Comienzo felicitando al Dr. Jaume Padrós Selma y a sus compañeras y compañeros de Junta, por haber accedido al gobierno del Colegio Oficial de Médicos de Barcelona (COMB). Lejos de hacerlo sólo por la amistad que nos une desde hace muchos años, lo hago porque su manera de entender la profesión me parece la que más puede aportar en la actual crisis de modelo que sufre el sistema sanitario público en Cataluña.
Comparto sus tesis sobre la importancia del liderazgo médico para contribuir a que el modelo sanitario catalán sea sostenible. Los recortes que nos hemos visto obligados a aplicar en el sistema sanitario, hubieran podido terminar en “siniestro total”, sin la inteligencia de los profesionales (y me quiero referir también al personal de enfermería) y al comportamiento ejemplar que han tenido, a pesar de discrepar de la medida en muchos casos.
Estoy de acuerdo con el presidente del COMB en que a los médicos no se les puede pedir más. Algunas listas de espera de patología banal se han alargado controladamente. Pero se diga lo que se diga, como manifiesta el Dr. Padrós, pese a los recortes, ámbitos tan importantes como los de la patología cardiovascular y oncológica, no se han visto afectados. En el caso que conozco bien, el del Parc de Salut MAR de Barcelona, los recortes no han impedido que los tiempos de espera entre la aparición de un primer síntoma, el diagnóstico de cáncer y el tratamiento, se hayan acortado.
Los efectos perjudiciales se notarán más en otros ámbitos. Ya me he referido en varias ocasiones a que en el futuro sufriremos las consecuencias de la falta de inversión en mantenimiento y reposición de equipamiento médico e infraestructuras sanitarias en general, así como en el del nivel retributivo de los médicos. Gracias a ellos, nuestra medicina no tiene nada que envidiar a la que se hace en los EEUU, Canadá o cualquier país de la UE. Los salarios de los médicos sí. El problema viene de tiempo atrás, y la crisis y los recortes lo que han hecho ha sido agravarlo.
La crisis que afecta a la profesión médica en Cataluña es el resultado de una diversidad de factores. No ayuda el cuestionamiento creciente del llamado modelo sanitario catalán. El momento debería ser propicio para que los médicos priorizasen la defensa de este modelo, ya que en definitiva, la posibilidad de recuperar el formar parte de una profesión con todo lo que ello significa, es inseparable del esfuerzo por restablecer los rasgos que situaron el mencionado modelo entre los mejores del mundo. Para obtener las ventajas que proporciona una “profesión”, el modelo óptimo es el de la llamada “burocracia profesional” o el de la “adhocracia”. La falsedad, consistente en asimilar modelo sanitario catalán a privatización, va asociada a una concepción retrógrada de lo público que tiende a la administrativización y a transformar la organización sanitaria en una “burocracia mecánica”. Esto, aparte de ser un ataque al sentido común (un modelo tal vez útil para organizar una sección administrativa de la Generalitat, puede ser inservible para hacer funcionar un centro sanitario), constituye una agresión en toda regla a la profesión médica como tal. (Ver post del 07.07.2013 “Gestionar el sistema sanitario como una burocracia mecánica: un objetivo condenado al fracaso“).
Una profesión, a diferencia de una ocupación, un trabajo o un oficio, se caracteriza por (1) basarse en un cuerpo de conocimientos altamente especializado y diferenciado, por (2) la valoración sociocultural y el reconocimiento de este ámbito de conocimiento superior, por (3) la autonomía profesional que se deriva del buen uso del conocimiento especializado, por (4) la capacidad de defender su exclusividad a la hora de llevar a cabo ciertas tareas y funciones sociales y autorregularse y, relacionado con esto por (5) la capacidad de construir un marco institucional que permita asegurar y replicar su posición privilegiada dentro del mercado y la sociedad.
Las citadas características pueden variar en función de que el ejercicio sea liberal o en el marco de un sistema público y según el contexto histórico y nacional. Pero sin ellas, no se puede hablar de profesión.
No hay duda de que el trabajo de los médicos se fundamenta en un conocimiento muy especializado y específico. También que el contexto social actual influye -y no precisamente para bien- en el ejercicio profesional. Ahora bien, sobre todo la valoración sociocultural y el reconocimiento y quizás el grado de autonomía profesional y la capacidad de autorregularse no parecen adecuarse con lo que se entiende por profesión.
Estamos ante un colectivo en el que predominan los asalariados, la insatisfacción respecto al salario a las condiciones laborales (los médicos trabajan una media de casi 10 horas semanales más que las personas de su clase social), así como la sensación de falta de autonomía profesional. Es una profesión progresivamente feminizada -desgraciadamente sabemos que en nuestra sociedad el acceso a los mejores empleos es todavía en gran parte patrimonio masculino- y con una remarcable precariedad laboral.
El nacimiento del Estado del Bienestar y la intervención del Estado responsabilizándose de la salud de los ciudadanos, fue claramente positiva en la medida que transformó una actividad benéfica en un derecho universal. Que hoy sea necesaria una adaptación y actualización del modelo del bienestar -los valores que lo inspiraron y lo hicieron posible no son los que mayoritariamente utilizamos para vivir hoy en día y esto hay que ajustarlo-, no permite negar su valor, determinante por otra parte para la cohesión social.
Pero esta intervención tuvo consecuencias sobre la autonomía profesional: el ejercicio de la medicina pasó progresivamente a ser controlado por el Estado, lo que en sí mismo, si se hiciera adecuadamente, no debería constituir un problema. Lo es a partir del momento en que la inercia administrativa conduce al predominio del modelo burocrático sobre el profesional (y en el caso del sector privado, la industrialización de la medicina al predominio del modelo mercantil igualmente sobre el profesional). El espacio para la “profesión” disminuye, pasando a ser una ocupación, lo que conlleva una “proletarización” progresiva, además de la citada precariedad laboral. El “ser médico” cede la plaza al “hacer de médico”.
El momento actual no ayuda precisamente a mejorar esta situación. Algunos partidos políticos, algunos sindicatos y grupos antisistema, aprovechando el malestar generado por la crisis, han intentado asociar la corrupción, entre otras, a las características del modelo sanitario catalán. Se ha promovido la confusión malintencionada entre modelos de organización y de gestión empresarial eficientes, con privatización. Y para “salvar el sistema”, se ha promovido un concepto de lo público basado en el peor modelo funcionarial y en sistemas de control para evitar la corrupción, que han sacado el poder de las manos de los políticos para ponerlo en manos de los altos funcionarios públicos. El Gobierno contempla impotente -bajo amenaza de ser tachado de corrupto si osa cuestionar la eficacia de este estéril sistema organizativo y de control- como el intervencionismo administrativo se multiplica, lo que a la vez supone ahogar aún más los valores profesionales.
Desde esta perspectiva, el papel del COMB en defensa de los valores de la profesión supone la puesta en valor del modelo sanitario catalán. Si no se consigue revertir el actual retroceso, asistiremos en breve a la verdadera privatización del sistema ya que ante la quiebra la única puerta que quedará para ir a llamar será la del sector privado que, imponiendo sus condiciones, no dudará en aportar los recursos inexistentes en el sector público.