda resultar interesante para mis hijos o para mi madre, exige hacer un ejercicio de ‘suplantación’ intelectual, emocional, de intereses, que nunca me ha resultado fácil. ¡Ah! Este año me ha fallado Xavier Bosch. Los dos últimos veranos, sus novelas han sido un complemento de los utensilios de playa que me ha distraído mucho y, a mí que me gusta escribir, me ha enseñado cosas. ¡Ya sé que si según quien se entera de que he leído a Xavier Bosch se rasgará las vestimentas! Pero yo ya me entiendo. Y como -como dice Espinàs- no escribo para los demás…
Compro rosas y sigo caminando…
-Hola. ¿Cómo ha ido la terapia?
-No sé… Esta mujer no me convence.
-¡Ya te dije que era una psicoanalista camuflada! Como a mí me fue tan mal el psicoanálisis, no sé por qué coño me dejé enredar…
-¡¡¡Claro, es que a alguien tan egocéntrico y narcisista como tú, sólo le falta que le metan en el ‘diván’ una o dos horas a la semana a hablar de sí mismo!!!
-¡No sé por qué hacemos terapia! ¡Si todo el mundo está loco! Este mundo está lleno de locos. ¡Al final se ha conseguido el objetivo, y es que más que haber más fuera que dentro, todos andan sueltos por la calle y hacen de electricistas, de gobernantes, de banqueros o están en paro!
-Sí, no sé por qué hacemos terapia… Ahora imagínate que nos curamos. No nos entenderemos con nadie. ¿Cómo lo haríamos? Como si no fuera bastante difícil vivir el día a día en esta selva, como para ‘quitarnos el traje de camuflaje’…”.
¿Qué os ha parecido el collage? ¿Encontráis un hilo conductor?…