El respetable señor Serafí Puigtrempat era un hombre como es debido. Moderado, buen marido, buen padre de familia, católico practicante de misa diaria, amigo fiel de sus amigos y catalanista leal a la tradición. Hoy sería sin duda uno de los prohombres de la tercera vía. Según dicen las crónicas su padre fue uno de los fundadores de La Caixa de Pensiones para la Vejez y de Ahorro.
La fidelidad a su esposa, la señora Restitució de la Virtut era cartesianamente idéntica a la que observaba en su relación -más pasional, eso sí-, con Ramoneta Xuclà, su querida. Ramoneta era modista, y Serafí, como no podía ser de otra manera, la había acomodado como Dios manda, en un principal de apariencia discreta y austera pero más lujoso de lo que podría parecer a primera vista. La Moreneta ubicada en una digna capilla, era visible desde la entrada del pisito.
Ramoneta tenía un pequeño taller de costura en los bajos del mismo edificio, cerca del mercado de Galvany. Mercado que a pesar de haberse inaugurado en 1927, fue terminado por el arquitecto Antoni de Falguera -hijo de notario y discípulo de Domènech i Muntaner- en el año 1912. Edificado en un terreno que fue propiedad del conde de Galvany, personaje de mayor rango social que nuestro Serafí -y que por supuesto, Ramoneta-, pero de patrimonio similar al de la esposa de Serafí, Restitució, hecho no del todo ajeno al amor que Serafí profesaba por ella. De hecho, en el fondo, Serafí, que aristotélico practicante consideraba que la virtud se encuentra en el punto medio, encarnaba en su persona esta centralidad redistribuyendo la riqueza de la Sra. Restitució, hacia la más atractiva, aunque menos favorecida económicamente Ramoneta. Era como una especie de prestación social compensatoria, en una época que no había prácticamente mucho más que la beneficencia.
En el mismo año 1912, la familia Sendra, originaria (como mis antepasados paternos) del Penedès, pusieron en marcha una empresa de servicios esenciales, impagables, que con el tiempo se evigència fina como imprescindibles para canalizar adecuadamente las emociones y las pasiones de los habitantes de Barcelona y cercanías: La Casita Blanca. Era tanta su utilidad que hay quien no entiende que esta prestación no se incluyera entre las propias del Estado del bienestar, universalizándola, de este modo, equitativamente.
El Sr. Puigtrempat, ciudadano modélico, pagaba religiosamente todos los impuestos y cargas fiscales, es decir, casi nada si lo comparamos con lo que pagaría hoy en día. Lo hacía más por miedo de lo que le pudiera pasar si intentaba escabullirse, que no por una profunda reflexión sobre cómo esta aportación podía contribuir a aquello que es público. Para él, la solidaridad fiscal, a pesar de ser ejercida por obligación era un acto casi santificador y nunca perdió la esperanza de que llegado el momento, pudiera representar un activo a tener en cuenta por la Divina Providencia el día del Juicio Final. Si viviera ahora no entendería cómo el afán recaudatorio se ensaña con los hombres moderadamente acomodados, nobles y de buena voluntad como él, dejando que los ricachones de verdad paguen menos de lo que pagaría Ramoneta si se hubiera reencarnado en una dependienta de El Corte Inglés.
Serafí, empresario infatigable e ingenioso como pocos, alcanzó unos niveles de sofisticación tecnológica impropios de sus tiempos (lo que hoy se calificaría de I+D), en la concepción, producción y comercialización de maquinas para hacer butifarras. Con motivo de la Exposición Universal de 1937 de París, consiguió mediante un complejo e intricando procedimiento (ahora le llamaríamos networking) que el ayuntamiento de la ciudad de la luz, le concediera un permiso para montar un puesto y poder exhibir sus máquinas. La gente impresionada, no entendía la cantidad de butifarras que salían de aquellos inventos. A Serafí, hombre prudente en muchas parcelas de su vida, no lo frenaba nada cuando se trataba de hacer crecer el negocio. Ni la Guerra Civil impidió que sus máquinas productoras de butifarras llegasen a los territorios más insospechados del mundo. Superó el conflicto bélico deslocalizando su fábrica en Andorra, para volver al barrio del Poble Nou, acabada la guerra y convertido en un estraperlista de primer orden, enriqueciéndose mientras pudo, es decir hasta 1952.
Ingeniero Industrial, tuvo la suerte de poder estudiar en los Jesuitas de la calle Caspe, de Barcelona. Gracias a la compañía de Jesús -y a que en aquella época no había, como hoy, cabezas privilegiadas que excluyeran las humanidades del currículo académico- además de aprender a sumar, restar, multiplicar y dividir, operaciones que serían imprescindibles para poder ser ingeniero y empresario – ¡al fin y al cabo, hacer crecer el negocio no es más que multiplicarlo-; estudió cosas tan aparentemente inútiles como filosofía, historia, literatura e incluso, latín y griego.
Esto le permitió saber de la existencia de Descartes y del racionalismo y, gracias al conocimiento del latín, pudo deducir que esta corriente filosófica derivaba del vocablo ratio, es decir, razón. Pero también aprendió que además del desarrollo en la Europa continental durante los siglos XVII y XVIII, de este sistema de pensamiento que acentúa el papel de la razón en la adquisición del conocimiento -que, de hecho, había aparecido bajo diversas formas desde el principio de la filosofía-; estaba el empirismo que pone en valor el papel de la experiencia y sobre todo el sentido de la percepción abriendo la puerta al mundo de los sentimientos y las pasiones.
Los Jesuitas no fueron un obstáculo, más bien al contrario, para que Serafí, supiera de la existencia de los empiristas ingleses como John Locke, irlandeses como el Obispo Berkeley o escoceses como David Hume, para quienes el ser humano es más emotivo que racional. No en vano, emoción en ingles es emotion, y motion evoca a los motores, a la fuerza motriz. De forma que las emociones nos mueven y nos conmueven de la misma manera que lo hacen los motores con las máquinas como, por ejemplo, la de hacer butifarras de Serafí. Sin saberlo de antemano, mira por donde todo terminaría cuadrando.
Por otro lado, en las clases de religión, los Jesuitas, tomaban medidas orientadas a garantizar el control de las pasiones. Serafí, estudiante aplicado, recordaba, incluso, que ya Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, propugnaban cosas parecidas.
Restitució, que estudió en la escuela del Sagrado Corazón de Sarria, a pesar de que en el caso de las chicas, la religión ocupó mucho más espacio, sobre humanidades también tuvo conocimiento. De hecho, antes que María Teresa Serra, hija de una familia rica de la época, diera la herencia recibida de sus padres a la orden del Sagrado Corazón para que hicieran el colegio, inaugurado en el año 1846, la burguesía barcelonesa acostumbraba a enviar a sus hijas a Francia para que se formaran, porque en Barcelona no tenían un centro femenino de estas características. El caso de Ramoneta era diferente, No sabía a ciencia cierta, de la existencia de Descartes ni de Hume, pero la práctica la había transformado en una empirista sin que necesariamente conociera el término y le sonaba Santo Tomás de Aquino.
Aunque parezca increíble, todo esto no es ajeno al hecho de que Serafí fuera un fiel cliente de La Casita Blanca, situada en la confluencia de las calles Ballester con Avenida de Vallcarca y la calle Bolívar, de Barcelona. Concretamente en la calle Bolivar 2-4, inaugurada en el año 1912 y clausurada con la misma discreción que caracterizó toda su existencia, en 2011. Casi 100 años prestando humilde y discretamente servicio a la ciudad a caballo entre los siglos XX y XXI. Actualmente en este lugar hay un triste parque público donde los jubilados van a tomar el sol y a charlar y algunos a rememorar melancólicamente las gestas realizadas sin necesidad de viagras ni porquerías modernas. Un mural pintado por los artistas Sendys y Kram recuerda que allí, durante estos años hubo un mueblé, por no decir “el mueblé” de Barcelona. De hecho, el decano de los mueblés de España.
El metódico y racional Serafí, durante 53 años se reunió cada miércoles por la tarde con Ramoneta en La Casita Blanca donde tenía reservada la habitación número 12 de las 43 que había en aquel templo de la pasión.
Hoy en día, seguramente, hubieran tenido suficiente con el pisito de Ramoneta en la parte alta de Barcelona, Pero en aquel momento no era cuestión de atentar contra la moral del vecindario, por no hablar de desafiar al cotilleo impenitente de la portera de la casa de Ramoneta, la Sra. Visitación.
En La Casita Blanca el anonimato estaba garantizado y el servicio de un gran nivel de profesionalidad. Era preciso un año de entrenamiento antes de tratar con los distinguidos clientes y no se toleraba el mínimo error. Todo estaba pensado con la máxima discreción y racionalidad al servicio de la pasión desaforada. Era imposible encontrarse con nadie. Incluso la llegada en coche era casi secreta gracias al semáforo de la puerta del garaje y la pertinente ocultación del vehículo. Nadie lo podía ver.
En la mesita de noche -en este caso de noche y de día- de la habitación había tres botones. Un rojo con la letra “C” para avisar al camarero, uno verde con la letra “S” para salir y uno amarillo con la letra “T”, para disponer de un taxi. La decoración concebida por el cuñado del propietario, no era la propia de un burdel. Un conocido cronista de la ciudad de Barcelona la definiría como sugerente “de un ambiente cálido y lujoso, en el que se impone con autoridad la madera noble y el rojo”. La perfección en el método no tenía nada que envidiar a los sofisticados procedimientos de producción de butifarras de la fábrica de Serafí.
Mira por dónde, probablemente de forma inconsciente, en La Casita Blanca Serafí ponía en práctica toda la filosofía que había aprendido en los Jesuitas: en un entorno racional y razonable canalizaba sus emociones y pasiones, incluso, ocasionalmente de forma altamente desinhibida. Y es que en aquel imprescindible mueblé hacia realidad que de la misma forma que corazón y razón, pasión y cerebro, cuerpo y alma cohabitan en el ser humano, el racionalismo del ingeniero -y el de Ramoneta, que también tenía el suyo- y el empirismo de ambos, confluían en la estructura y en el alma de La Casita Blanca.
Puigtrempat recordaba que Spinoza formuló una visión holística de esta complejidad humana, construyendo una ética que era un tratado de teología a la vez que un tratado sobre la naturaleza humana. Partía del principio -que Serafí experimentaba en su propia carne- de que a toda persona lo que la mueve son sus deseos de acuerdo con una ley fundamental, “la ley del conatus”, según la cual todo el mundo tiende a optimizar su bienestar. Nos movemos por la pasión, lo cual no quiere decir que nuestras acciones no sean racionales.
Serafí, hombre pasional canalizaba la búsqueda de una parte esencial de su bienestar de forma racional por medio de La Casita Blanca. Ramoneta, racional también en su organización cotidiana hacía lo mismo. Y Restitució, disfrutaba tanto como podía con Serafí, llegando a unos niveles de amor y de placer envidiables, esforzándose racionalmente por ignorar la existencia de Ramoneta de la cual tuvo consciencia 51 años de los 53 que ambas compartieron civilizadamente con Serafí. Incluso la racionalidad pudo modular adecuadamente las emociones cuando la una y la otra, eso sí, en posiciones diferentes y cada una en el sitio que le tocaba, coincidieron en la Iglesia de la Concepción el día del sepelio del pobre Serafí.
Es obvio imaginar que Ramoneta dejó pasar un tiempo prudencial antes de acercarse hasta el panteón familiar de los Puigtrempat en el cementerio de Montjuic. Una vez en la cima del montículo, delante del panteón, mirando al mar, depositó unas flores con la misma discreción con la que el camarero de La Casita Blanca les llevaba la indispensable botella de “Veuve Clicquot”, cada miércoles por la tarde a la habitación número 12 una vez apretado convenientemente el botón rojo “C” de la mesita de noche.
El racionalismo y el empirismo también estuvieron presentes en el debate que se produjo sobre la expropiación que practicó el Ayuntamiento de Barcelona de La Casita Blanca y la correspondiente contraprestación económica a la ejemplar familia Sendra. ¿Cómo se podía valorar aquel bien? ¿Con la razón? ¿Cuánto costaba el lucro cesante de una actividad financiada en negro? Por otro lado, ¿cuál era el valor real del servicio impagable, necesario, imprescindible, apreciado, de calidad, en definitiva un servicio que tanto contribuía a la pacificación hormonal y del espíritu de sus usuarios? Lehman Brothers, hubiera vuelto a quebrar si hubiera tenido que afrontar un reto de esta magnitud.
Bien, al final el Ayuntamiento de Barcelona pagó 7,5 millones de euros. ¿Os preguntaréis qué pienso sobre la valoración, si me parece mucho o poco? ¿Y vosotros que pensáis? Yo, de momento, no os lo diré…. Pero os daré una pista: las humanidades son imprescindibles para ir por el mundo bien fornido. ¡Y para saber contar ponderadamente!
Josep Maria,
He gaudit llegint. Un moment de plaer digne, mutatis mutandis, d’una apassionant estada a la “Casita Blanca”. Durant la lectura, assaboria l’harmònica barreja literària de filosofia, descripció històrica, ètica contextualitzada … L’afirmació final, inesperada, tot i ser absolutament coherent amb el que esdevé un escrit il•lustratiu que prepara, a mena de conclusió, la tesi final.
Per a un professor “de lletres” com jo es com predicar a un convertit. Quin plaer, però, de llegir-ho tan magníficament exemplificat. La teva tesi s’adreça a la raó. Abans, però, has fet vibrar el cor que, com deia Pascal, també té les seves raons. Un cop més has lligat el fons i la forma, el debat filosòfic que exposes i el mitjà per comunicar-lo.
Divertit i erudit. Em recorda l’episodi “la nostra és més bonica” reflex paradigmàtic del nostre “seny”….
Hola Josep Maria, acabo de llegir la teva crònica ara mateix,l’ he trobada molt divertida i sobretot m’ha agradat la fina ironia que destill·la.Com dirien els auditors , l’escrit reflecteix fidelment tota una època.Tot i això, el que potser m’ha sorprès més, com a enginyer, és com acabes plantejant una qüestió gairebé trascendent com és la valoracioó d’un meuble.
Que no et sorprengui que si un professor d’economia llegeixi l’article, aquest acabi sent estudiat a alguna escola de negocis de renom internacional com “el Caso: La valoración de la casita blanca”.
De tota manera aprofito per dir-te que encara és més sorprenent el que m’està passant: mai no hauria pensat que llegiria un llibre sobre la sanitat catalana,…i que m’ho passaria bé! I ja estic acabant, formidable.Ja parlarem!.felicitats!