Alcalde, regidores, señoras, señores.
Es para mí un honor y un placer dirigirme a ustedes para rendir homenaje al Hospital del Mar con motivo de su centenario y de la concesión de la Medalla de Oro del Ayuntamiento de Barcelona. Aunque no soy médico, sino escritor y profesor de Humanidades, he tenido una relación muy cercana con la medicina. Primero, cuando era muy joven, porque inicié la carrera, interrumpida. Más tarde, en búsqueda de otros conocimientos, y posteriormente porque he utilizado numerosas metáforas médicas en mis textos a lo largo de mi trayectoria literaria. Siempre he creído que el mundo de la palabra y el mundo del cuerpo tienen historias paralelas y que, si la medicina busca curar lo que los antiguos denominaban la physis, la literatura y la filosofía buscan la curación del espíritu.
No soy médico, pero estoy en condiciones de valorar la ética y la épica de la medicina. Y la historia del Hospital del Mar es, también, una historia de épica y de ética, desde su fundación hasta la actualidad.
También es una historia en la cual la ciudad, Barcelona, y el mar, juegan un papel fundamental. Respecto a este último, podríamos recordar que estamos hablando de un hospital con una situación única, casi adentrado en las aguas del Mediterráneo, rodeado por un barrio que había tenido una fuerte vocación marinera. El mar tiene, creo, un importante poder terapéutico y catártico. Es, para la vista, lo que la música para el oído. Una vez, hace algunos años, conocí a un gran médico y escritor polaco que había organizado la unidad de curas intensivas del Hospital General de Cracovia. Desde el primer momento, incluyó la música entre estas curas. Cuando le dije que el mar sería el complemento visual idóneo, aprobó la idea con entusiasmo. El Hospital del Mar es, y con todas las consecuencias, mar. Y es Barcelona. Aunque en la actualidad está a la espera de nuevos aggiornamenti, propios del siglo XXI, en 1992 se presentó ya, con motivo de los Juegos Olímpicos, como un moderno establecimiento dedicado a la medicina, la cirugía y la investigación. Antes, la crónica se remonta a 1914, fecha de su fundación, un año en que Europa se llenaba de tinieblas y Barcelona conoció un trienio dorado. El Hospital del Mar, nacido como Hospital de Infecciosos, está más cerca de las tinieblas que de lo otro, más próximo a los miserables que a los poderosos. Quiere ser el muro sanitario que ha de defender la ciudad de las epidemias. Esto nos muestra cuál es la primera voluntad del Hospital del Mar y, también, del vínculo con la ciudad.
Este compromiso continúa, aunque ya hace muchos años que no se denomina el Hospital de Infecciosos y que no se circunscribe a combatir epidemias sino que se ha extendido a todas las ramas de la medicina. Y el compromiso continúa gracias al carácter social y comunitario del Hospital, a su voluntad innovadora y a la apuesta por la investigación. La medicina tiene que estar al servicio de la sociedad. No es un trabajo más, no es un negocio ni es solo una profesión. No es una actividad privada. O no debería serlo. Debería ser un servicio y debería ser una pasión porque concierne a uno de los territorios más frágiles y fascinantes de la existencia: aquel donde confluyen el miedo y la esperanza. Si leen o releen los principios de Hipócrates comprobarán hasta qué punto estos términos juegan entre ellos. Ahora ha desaparecido la declaración hipocrática de las salas de espera. Antes nos la encontrábamos habitualmente y, como enfermo, era tranquilizador.
A propósito de las salas de espera, déjenme hacer una reflexión literaria y filosófica. En uno de mis libros indiqué, un poco provocadoramente, que las salas de espera serían los espacios idóneos para hacer representaciones de teatro antiguo y, también, posiblemente del moderno. En ninguna otra parte se concentra tanta quinta esencia del miedo y la esperanza. En ellas se vive la condición humana en estado puro. Hombres, mujeres… sentados o de pie, arriba y abajo. Esperan. ¿Pero qué esperan? En ocasiones noticias más o menos triviales; otras veces noticias que cambiarán para siempre sus vidas. Esperan. Con miedo y con esperanza. Las puertas se abren y se cierran. Para algunos es la rutina; para otros el destino que puede trastocarlo todo. A menudo es la condición humana llevada al límite.
Afortunadamente, junto con el miedo hay esperanza. Si algún hospital -el Hospital del Mar, por ejemplo- se propusiese hacer realidad mi propuesta se podría representar el “Prometo encadenado” de Esquilo, con su escena central, cuando el titán filántropo explica cómo ha alejado a los hombres del sinsentido y del nihilismo. Dice: “Les he dado ciegas esperanzas”. Les he dado fuerzas en medio de la oscuridad para fundar la civilización. El lector de Esquilo se encuentra con la concepción griega de la cultura humana. Surgen la agricultura, la ganadería, la minería, el lenguaje, las matemáticas, la astronomía y… la medicina.
En la sala de espera se representaría el surgimiento de la medicina.
La medicina es, si creemos a Prometeo, hija del miedo y de la esperanza. Hija del dolor que provoca el miedo y de la esperanza de superar, de curar, este dolor. Los griegos utilizaban la misma palabra, elpis, para espera y esperanza. Por ello las salas de espera son, metafóricamente, los pasajes de confluencia entre el enfermo y el médico, entre los dos protagonistas de este relato. El médico no existe sin el enfermo y la medicina tampoco existe sin la tensa dialéctica entre dolor y curación. Como consecuencia, la medicina no puede ser meramente una actividad o un negocio privado. Tiene que estar al servicio de la comunidad, del hombre. Y quien lo ejerce tiene que hacerlo con la pasión por aquello que es humano, dispuesto siempre a reconocer el protagonismo del enfermo.
Junto con la medicina comunitaria, se hace más necesario que nunca reivindicar al médico humanista. ¿Y qué es un médico humanista a principios del siglo XXI? Hace cuatro años tuve la fortuna de escribir un libro de conversaciones con el Dr. Moisès Broggi.
En aquel entonces él tenía 103 años y, como es sabido, una dilatadísima dedicación a la medicina y a la cirugía. Había visto la evolución de la figura del médico y los cambios en la consideración del enfermo. Le preocupaban fundamentalmente dos aspectos: la separación entre especialidad y visión unitaria del cuerpo, por una parte; y por otra, el alejamiento entre enfermo y médico. Creo que un médico humanista en nuestros días es aquel que trata de superar estas dualidades. Durante el Renacimiento la gran conquista fue la unificación entre teoría y práctica. Ya no eran el herrero o el barbero, como en los cuadros de Brueghel o El Bosco, los que operaban, sino que era el médico quien se enfrentaba directamente al cuerpo. El reto hoy en día es leer de nuevo el cuerpo en su integridad con el respaldo de los revolucionarios saberes que proporciona la especialización. La medicina es conocimiento y catarsis, curación para la técnica y curación para la palabra.
Tengo amigos muy apreciados en el Hospital del Mar y sé que, en buena parte, comparten estos criterios. Cien años después de su nacimiento, el propio Hospital es una buena muestra de aquella épica y de aquella ética de las cuales hablaba al principio. Con una historia difícil, dura y gloriosa, el Hospital del Mar se ha ganado el prestigio científico y médico que tiene ahora. También se ha ganado un lugar privilegiado en el corazón de los barceloneses, que ven este recinto del dolor y la esperanza, casi bañado por el mar, un elemento indispensable de su memoria urbana y de su paisaje sentimental.
Muchas gracias al Ayuntamiento de Barcelona por este merecidísimo reconocimiento. Y muchas felicidades a los amigos del Hospital del Mar. El reconocimiento del esfuerzo siempre nos hace más grandes.
2 de febrero de 2015