Hace pocos días, un alto cargo de la Generalitat se quejaba, a propósito de una afirmación mía en relación a que la cobardía domina demasiado el quehacer político, de que esto no es cierto.
Me reafirmo: yo lo veo así. No digo que todos los políticos, en todas las circunstancias estén faltos de valor. Pero sí que pienso que demasiado a menudo están dominados por el temor. No hacen aquello que deben hacer. No toman decisiones por miedo. El miedo a perder votos, sin darse cuenta de que el desprestigio general de la política es tan grande, que la inquietud debería ser por la abstención. Miedo, demasiado miedo. Miedo a todo. A los sindicatos, a los funcionarios, a los grupos de interés, a los ciudadanos indignados. A todo.
El pasado 21 de mayo, TV3 emitió el documental “Pujol/Catalunya. El Consell de Guerra”. Dejando al margen el acuerdo o desacuerdo que pueda suscitar la figura del President Pujol, él, como tantas otras personas durante la dictadura, fue ejemplo de valentía. En el documental, como ha hecho siempre él, evitó hablar de las torturas padecidas. Por respeto a las muchas personas torturadas anónimas o no tanto, como los dos militantes comunistas que él mismo citaba. Y también por evitar vanagloriarse. Hablaba de “cosas elementales que deben hacerse y que cuesta hacer. Y sobre todo, una vez las has hecho, no es necesario comentar más”.
El sabía que si en su intervención final en el Consejo de Guerra, se retractaba de sus acciones, mostraba arrepentimiento, pedía perdón, la condena sería de seis meses de cárcel. En caso contrario, le caerían siete años de prisión, como sucedió, aunque finalmente se vieran reducidos. Pero Pujol, en el año 1960, en plena dictadura franquista, delante de un tribunal militar, en Consejo de Guerra, dijo:
“Pertenezco a una generación que sube y que va a más, para honra y orgullo de nuestro país. No es una juventud que propiamente sea política. Pero su misma evolución espiritual y mental va llevándola, lógicamente y progresivamente, al terreno político, social y económico; es decir, a todo lo que es y se llama vida pública. En este terreno de la vida pública y de los problemas colectivos, la juventud va adoptando posiciones que no son propias de la situación política actual. No estamos de acuerdo con el actual estado de cosas. Es natural, por ejemplo, que deseemos y pretendamos una mayor justicia social…
Por todo lo dicho, creo que puedo afirmar, aunque tengo escasas y fragmentarias noticias de la calle, ya que prácticamente estos días en su mayoría he estado incomunicado, creo que puedo afirmar, decía, que cuando me siento… nos sentamos, en este banquillo, lo hacen con nosotros, espiritualmente, en el terreno de la actitud, esta juventud a que antes me refería. Y esto es importante para el futuro. Porque si los hechos que motivan nuestra actitud no desaparecen, situaciones como ésta se repetirán porqué responden a una juventud que va a más y que se presenta con un profundo signo de afirmación. La decisión del Consejo de Guerra no resolverá nada. Los problemas arrancan de más hondo…”.
Hay quien opina -confieso que para mi sorpresa, aunque hay que matizar que se trata de gente joven- que “el terror de la crisis actual” es peor que el fascismo de Franco que, por cierto, todavía no ha sido condenado por todos los partidos políticos españoles. No quiero entrar en comparaciones. Si bien queda claro que ante determinadas situaciones, hay que ser valiente. Decidir, a pesar de que el precio a pagar pueda ser alto. Esto hoy no pasa. No hay valor para tomar decisiones que alteren el statu quo.
Tuve la suerte de colaborar con varios Gobiernos de Jordi Pujol. No pretendo decir que entonces todo se afrontara con valentía y ahora no. Existen todavía muchos políticos capaces de abordar con valor “temas tabú”, de tomar decisiones, por difíciles que sean y seguro que todos las tenemos bien presentes. Algunas de ellas marcan la agenda política catalana. En cualquier caso, en términos generales, el sentido del ejercicio del poder -poder democrático, en el sentido más noble del término- era más claro. Y esto a pesar de sindicatos, agentes sociales, corporaciones profesionales, grupos de interés… Y a pesar de los altos funcionarios, que al contrario de lo que sucede ahora con demasiada frecuencia, en última instancia obedecían al poder político. Es lo que podríamos denominar el efecto “Sí, Ministro”, es tan antiguo como la propia administración. Pero en la actualidad, el alto funcionariado impone en exceso el poder derivado de la racionalidad administrativa al poder político. Incluso obviando leyes aprobadas por el Parlament. Lo hacen a base de amenazar y asustar a los decisores políticos con los riesgos administrativos, civiles o penales en los que pueden incurrir. El caso Palau de la Música -el caso Millet- fue utilizado vergonzosamente por altos burócratas de la Generalitat para, aprovechando la necesidad de los políticos de aparecer intachables, propiciar que el Parlament de Catalunya aprobará por unanimidad de todos los grupos parlamentarios medidas que, bajo una pretendida eficacia anticorrupción, en la práctica, además de no mejorar para nada el control, han supuesto y suponen interferencias en la gestión pública eficiente.
El miedo, la falta de valor paralizante, puede terminar comportando que a las actuaciones les falte la dignidad suficiente. Y esto no es menor.
El President Pujol en el documental manifestaba lo siguiente: “Una cosa que tienes que salvar (y esto puede parecer una frase rocambolesca… no sé cómo lo van a interpretar) es el honor. Si te has atrevido en un momento determinado a desafiar a Franco, lo que no puedes hacer al primer empujón es decir: sí señor, sí señor…”.
Y añadía: “La fuerza principal de un recluso, la fuerza principal de un país que esté en situación de sometimiento, es su dignidad. La gente bromea sobre esto, ¿no? Sobre aquello que denominamos el honor”.
Se habla mucho de la necesidad de regenerar la política. Y yo añadiría la necesidad de regenerar las estructuras de poder en general, no únicamente el político. En este momento, recuperar la independencia de determinadas servidumbres, generalmente de grupos de interés económico, es fundamental. Se tiene que ser suficientemente digno y tener suficiente sentido del honor para no eludir responsabilidades y tomar decisiones por difíciles y enojosas que éstas sean.