Otoño nebuloso en Cataluña… El cielo hace días que está claro, pero el ambiente está nublado. Tensión, nervios, caras de preocupación, rabia. Gente indignada, que no descansa bien, que no se encuentra bien.
Con el frío, sin embargo, más de invierno que de otoño, se ha producido una especie de relajación social extraña, tal vez más aparente que real. Seguro que queda rabia y frustración contenidas, pero todo se va reubicando sin que ello quiera decir que nadie, absolutamente nadie, ningún catalán, piense como piense, renuncia a sus ideales, ya sean independentistas o unionistas.
Para mi gusto, el amigo Miquel Puig -al que conozco desde hace 20 años y como los buenos vinos mejora y mejora con el tiempo hasta convertirse en alguien brillante- acierta de lleno en un artículo de hoy en el periódico “Ara”. Entre otras cosas dice:
“Parece claro que antes de las elecciones los presos estarán en casa. Pongámonos en la piel del juez belga que debe decidir sobre la entrega de Puigdemont y sus colegas a la justicia española. El abogado le presenta la carta pública que han firmado un centenar largo de profesores de derecho penal y en la que afirman que es manifiesto que los acusados no han cometido los delitos de sedición y rebelión de que los acusa el fiscal; que es manifiesto que la Audiencia Nacional no es competente para juzgarlos; y que es manifiesto que la aplicación de la prisión preventiva no estaba justificada.
No es necesario que se trate de un juez con vocación de estrella, ni que tenga animadversión al Estado español, ni simpatías por el independentismo. No puede entregar a los perseguidos porque es entregarlos al abuso”.
Lo que dice Miquel Puig -aparte de reforzar los argumentos de quienes desconfían de la independencia del Poder Judicial-, que los presos serán liberados, es algo que una gran parte de la población ha asumido -¡esperemos que no haya decepción al respecto!- y esto contribuye a relajar este ambiente de otoño. Seguro que hay una pequeña parte de unionistas en Cataluña contrarios a esta liberación y que si se produce, lejos de relajarse se indignarán, pero son, estoy seguro, una franca minoría. En Cataluña, a diferencia de España, la mayoría de los que no quieren la independencia, no se sienten cómodos bajo la etiqueta unionista. Están los de “la tercera vía”, los federalistas, todos aquellos que a pesar de no querer la separación entre Cataluña y España, son muy críticos con la actuación de la policía el 1 de octubre, con la de la Justicia y con la aplicación del artículo 155 de la Constitución española. Estos no se entristecerán por la liberación de los presos políticos que, a mi modo de entender, lo son, ya que más allá de formalismos e interpretaciones de la legalidad, han sido encarcelados por su ideología, por lo que piensan. Al contrario, lo vivirán como un elemento favorecedor del diálogo que, confían, les tiene que conducir a una solución tipo “tercera vía”.
Se trata de un segmento de población que ha sufrido mucho esperando una oferta de diálogo por parte del Estado que no ha llegado, y eso a pesar de los esfuerzos hechos, sobre todo por algunos catalanes, pero también por diferentes españoles. El conflicto está vivo y probablemente lo seguirá estando durante bastante tiempo todavía. Una “tercera vía” entre el independentismo y el unionismo anacrónico y nostálgico del franquismo requeriría, para tener alguna posibilidad de éxito, la regeneración previa y en profundidad del Estado español.
Tan claro es esto como que Cataluña nunca será independiente con un 50% de la población a favor de esta opción. Con un 60% o un 70% sí. Por lo tanto, que haya independencia o que no haya, dependerá casi exclusivamente de la capacidad o no de ensanchar esa mayoría.
Sé que algunos amigos que en las últimas semanas eran muy críticos con “la locura” de proclamar -o casi- la República con un 50% escaso de los apoyos y yo les decía que había que llegar hasta el final, se sorprenderán de lo que ahora escribo.
¿Cuál era el sentido de todo lo que se ha hecho? Algunos dicen que se ha hecho el ridículo internacional con resultado de prisión para la mitad del Govern y de exilio (o huida cobarde según quien hable) de la otra mitad. Aparte de poner el país en crisis económica y social.
En cuanto al supuesto impacto económico del proceso, “fuga” -para mí ridícula y patética- de empresas incluida, Miquel Puig lo explica muy bien:
“Los costes de transición antes y después de la independencia quedaron claros en el caso escocés, y son despreciables (…) Existen, pero eran muy, muy pequeños.
Lo que estamos experimentando (en Cataluña y España) no son los costes de transición de una independización, sino las consecuencias de la nefasta gestión del 1-O por parte del gobierno español: la policía ejerciendo violencia pero siendo incapaz de controlar el calle”.
En cuanto al supuesto “ridículo internacional”, de ridículo nada de nada.
Hoy Cataluña es conocida en todo el mundo como entidad por sí misma. No hay ni un solo Media relevante y no tan relevante que no haya hablado del tema. Y si bien no ha habido ni un solo reconocimiento oficial de ningún país del mundo a la independencia de Cataluña (por cierto, ¿se proclamó realmente?), estos países, en especial los que conforman la Unión Europea, han puesto freno a la represión de estado ejercida por España. Y no lo dirán, porque España es un socio de este club de intereses exclusivamente económicos llamado Unión Europea, pero saben perfectamente que el grado de democracia consolidado en España es deficiente. Sabían perfectamente que España es una democracia de baja calidad y la virtud que ha tenido haber conducido las cosas al extremo que las llevó al Govern de la Generalitat y el Parlament de Catalunya ha sido reforzar ad infinitum la nefasta opinión que los europeos tienen de España. Lo sabían, pero ahora el punto al que se ha hecho llegar el proceso catalán se lo ha recordado hasta incomodarlos de forma extrema. Saben que esta España “de siempre”, se la tienen que “comer con patatas”, porque la incluyeron en el club y no se pueden permitir poner en riesgo la economía europea y el Euro siendo tolerantes con la eventual independencia de Cataluña.
Saben que Cataluña supone el 20% del PIB español y que una crisis catalana pondría en riesgo la economía española y de rebote la europea. Europa se podía permitir -y todavía- que se derrumbara Grecia. Pero no se pueden permitir que España implosione.
Atención, en la UE saben perfectamente que desde que gobierna Rajoy con Montoro y De Guindos, la factura de los intereses de la deuda pública española ha pasado de 26.297 millones de euros a 31.283 millones de euros el año pasado, duplicándose desde el inicio de la crisis en 2008. ¡Y no es que su predecesor, Zapatero, fuera el primero de la clase!
Los gobiernos de Rajoy se han gastado casi 170.000 millones de euros en intereses de la deuda pública en menos de 6 años. El endeudamiento de la Administración central que gestionan directamente Rajoy y los suyos, se ha situado en casi un billón de euros, cifra que si se cuenta la deuda de la Seguridad Social, se rebasa, con lo que supone de amenaza al pago de las pensiones a los jubilados. ¡Si algún día las pensiones de jubilación en Cataluña no llegan a cobrarse, no será precisamente por la independencia!
Todo esto en Europa lo saben y por este motivo el principal acreedor del Tesoro español, el Banco Central Europeo, si bien prorrogará la compra de deuda pública española de enero a septiembre de 2018, lo hará reduciendo a la mitad la deuda que compraba, pasando de 60.000 millones de euros a 30.000.
Pero en la UE, del mismo modo que saben esto, saben perfectamente que España está gobernada por el partido político más corrupto de Europa. Saben que la extrema derecha española nostálgica del franquismo, supera la que emerge en Francia, Holanda, Austria, Alemania y otros países, y que está perfectamente integrada dentro del Partido Popular.
En España “el desafío catalán”, les ha servido para distraer al personal del totalitarismo, la corrupción y la mala gestión del Gobierno del Partido Popular. Pero a la UE no la engañan y si bien difícilmente podrían sacarse España de encima -nada más lejos del diseño europeo, por otra parte- ni permitirán que una eventual crisis económica española los arrastre, ni tolerarán actuaciones violentas que en España serían perfectamente imaginables, pero que no resultarían homologables en ninguna democracia occidental.
Por este motivo desde Europa han puesto límites a la represión que el Gobierno del PP pretendía ejercer en Cataluña y se han incomodado con la que finalmente ha ejercido y está ejerciendo, que consideran excesiva. Represión practicada, por cierto, con el visto bueno y la complicidad entusiasta del PSOE, con personajes como Felipe, Guerra, Bono y tantos otros, como Cebrián, tan hooligans como los militantes populares más nostálgicos del franquismo.
Se diga lo que se quiera, el régimen del 78 está agotado y España se tendrá que regenerar. No sé si será capaz de hacerlo. Como no sé, de hecho no creo, que estemos asistiendo a los “últimos coletazos” del totalitarismo español. Pero tarde o temprano se tendrán que, si no regenerar, al menos hacerlo ver como hicieron ver en 1978 que construían una democracia moderna, impecable.
Por todo ello, si el independentismo gana terreno la independencia será solo cuestión de tiempo. Si no rebasa el actual porcentaje (que creemos que es más o menos del 50%, pero que de hecho no lo sabemos, ya que nunca nos hemos podido contar en condiciones, ni podremos hacerlo el 21D por la ambigüedad e indefinición clásicas de los Comunes), si se queda en el punto que está, Cataluña seguirá formando parte de España.
El tiempo jugará a favor de los independentistas si hay capacidad de sustituir las prisas por paciencia y flema. Miquel Puig da argumentos clave en este sentido:
“El Estado acabará perdiendo todos los procesos legales que con tanto entusiasmo ha iniciado en las últimas semanas. Entre otras cosas, las fianzas por el 9-N son desproporcionadas, la violencia del 1-O atentaba contra derechos fundamentales, las acusaciones a los Jordis y a los miembros del Govern no se sostienen y la forma que ha adoptado la aplicación del 155 es inconstitucional. Lo perderá como perdió el cierre del periódico Egunkaria o la inhabilitación de Atutxa: inexorablemente, pero dentro de unos años”.
Y en este “pero dentro de unos años”, en la comprensión de que hay que trabajar varios años en el ensanchamiento de la mayoría social favorable a la independencia, está la clave. Si durante estos años España lograra lo que sinceramente yo desearía y que no es otra cosa que regenerarse y democratizarse definitivamente, no creo que el independentismo catalán avanzara. Pero confío poco en las posibilidades reales de España de tener capacidad de regenerarse. La casta extractiva de matriz castellana que hoy queda bien retratada en el palco del Real Madrid, ostenta el poder en España de forma totalitaria e ininterrumpida desde hace siglos y nada me hace pensar que esto vaya a cambiar pronto.
Vuelvo al artículo de Miquel Puig que a partir de la evidencia de que “el mundo -ahora sí- nos mira” -y eso, amigos críticos con cómo se han hecho las cosas, es así precisamente por eso, por cómo se han hecho las cosas-, señala que:
“A partir de ahora cada elección será un referéndum sobre la independencia (…) Un diputado finlandés que sigue la actualidad catalana ha tuiteado ‘Si los secesionistas catalanes ganan las elecciones, significa que la República se consolida’ (…) Si la mayoría de los catalanes quieren la independencia de una manera sostenida, Cataluña será independiente. Y se sabrá si la quieren elección tras elección”.
Así estamos en Cataluña y en España este otoño. Pero más allá del “monotema” hay vida. Y de hecho los últimos días he estado más pendiente y preocupado por un par de amigos que por la situación político-social. Un amigo español directivo de multinacional y un amigo catalán directivo de una fundación. De hecho quería escribir sobre esto y no sé qué me ha llevado a escribir sobre el proceso. Iba a reflexionar sobre si la forma en que la mayoría de multinacionales tratan a las personas era compatible con ningún concepto de humanismo. Pero la vivencia del amigo directivo de fundación o la del clima político y social no me ha proporcionado evidencias de mucha más capacidad de tratar a las personas como tales en estos otros ámbitos de nuestra sociedad.
A pesar de todo, y por contradictorio que pueda parecer con lo que he escrito en este post, sigo pensando que el ser humano se caracteriza fundamentalmente por la bondad y aspira a vivir en paz, amar y ser amado, aunque a veces parezca lo contrario. Dejémoslo de momento aquí. Ya habrá ocasión de retomar el tema.
Josep Maria,
Crec que tens raó en relació a la paciència necessària sense rebaixar la tensió. El que passa és que molts pensàvem estar vivint un temps especial, el que els grecs anomenaven kairós, “el moment oportú” i ens queda una mica la sensació d’haver-lo deixat passar. El kairós sempre torna, però quan farà la seva propera aparició…? Estarem preparats?