“Nada te turbe, nada te espante todo se pasa (…)”
Santa Teresa de Jesús
Introducción
En un mundo dominado por la aceleración y donde la prisa se ha convertido en norma, recuperar el sentido profundo del tiempo es una necesidad indispensable para comprender el sentido de la vida. Este dietario explora la paradoja entre la naturaleza humana llena de errores y contradicciones y la posibilidad de vivir con un propósito noble y auténtico, es decir, simplemente, la posibilidad de vivir. En este recorrido, el tiempo deja de ser un enemigo para convertirse en nuestro tesoro más preciado, y la lentitud, incluso la inactividad, a menudo menospreciadas, emergen como valor fundamental para la humanidad.
La física, la filosofía, la poesía, la prosa poética…, permiten navegar por el misterio del tiempo, desde perspectivas y sensibilidades muy diferentes. Dejo de lado la física y la poesía, lo que no debe llevar a concluir que las líneas que seguirán alcancen ningún gran nivel filosófico, ni de prosa poética. Ofrezco, humildemente, algunas reflexiones.
El tiempo y la medida de la vida 
El tiempo. El gran misterio. El límite de todo. Es el escenario donde transcurre la vida, pero nadie puede retenerlo. Quizás por eso el tiempo es el bien más preciado, por encima del dinero y las posesiones. Lo es, al menos, cuando tomamos conciencia de que vivir es una posibilidad efímera. Un día (¿hay que recordarlo? ¡Parece que sí!) dejaremos de ser. Y no sabemos cuál será ese día. Justamente porque no sabemos cuánto tiempo nos queda, deberíamos aprender a medir la vida, cada uno la suya, no con relojes ni calendarios, sino con una pregunta esencial: ¿tiene sentido cómo vivimos, la manera que tenemos de emplear el tiempo que nos ha sido donado?
Más allá de incertidumbres, engaños y autoengaños, habría que interiorizar que el tiempo es un regalo precioso, limitado e irreversible. A medida que pasa, no lo podemos recuperar. La infancia no retorna. Tampoco la adolescencia, ni la juventud. Y la madurez avanza, inexorable, hacia la vejez y la muerte, cerrando el círculo. En esta certeza implacable, nada tiene valor si no es vivido con conciencia y respeto.
Kierkegaard nos recuerda que la vida solo tiene lugar en el presente, el único tiempo que realmente poseemos. Podemos mirar atrás para comprender y mirar adelante para decidir. Para Kierkegaard, el presente es el instante como lugar de decisión existencial. Y es en este instante —pequeño, fugaz, pero radicalmente vivo— sucede todo. Abrazar el ahora, vivirlo plenamente, puede convertirse en una experiencia real y transformadora. En un instante cabe toda la eternidad.
Así entendido, la proposición de Kierkegaard se convierte en una forma de resistencia. En un mundo programado para producir y consumir sin pausa —un mundo gobernado por una forma de capitalismo que, a pesar de haber tenido virtudes importantes en el pasado, ha degenerado de manera irreversible en un sistema que agota a las personas y al planeta— detenerse no es una huida, sino una insumisión lúcida.
La lentitud, y aún más la inactividad —entendiéndola no como desconexión o apatía, sino como una renuncia voluntaria a formar parte de esta lógica que esclaviza— pueden ser actos radicales de libertad interior. No hacer nada, más allá de lo imprescindible para garantizar el sustento mínimo para existir con dignidad, es una manera de habitar el mundo sin ponerse al servicio de una maquinaria que solo nos quiere útiles, rentables, agotados y deshumanizados.
Porque esta máquina que alimenta al diablo, no solo nos roba el tiempo. Nos roba también la posibilidad de preguntarnos por el sentido de todo. Nos niega el silencio y la pausa necesarios para pensar qué propósito queremos dar a nuestra existencia, para imaginar una vida con sentido, no solo con objetivos instrumentales. Y aunque esto pueda generarnos inquietud, incluso miedo —al vacío, a la soledad, al vértigo de decidir por nosotros mismos—, es precisamente ahí donde comienza la libertad.
Por eso la inactividad —entendida como resistencia, como afirmación del ser por encima del hacer— no es una ausencia de vida, sino su reivindicación más profunda. Es espacio para la contemplación, para la palabra no dicha, para escucharnos. Es dejar que el tiempo se despliegue sin urgencia. Y quizás sea así y solo así, la manera en que podemos recuperar la dimensión humana de nuestro paso por el mundo, y silenciar el ruido que nos aliena y nos aleja de nosotros mismos.
En esta tensión entre la inquietud y la libertad es donde se forja la dignidad.
Mañana ya no estarás: ¿qué harás hoy?
Nada en el hombre es permanente. Ni siquiera la conciencia de lo que es esencial. Puedes comprender que el tiempo es vida, puedes intuir su profundidad filosófica o el horizonte espiritual… e igualmente acabar atrapado en la banalidad más trivial al cabo de pocas horas.
Hacía justo un día que había escrito sobre la importancia de no vivir distraídos ni sometidos al tiempo-máquina, cuando me encontré —ya de buena mañana— inmerso en una jornada absurda: gestiones administrativas, requerimientos reiterados de datos, trámites digitales que no funcionaban, tiempos de espera sin sentido y plataformas que te hacen dar vueltas hasta el paroxismo. Todo ello aderezado con el sonido de fondo de una radio que, como un metrónomo del caos, escupía noticias de bombardeos, muertos en el Mediterráneo y el último escándalo político. La tragedia universal resonaba como un fondo neutro entre la burocracia local y la impotencia individual.
Me despierto inquieto y no tardo en coger el teléfono: MOVISTAR ha hecho cuatro cargos desorbitados en mi cuenta que no sé a qué corresponden. Ni lo podré saber. Me han explicado que estoy en una base de datos antigua y me tienen que “migrar” a otra nueva. El cambio lo tienen que hacer ellos y no lo hacen sin justificar por qué. Mientras tanto, no tengo acceso a facturas ni contratos, ni puedo cambiar de modalidad de contrato hacia uno más ventajoso que ellos mismos me dicen que existe. Han decidido que debo permaneen una tierra de nadie, en un planeta “entrebasesdedatos”.
A eso se suman problemas con Amazon, con Correos Express, con AGBAR (antes SOREA, ambas diferentes de Aguas de Barcelona. Averiguar a qué puerta había que llamar ha supuesto largos ratos de escucha de música “de ascensor”).
Entre gestión y gestión, escucho en la radio que si Trump amenaza a Putin, que los aranceles impuestos a los productores de vino y cava ahora suben y ahora no. Cerdán reclama al PSOE que pague su defensa jurídica y este se niega a hacerlo —“¡¿por quién nos han tomado?!”—. Ucrania, Israel, Hamas, el serial diario de cercanías…
Mientras tanto, el camino que lleva desde el centro de El Perelló a casa es cada día más impracticable. El Ayuntamiento promete “tapar los baches”, pero no lo hace. Ni resuelve los problemas con el servicio de recogida de basuras, ni cambia la farola que estropea el camión de la basura, las pocas veces que pasa. Las obras para renovar las conducciones de agua, iniciadas el pasado enero, que debían durar dos meses, aún no han terminado. Y, por si fuera poco, la empresa adjudicataria, a pesar de incumplir lo previsto en los pliegos de licitación, poner en riesgo la salud de los trabajadores —de las empresas subcontratadas de las subcontratadas, de las subcontratadas— y la seguridad vial, ha ganado otro concurso público para hacer otra obra en el pueblo. Está claro que saben presentar ofertas. Como lo está su incompetencia, frivolidad y negligencia.
La Generalitat, el ICAEN, continúa solicitando requisitos y más requisitos, a añadir a la ingente cantidad de documentación ya entregada, para conseguir subvenciones para coches eléctricos, cargadores para estos vehículos e instalaciones fotovoltaicas. Comparo la militancia ecologista que hace falta para todo esto —y para encontrar cargadores para coches eléctricos por el país. Un acto que te puede hacer sentir heroico y/o estúpido— con los discursos de los políticos que, campeones como son de la lucha contra el calentamiento global, se llenan la boca con las renovables y la descarbonización. ¿Sigo? No hace falta: esta noes la forma que elegiríamos para pasar el último día de nuestra vida.
Como decía Hannah Arendt:
“Si todo el mundo te miente constantemente, la consecuencia no es que acabes creyendo las mentiras, sino que ya no crees en nada (…) Y un pueblo que ya no puede creer en nada, no puede formarse una opinión. Se le priva no solo de la capacidad de actuar, sino también de la capacidad de pensar y de juzgar. Y con un pueblo así, puedes hacer lo que quieras.”
Debemos aceptarnos con nuestras contradicciones, pero a la vez tener claro que, al final, nada de lo que he descrito o similar altere nuestra paz, depende de nosotros. No siempre lo lograremos, pero ignorar más a menudo a quienes no nos ayudan a alcanzar nuestro propósito vital, es más fácilmente alcanzable de lo que puede parecer. No hace falta regalarles el bien más preciado que tenemos: el tiempo.
Y mientras el día se escurre entre pequeñas o grandes miserias y flota de nuevo la desproporción entre lo esencial y lo accesorio, voy retornando a mi centro. El caos al que hoy he sucumbido, no es solo cansancio o frustración. Es un síntoma, una señal benévola del Universo.
Afortunadamente cuando has podido disfrutar del silencio, de la lentitud, aproximarte a la atención pura, sabes qué es vivir con propósito. Y cuando te vuelves a ver atrapado en la red de obligaciones absurdas, en la selva burocrática, en el teatro grotesco de instituciones y corporaciones que se alimentan de tu cansancio; entonces comprendes que el problema en el fondo banal, funcional, invade la dimensión espiritual.
Porque malgastar el tiempo, además de no permitirte hacer nada útil, es perderse a uno mismo. Es permitir que tu ser —que anhelaba quietud, sentido, presencia— ceda frente a un sistema programado para disolverte. Y lo más grave es que este hecho, lejos de provocar escándalo, conduce a la resignación. Nos hemos acostumbrado al absurdo como quien se resigna al mal tiempo. Pero no es meteorología, es destrucción moral.
La buena noticia es que nunca es tarde para decir basta. Puedes decidir no sacrificar tu tiempo —que es vida— a los diablos de este sistema: ni a las multinacionales, ni a las administraciones negligentes, ni a los políticos sin visión, ni a los algoritmos que te imponen la urgencia como estilo de vida. Y es en este volver a empezar, cada vez más lúcidos, más resistentes, más despiertos, que late la dignidad. Y la libertad. La auténtica desobediencia no es gritar más fuerte, sino dejar de correr hacia donde te empujan. Es sentarte, respirar, escucharte, y restablecer el orden interior.
Apéndice literario
Termino reproduciendo unos escritos de José Saramago, recogidos en el maravilloso libro de su viuda, Pilar del Río, La intuición de la Isla. Los días de José Saramago en Lanzarote:
“La paradoja de la existencia humana estriba en que cada día se muere un poco más, pero ese día es también una herencia de vida legada al futuro, que el futuro, amplio o breve, deberá hacer fecundo (…) Soy consciente de que, por sí sola, la Fundación José Saramago no podrá solucionar ninguno de estos problemas, pero tendrá que trabajar como si hubiera nacido para hacerlo. Como se ve, no les pido mucho, les pido todo”.
Ninguno de nosotros ha nacido para resolver, cada uno individualmente, todos los problemas del mundo. Pero mientras vivamos, con independencia del tiempo que nos quede de vida, si actuamos para mejorar el mundo desde nuestro pequeño radio de acción inmediato, cada uno con los instrumentos y capacidades de que disponga, si ese es nuestro propósito de vida en cuanto al uso del tiempo, nuestro paso por este planeta habrá tenido sentido.
“La paz es posible, si nos movilizamos por ella. En las conciencias y en las calles.”
Cualquier meta valiosa para el futuro de la humanidad, si trabajamos por contribuir a conseguirla, la haremos posible. Ciertamente, con un mayor o menor grado de probabilidad de éxito. Y si eso está en nuestras conciencias, será nuestro propósito de vida, nuestra capacidad de entender el sentido del tiempo que nos ha sido donado y no malgastarlo.





Gràcies per aquestes reflexions. Cobren encara més valor en un context poc favorable com el que exposes. Cal mantenir els objectius i els principis malgrat les dificultats.
Gràcies a tu, Guillermo! Des de que ens vàrem retrobar dècades després d’haver deixat l’escola, has estat font d’inspiració i d’energia per aconseguir mantenir-los. Recordo especialment la teva claredat respecte al fet de fer-ho treballant en els cercles més propers. En radis d’acció modestament abastables.