Siempre he tenido envidia sana de aquellas extrañas personas que, a pesar del “ruido” de la vida cotidiana, consiguen mantenerse conectadas con su esencia, con la dimensión más humana de la persona o, como diría un creyente, con lo que nos trasciende.
Para los que no somos tan virtuosos, el período de vacaciones puede favorecer -o no- esta paz y este reencuentro. De modo que la vuelta de vacaciones puede provocar una cierta sensación de reingreso en aquella especie de “selva” en que desgraciadamente -y con la crisis tal vez más- se ha convertido la vida en las sociedades “modernas”.
En la paz de las vacaciones piensas en cosas, que has pensado cien veces, que muchos otros antes y ahora han pensado y piensan, pero la perspectiva no es la misma. Cosas tan recurrentes, pero importantes, como por ejemplo la preocupación por el mundo que dejaremos a nuestros hijos. Vivimos una época convulsa que hace temer especialmente por el futuro. El presente que vivimos nos hace temer por el futuro de las personas.
El dolor y el sufrimiento de la gente, la incertidumbre, la sensación creciente que de repente todo aquello que hasta ahora hemos dado por bueno ha caducado, que los modelos conocidos son obsoletos, son una realidad que no ayuda a conectar a las personas con su verdadera esencia. Al contrario, contribuye a la degradación y a impulsar a la gente no sólo a sentir que “hay que cambiarlo todo”, sino a caer en la tentación de cargárselo todo.
La rabia, la impotencia, se concentran contra una imagen de los políticos -y cada vez más de los que son percibidos desde el materialismo como “poderosos”- que se asocia de forma generalizada a la corrupción, llegándose a cuestionar el sistema democrático por su obsolescencia.
El caldo de cultivo es ideal para la aparición de movimientos populistas. Las nuevas tecnologías, singularmente Internet -tan tremendamente positivas para una multitud de cosas- se utilizan para replicar viralmente aquello que bajo la apariencia de respuestas innovadoras para luchar contra la injusticia, la corrupción y las desigualdades sociales, potencialmente pueden derivar en nuevas formas de totalitarismo y promoción del pensamiento único. Hace tiempo que no se habla tanto, como hace unos meses, de Beppe Grillo y el “Movimiento 5 estrellas”. El seguimiento de lo que está pasando últimamente a su alrededor es tremendamente preocupante desde la perspectiva de la libertad y el respeto a las personas, no ya las abiertamente contrarias sino simplemente las que son escépticas: masacrar sin miramientos a quien sencillamente discrepa.
Comparto la sensación de que el mundo está cambiando a una velocidad superior a la de la luz y no sabemos hacia dónde se dirige. Lo que nos aparece delante es una realidad desconocida, cada día más extraña, que sustituye a ese mundo que conocimos y que ya no está. No sabemos cómo será el mundo que dejaremos a las generaciones que nos seguirán. Y entiendo que esto pueda dar miedo y que legítimamente se busquen soluciones nuevas y que si la búsqueda se convierte en desesperada se pueda caer en una combinación fatal de relativismo con el “todo vale”.
Ahora bien, el riesgo de que aparezcan “fórmulas mágicas” altamente peligrosas, de una simplicidad sospechosa, globalizadoras, que se presenten como soluciones integrales y que surjan liderazgos iluminados, radicales dispuestos a ponerlas en práctica, nos ha de obligar a mantener la cabeza fría y antes de cuestionar, por ejemplo, el sistema democrático, pensar en mejorarlo con talante constructivo.
En el caso de España el hecho de que la democracia sea un sucedáneo de muy baja calidad no ayuda a valorarla. Ahora mismo la más que probable negativa a que los catalanes nos podamos expresar libremente sobre nuestro futuro colectivo, es un claro ejemplo de pobreza democrática, de restricción de libertades y de obstaculización a la participación política.
En cualquier caso lo que está pasando en España no nos puede llevar a concluir que la democracia no es un modelo adecuado para transitar en este mundo desconocido que ya está aquí. En primer lugar hay que concluir que lo que pareció una transición democrática modélica, hoy no sirve y se debe mejorar. Fraga y Carrillo han muerto y el pánico que provocaba el recuerdo de la Guerra Civil ha desaparecido.
Algunas reacciones actuales hacen pensar en lo que sucedió en el primer tercio del siglo XX. Las dos Guerras Mundiales y la Guerra Civil española, la aparición de personajes como Hitler, Stalin, Mussolini o Franco (parece que el libro “1913. Un año hace cien años” ayuda a entender su génesis), se produjo en un entorno caracterizado precisamente por el populismo y el pensamiento totalitario. Por las soluciones integralmente mágicas. Por los métodos “claros y simples ” de diferenciar el bien y el mal, los buenos de los malos. Y no fue hasta el final de la Segunda Guerra Mundial que estos métodos y soluciones “milagrosas”, no por casualidad, dieron paso al diálogo, al consenso, a la concesión, al pacto y a poder constatar que los métodos simples no eran útiles, que hay muy pocas verdades absolutas -si es que hay alguna- y que, por tanto, no se podían imponer a todos por la fuerza.
Estos días, estos mismos días, ayer, hoy ¡¡¡he vuelto a escuchar voces que han comparado el catalanismo con el nazismo y la República española con la dictadura franquista!!! ¡¡¡Atención!!! Quizás la democracia o ciertos instrumentos determinantes para hacerla posible como la democracia cristiana y la socialdemocracia, pueden parecer reliquias del pasado y seguro que tal cual no sirven. Pero fueron la alternativa al fascismo en todas sus formas, incluido el comunismo. Y más allá de corrientes políticas, hablamos de sistemas de valores y de modelos de sociedad y de civilización.
Personalmente no tengo ni idea de cuáles deben ser las soluciones de futuro, en términos concretos. Pero la sensación de perplejidad y de incertidumbre creciente, no nos pueden llevar a hacer tabula rasa. Se puede, y conviene, analizar, considerar y evaluar todo y mejorar y adaptar el sistema democrático a las exigencias actuales, lo que en el caso del Estado español significa adoptarlo de una vez, plenamente y con convicción.
Yo no sé si la historia se repite o no. Hay opiniones para todos los gustos. Pero pensando en el futuro de nuestros hijos, determinadas actitudes y reacciones que desgraciadamente se insinúan y que hacen pensar en las cosas horribles que pasaron al mundo en el primer tercio del siglo XX, se deberían erradicar.