De las muchas cosas que he escuchado estos días, una de las más recurrentes es si aprenderemos algo de la crisis provocada por el COVID19. Estamos en la fase, en la que parece dominar la idea que “nada será igual después del Coronavirus”. No estoy seguro e imagino que “irá por barrios”.
Algunos amigos míos, no pocos, yo mismo, hemos encontrado aspectos muy positivos en el confinamiento.
Vaya por delante, que de las 5 semanas largas de confinamiento que ya hemos dejado atrás, 3 las he vivido con una gran intensidad de sentimientos, de sensaciones y de emociones, vinculadas a mi trabajo y a las relaciones personales. Yo lo dije (ver Bienvenido al mundo Claudi, 13/abril/2020) han sido días duros, días y días de poco descanso, de dormir muy poco, de estar pegado al teléfono y a no sé cuántos medios audiovisuales, haciendo de todo. Entrevistas en los Media para ayudar a concienciar de lo que pasaba y pasa en las residencias de mayores, intentando hacerlo sin añadir dramatismo, en positivo y sobre todo reconociendo el papel de todos los profesionales implicados en el cuidado de nuestros mayores. De repente había que pasar una tarde tratando de conseguir mascarillas, EPIs, o lo que fuera. Médicos y enfermeras para aquella residencia con un 60% de personal de baja por la infección y la mayoría de abuelos infectados e insuficientemente atendidos. Familias desinformadas sobre los pacientes que tenían ingresados. Tener que explicar cosas tan inimaginables como “mira, entre el personal sanitario que hay de baja y el alud continuo de enfermos que llegan al centro, los pocos médicos que quedan tienen que acabar eligiendo entre atender los enfermos o informar a las familias. Piensa que están duplicando y triplicando turnos…”. Buscar soporte al duelo de amigos que han perdido familiares directos, ayudar a gestionar, en estas circunstancias, todo lo que hay alrededor de la desaparición de una vida de alguien que quieres, … Ha sido un no parar, no parar, no parar, eso sí, muy gratificante. Duro, pero gratificante, por la conexión inesperada con todo tipo de sentimientos humanos que han aflorado y que normalmente no se expresan. Muchos de ellos, preciosos y positivos. Otros duros y despiadados, seguramente fruto de la irritabilidad, la frustración, la impotencia. En cualquier caso, contacto directo con el alma humana, con los Dioses y los diablos que todos llevamos dentro. En resumidas cuentas, tremendamente positivo.
Otro aspecto gratificante, muy emotivo, se ha derivado del contacto constante, estos días tan especiales, con compañeros y colegas. Cuando lo recuerdo, el sentimiento es de orgullo y de reconocimiento hacia todos ellos. Médicos, enfermeras y auxiliares, por supuesto. Pero también gerocultores, personal de funerarias y todo el personal de apoyo, sin el cual, los centros sanitarios no hubieran podido funcionar. Basta con ponerse en la piel de los trabajadores de la limpieza, por ejemplo, para comprender la responsabilidad adicional que les ha recaído, además del riesgo de contagiarse e infectar a sus familiares. Sin duda, este tema, merece capítulo aparte.
A parte de estos efectos positivos, el confinamiento, nos ha permitido, de hecho, nos ha obligado, a descansar del ritmo de vida característico de nuestro tiempo…
Supongo que todo el mundo entenderá que no frivolizo -el sufrimiento y la muerte son lo que son y sería inhumano frivolizar- si digo que no deja de ser paradójico que un “bichito” microscópico, haya puesto en crisis al mundo y, a mi manera de ver, el modelo de sociedad y el estilo de vida predominante. De hecho, no se trata ni siquiera de un “bichito”, porque el COVID19 no es un ser vivo. Es simplemente un RNA, un polímero, una cadena microscópica de nucleótidos. Que esta, perdonad, “birria”, nos haya truncado la manera de vivir y nos amenace con secuelas económicas y de todo tipo, quizás todavía inimaginables, ¿no nos tiene que hacer pensar en cómo nos hemos vuelto los humanos y reflexionar sobre nuestra manera de vivir? ¿El confinamiento no tiene que significar una oportunidad en este sentido?
Los que trabajamos en el ámbito de final de vida y no somos ajenos a la tanatofobia, al tabú que supone la muerte en nuestra sociedad, a las dificultades que tienen muchas personas, que en consonancia con un mundo que nos ha llevado a sublimar nuestra capacidad de control, que nos ha llevado a tener egos desproporcionados, y a luchar científicamente para lograr esperanzas de vida de 200-300 años e incluso -hay publicaciones al respeto- la inmortalidad; para nosotros, esta huida hacia adelante alocada, se ve ridiculizada por esta ínfima cadena de nucleótidos, sin vida.
El confinamiento nos da la gran oportunidad de quitarnos, por un instante, la mascarilla, y confrontarnos con nosotros mismos, poniéndonos ante un espejo que nos refleja lo ridículamente encantados que estamos de “habernos conocido”. “Superhombres” arrogantes y despiadados con el prójimo, la naturaleza y el Planeta, que quizás no aceptamos que este virus, en un santiamén, nos puede llevar a una cama de cuidados intensivos, que de golpe nos podemos encontrar conectados a un respirador y de repente hacer el tránsito de este mundo hacia el más allá, dejando aquí todo “el poder”, la riqueza, los bienes materiales y un montón de cosas inútiles acumuladas afanosa y egoístamente durante años. Eso sí, las generaciones futuras se encontrarán con el resultado de tanta soberbia.
No estoy seguro que los que se resisten a aceptar la insignificancia y la fragilidad del ser humano frente la inmensidad de la naturaleza y el universo, extraigan muchas lecciones positivas de la pandemia… Mucha buena gente, sí que las sacará y quizás, ojalá, seamos, globalmente hablando, un poco mejores.
Los que seguís el blog sabéis que, desde hace tiempo, mi primera residencia se encuentra en el Delta de l’Ebre y la segunda, donde paso 3 días a la semana en Barcelona. Por lo tanto, me he confinado en el Delta y esto me ha permitido vivir con los olivos y los algarrobos que hay alrededor de casa y disfrutar de unas condiciones diferentes de las que hay en la ciudad. Me sabe mal que este hecho, haya irritado a algunas personas que, en lugar de alegrarse que yo pudiera trabajar incansablemente en estas condiciones, me han expresado, incluso con cinismo punzante el malestar que esto les provoca. Una lástima… Pero lo cierto es que hace tiempo que he elegido este lugar para vivir, que esto no es nuevo, que es mi opción y que el confinamiento me ha cogido estando aquí.
La estancia en el Delta, me ha permitido darme cuenta, todavía más, que nuestro confinamiento ha comportado el desconfinamiento de la naturaleza. Hemos agredido y agredimos tanto, tanto y tanto al planeta que cuando nos hemos recluido en casa, la naturaleza ha respirado y según he oído decir a algún experto, ha sorprendido un poco la rapidez con la que, al menos en ciertos aspectos, se ha recuperado. Solo la bajada de los niveles de contaminación en Barcelona y su área metropolitana, de los niveles de contaminación acústica y de producción de residuos – y esto debe haber pasado por fortuna en muchos lugares del planeta, que lo agradecerá- han supuesto un alivio importantísimo. Quiero tener un recuerdo para Claudia y los jóvenes de “Extinction Rebellion”, “Rebelión o extinción”, con los que he disfrutado hablando e interesándome por lo que piensan, por cómo ven el mundo y por cómo nos ven a nosotros, que se lo hemos dejado así de ¡maltrecho! Quería dedicarles un post, pero confieso que no me he sentido legitimado para escribirlo. Aprovecho esta entrada tangencial al tema para dedicarles un recuerdo, si cabe más emocionado, desde el nacimiento de mi nieto Claudi. La visión de aquella criatura indefensa, me ha multiplicado por mucho la mala conciencia colectiva que tenemos que tener los de las generaciones de babyboomers, los artífices, por los hechos y la manera de vivir, de este modelo de sociedad nocivo.
Acabo el post con las palabras que me dirigió un amigo que está viviendo el confinamiento en el barrio de Gracia en Barcelona y, en segundo lugar, las palabras que dirigí a una amiga, en respuesta a su visión, un poco asfixiante, del confinamiento.
El amigo decía:
“Yo echaré de menos el confinamiento el día que se acabe. Esta tranquilidad no tiene precio. Es como unas vacaciones de verano, de hace muchos años atrás, pero en un monasterio budista, que no es budista. Lo echaré de menos…”
Y como he avanzado, acabo con el comentario de una amiga y mi respuesta:
“Estoy en casa, muy desconectada, y tengo una extraña sensación de vivir en un mundo paralelo o estar atrapada en un bucle espacio-temporal, un extrañamiento que a veces me provoca tristeza, otras miedo y otras aburrimiento…”
Y yo le dije:
“Bien es verdad que no tengo ningunas ganas de seguir pasando como hago habitualmente, como mínimo, tres días a la semana en Barcelona. El confinamiento nos ha demostrado a mí y a la mayor parte de mis clientes -excepto uno- que mi trabajo, que es de consultoría, se puede hacer perfectamente teletrabajando. Te aseguro que no he parado de hacerlo, excepto, repito, con quien no ha encontrado la manera de aprovechar mi valor añadido en esta modalidad.
Mi visión es la siguiente. Pienso que no respetamos bastante el mundo en el que vivimos. Ni siquiera, más allá del amor egoísta e individualista hacia uno mismo, hemos sabido apreciar la humanidad como un tesoro lleno de posibilidades maravillosas. La pérdida de valores fundamentales es estremecedora y nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo plagado de trastornos emocionales profundos, que personalmente los califico de patología mental colectiva que, por el hecho de afectar a la gran mayoría, han adquirido carta de normalidad. Desgraciadamente han servido para definir la normalidad. Si nos paramos un segundo y bajamos de este estilo de vida “trepidantemente moderno y guay” – oportunidad que nos proporciona el confinamiento- no tiene que ser difícil darnos cuenta que la forma en la que vivimos nos deshumaniza y nos distancia de lo que es auténtico, de lo que realmente da sentido a la vida, y que está muy alejado de lo que es accesorio y tóxico.
Vivimos en un mundo de locura, estresado, derruido, lleno de humos, de ruidos agresivos para el oído y para el alma, produciendo toneladas de residuos y de porquería material y metafóricamente hablando. No cuidamos lo suficiente de nuestros padres, de nuestros abuelos, de nuestros hijos, de nuestros nietos… Una sociedad que ha dejado morir los mayores como los hemos dejado morir en las residencias estas semanas, sufriendo y abandonados, es una sociedad decrépita. Y a los hijos y a los nietos los queremos mucho, sí. Pero no nos damos cuenta de la herencia que les estamos legando. Y a pesar de todo confío en ellos, en la generación de mi nieto Claudi para arreglar el estropicio que les habremos dejado. Una sociedad individualista, egoísta, consumista, sin piedad por la naturaleza y el planeta.
¿Sabes qué pasa? Que yo ya hace tiempo que vivo autoconfinado, en el Delta de l’Ebre, por decisión propia, mucho antes de la aparición del COVID19 y solo voy a Barcelona cuando el trabajo lo requiere. El confinamiento es pues una opción y no es algo nuevo para mí. Solo echo de menos poder pasear tranquilamente por el pueblo, ir a tomar el aperitivo a la fonda, un lugar con encanto e ir de vez en cuando a comer o a cenar a los restaurantes de la zona, donde me gusta hablar con los camareros que, junto con los de las tiendas donde compro, son prácticamente las únicas personas con las que me relaciono. Mi aislamiento viene de lejos. Imagina lo que significa llegar a este punto cuando, todos sabemos, que el hombre es un ser social. ¿Ser social? Pero ¿Para hacer qué modelo de sociedad? ¿Para practicar qué estilo de vida? En cualquier caso, no el que yo anhelo, Lejos del ‘ruido’ de Barcelona, desde la tranquilidad, pienso que puedo aportar algo más”.
Desde la lucha como profesional de la salud, contra el sufrimiento y la muerte de tanta gente conocida y desconocida, querría ver el COVID19 erradicado o contrarrestado por vacunas y medicamentos. Y si pienso en cómo puede afectar a la economía, a la vida, al bienestar, pues, evidentemente con más razón. Ahora bien, hemos necesitado un Coronavirus para darnos la oportunidad de reflexionar, de mirarnos al espejo y decidir si nos gustamos o nos avergonzamos de nosotros mismos. Ojalá, nos sirva de algo. Personalmente procuraré pasar muchos años confinado en el Delta. Por ahora, la vida rural, me resulta más enriquecedora que la metropolitana. La familia, los buenos amigos y las personas que quiero, hoy en día forman mi mundo. ¡Y que dure! Tengo muy claro que el que circula en dirección contraria soy yo y los años en los que creía que podría cambiar el mundo, quedan lejos. Pero la dirección en la que voy, es en la que quiero ir y solo aspiro a contribuir a la mejora social, a partir de hacer más vivible el pequeño círculo que me rodea.
El COVID19, es indeseable. El confinamiento lo tendríamos que saber aprovechar…
Tant d’acord!
Moltes gràcies Isabel!
Tots els confinaments són diferents com totes les opcions de vida que triem o que ens venen donades són diferents. Però el confinament va ser sobtat, no el vam poder preparar ni triar els llocs o les persones amb qui compartir-lo. Les reaccions emocionals al confinament són diverses davant de la incertesa i el que no coneixem ni podem controlar. La ràbia mal dirigida és una d’elles, es pot entendre però no tenim perquè acceptar-la, el millor per a mi és tallar-la en sec perquè la persona que l’aboca moltes vegades no n’és conscient. Pel que fa al teletreball en el meu sector és complicat, el treball en equip i la suma de sinergies són claus i la relació personal i de contacte és imprescindible, però entenc que en molts sectors hi haurà molts canvis. Moltes gràcies per compartir les teves reflexions i fer-m’hi pensar.
Moltes gràcies Montse. Molta paciència, tolerància i comprensió en aquest món que, massa sovint, els humans el fem complicat. Insisteixo en que en les condicions de confinament que sigui, algunes de les quals poden condicionar reaccions molt difícils i desagradables, s’ha de fer l’esforç per trobar-hi la part positiva, que sempre hi és. En qualsevol cas, l’enveja corca l’ànima de qui la pateix i, com el cinisme dels que volen carregar les seves frustracions alliçonant als altres, són negativitats a intentar ignorar.