1.- Ferran Requejo nos recuerda en el periódico “ARA” del 24 de febrero, que la corrupción existe tanto en el ámbito público como en el privado y que no es un fenómeno nuevo. Nos dice que hay constancia de prácticas en la antigua Mesopotamia y Egipto, y en la Grecia clásica (hasta en relación a personas tan reputadas como Pericles o Demóstenes). Que en Roma se compraban votos y cargos y que, según Maquiavelo, no hay Estado concebible sin este tipo de prácticas.
El mismo día, “La Vanguardia” destaca en ”cartas de los lectores” una del Sr. Sergio Torres sobre la corrupción, definiéndola como “un mal endémico que afecta a la humanidad desde su propio albor.” I añade: “ La corrupción (…) es (…) el resultado de una educación en la que prevalece la acción (…) carente de (..) valores y principios. Nos escandalizamos cuando salen a la luz determinados casos (…) pero no representan más que la punta del iceberg (…) Pero la gran amenaza (…de) un iceberg (es) la inmensa masa que se oculta debajo de (la punta). Sólo a través de una profunda revisión de nuestros valores (…) vía un nuevo concepto educativo y de nuevos objetivos socioeconómicos, más ecuánimes e igualitarios, se podría vislumbrar un cambio en el orden establecido y, lo que es peor, aceptado y asumido. Se me antoja utópico que, hoy por hoy, podamos avanzar en esa dirección y creo que seguiremos escandalizándonos y desahogándonos a través de esos pobres incautos que nos dan carnaza alguna que otra vez”.
2.- No hay regeneración democrática sin regeneración política.
Ayer fue 23 de febrero e hizo 32 años del intento de golpe de Estado materializado por el Teniente Coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero Molina.
Hacía 5 años que se había aprobado en referéndum la Constitución española, y 6 que se había acabado la dictadura (por muerte del dictador, no porque nadie pusiera fin) y que fue proclamado Jefe del Estado la persona propuesta por Franco, el actual Rey.
Es evidente que el texto y el espíritu de la Constitución española son fruto de su tiempo. Tiempo en que los sables no habían sido guardados y, se diga lo que se quiera, dejaron allí su huella. ¿Qué significa hoy una Constitución aprobada en ese contexto? ¿Cuántas personas de las que en 1978 votaron sí a la Constitución viven? ¿Cuántos de los actuales votantes repetirían voto afirmativo a aquel texto que, entre otras cosas, dice que “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”, ¿y prevé que el ejército sea el garante de “su integridad territorial”?
No hay regeneración democrática posible sin, por ejemplo, desacralizar la posibilidad de reforma de la Constitución para modernizarla y adaptarla a los tiempos. Convendría además una reforma que precisamente hiciera prevalecer la democracia sobre la actual interpretación de la ley de leyes, más en consonancia con el espíritu de una transición democrática -menos modélica de lo que se ha querido presentar- marcada por el ruido de sables y el shock emocional de 40 años de dictadura, que por la libertad real. Aún hoy, en España, expresarse con total libertad tiene más riesgos -tan sutiles como se quiera (¡o no!)- que por ejemplo en el Reino Unido.
Lo que podríamos llamar “patriotismo constitucional” usa abusivamente una legalidad establecida en tiempos de voluntarismo democrático, por una sociedad que vivía todavía en riesgo de golpe de Estado. Y lo hace para oponerse a la práctica democrática, impidiendo de facto la regeneración de la misma.
Las bases de la actual forma de hacer política se establecieron durante la transición. Y además de consolidarse, ha degenerado. Comparto con Ferran Requejo la necesidad de revisar la financiación de los partidos políticos, la relación entre grandes empresas, bancos y “lobbys” y algunos grandes grupos mediáticos, con los gobiernos, la lentitud exasperante de la Justicia, la farsa de la separación de poderes para politización de, entre otros, tribunales supremos y Tribunal Constitucional (también tribunales de cuentas), la opacidad informativa de la administración, las competencias locales en urbanismo, la obsesión por el pequeño fraude fiscal en detrimento del grande, la prescripción de delitos de corrupción, el sistema de incompatibilidades exagerado y absurdo en algunos casos, e insuficiente en otros…
La gran pregunta es: ¿Se puede esperar de los actuales protagonistas institucionales el cambio sobre sí mismos y sus propias normas -formales e informales- y hábitos? Requejo habla de personas independientes y conocedoras de las prácticas de corrupción para hacer posible una implementación creíble de medidas correctoras.
3.- Felicidades a Mònica Terribas, excelente profesional y mejor persona, por recordarnos en el periódico “ARA” que la regeneración periodística es parte de la regeneración democrática y recordarnos los puntos 2 y 4 del código deontológico del Colegio de Periodistas, que dicen: “2. Difundir únicamente informaciones fundamentadas, evitando en todo caso afirmaciones o datos imprecisos y sin base suficiente que puedan lesionar o menospreciar la dignidad de las personas y provocar daño o descrédito injustificado a instituciones y entidades públicas y privadas, así como la utilización de expresiones o calificativos injuriosos… 4.Utilizar métodos dignos para obtener información o imágenes, sin recurrir a procedimientos ilícitos”.
4.- No hay regeneración democrática sin capital social. Robert D. Putnam, en “El declive del capital social”, reflexiona que de Aristóteles a Tocqueville, los teóricos de la política y de la sociedad, han insistido en la importancia de la cultura política y la sociedad civil y que, al menos en Estados Unidos, hay razones para pensar que, como consecuencia del abandono gradual del compromiso cívico, se pueden haber deteriorado las condiciones previas y fundamentales -tanto sociales como culturales- para la existencia de una democracia efectiva.
Las características de la sociedad civil, es decir, el perfil del capital social, varía de forma sistemática en el tiempo y en el espacio. Cada vez es más evidente que las características de la sociedad civil afectan a la salud de la democracia, de la comunidad e incluso de las personas. Los incentivos al oportunismo y la corrupción disminuyen cuando las relaciones económicas y políticas se insertan en redes sociales amplias, sólidas y comprometidas.
Cuando el compromiso cívico es escaso, la democracia pierde calidad. Los políticos, sin duda, tienen más responsabilidad porque nos representan a todos. Pero como leí en los años 80 en un campamento militar, “los ejércitos son el fiel reflejo del pueblo que los nutre”. Bien, los políticos también…