Querida Carme,
Me acuesto con el sonido del mistral. Un poco antes había salido al porche, pudiendo sentir el fuerte golpe del vendaval en la cara. El frío ha venido como viene un intruso. Todo estaba oscuro. El ruido de las palmas, de la palmera y el silbar del viento que las mueve son los sonidos que me acompañan hoy. Han sustituido al sexteto de cuerda, con Stradivarius, de anoche. El viento y la música mueven todo lo que no se les resiste. Mueven las emociones. Tu reciente fallecimiento también las ha removido. Hacía tiempo que no me costaba tanto como me está costando, plasmar por escrito lo que quiero expresar.
El concierto en casa de Ana, la música de Bach, sirvió para culminar de forma ad hoc un día diferente que había empezado muy temprano. Una voz sabia nos contó, a un grupo de personas que trabajamos en el área del final de la vida, que, además de aceptar la muerte, también la propia, es necesario aprender a abrazarla. La muerte es parte de la vida. El último capítulo de esa vida para algunos, o simplemente de la vida para otros. Te puedes imaginar que, recordándote, me hiciera muchas preguntas de cómo te había ido el tránsito…
Todo esto en un día en el que el otoño, por fin, después de un verano interminable, se intuía a ratos. Las vistas sobre el río Ebro eran espectaculares. En el horizonte, se veía la basílica del Pilar, cubierta por unas nubes negras que, por un momento, dejaron filtrar unos rayos del sol. Un entorno muy adecuado para abordar el tema previsto: espiritualidad y final de vida. Por eso decía que la música de Bach permitió finalizar el día con una sensación de paz, especial.
El Ebro, inevitablemente, me recordó al paisaje que veo cada día cuando me levanto. Desde el porche de casa se puede más bien intuir que ver, el punto del Delta donde el río muere en el mar. Desde casa veo la Punta del Fangar, la playa del Fangar entera y su continuación, la playa de la Marquesa, en la que más allá de la misma desemboca el río. Sé que la desembocadura está ahí. No la veo muy bien, pero es como si la viera. Con lo que hay después de la muerte me ocurre algo parecido. No veo lo que hay, pero me imagino una desembocadura hacia algo que yo no sé cómo llamar. ¿Estás allí, Carme? Yo estoy convencido de ello, pero por otro lado…
Mientras escribo, me envían una entrevista hecha a un buen amigo médico y persona excepcional. El titular —ya sabes cómo va lo de la prensa y los titulares— es: “La salud y la política, son todo en la vida”. ¿Te acuerdas? También vivimos momentos en los que podía parecer —más a mí que a ti, todo hay que decirlo— que la política lo era todo. Los humanos no siempre estamos conectados con nosotros mismos, con lo que da sentido de verdad a nuestras vidas. De este modo, muchas vivencias coyunturales pueden distraernos de lo esencial. Tú y yo, Carme, sabemos que la salud es muy importante y también que la política… no tanto. ¡Y sobre todo sabemos que el amor sí que es el todo!
No sabes cómo me gustaría que ahora, sin las dudas inherentes a la coraza de la que tú ya te has desprendido, encontraras la forma de confirmarme que el Amor es el Todo. ¡Qué egoísmo, el mío!
Ayer, las personas que estábamos reunidas en la orilla del Ebro, compartíamos el estar más cerca de todo lo que rodea a la muerte que la mayoría de las personas. Había médicos, enfermeras, profesionales de los servicios funerarios, personas dedicadas a la psicooncología, a la psicología con visión científica y a la vez humanista y casi renacentista, al trabajo social… Personas cercanas a los períodos de final de vida y a la muerte. Una de ellas me dijo: “Quienes nos dedicamos a estas profesiones, en muchos casos somos los que tenemos más miedo a la muerte, y lo hacemos para intentar superarla”. Seguro que en muchos casos será verdad. No tuve ocasión, Carme, de hablar contigo sobre si la muerte te asustaba mucho o no tanto… Me imagino que más que el miedo, quizá te dominaba la tristeza, fruto del amor hacia los que has dejado en este lado…
De todos los compañeros de este grupo, un consejo asesor en materia de final de vida (¿te imaginas? “Asesorar sobre el final de vida”, ¡pobres de nosotros!), creo tener una idea más aproximada de cómo lo vive Francesc Torralba, teólogo y filósofo, que los compañeros sanitarios, del ámbito social y funerarios. Diría que su sentir al respecto está cerca del que tiene el invitado que tuvimos ayer, Xavier Melloni, teólogo, antropólogo, fenomenólogo de la religión y no diré que anecdóticamente jesuita, pero sí aclararé que este no fue el motivo de haberle invitado a debatir con nosotros. Debatir abiertamente sobre la muerte, una parte muy importante de la vida. Una vida en la que nos forman y nos preparamos para casi todo, excepto para lo único sobre lo que tenemos la certeza que sucederá. Que un día nos moriremos. Lo demás, vete a saber… ¡Cómo somos! Todo esto, Carme, el día que se cumplía una semana de tu despedida. ¡Qué bonito se veía el mar de Barcelona desde donde reposaba tu cuerpo!
Xavier pone en valor, precisamente, esa capacidad de entender la muerte como parte de la vida. A lo largo de la vida nos enfrentamos, no sin temor, a situaciones desconocidas. Cruzamos puertas sin saber qué hay al otro lado. Todos hemos visto morir relaciones, etapas profesionales, con mucha incertidumbre. Confieso que cuando finalicé mis estudios en Montreal, uno de los últimos días fui a pasear por la ciudad y quise saborear —“quién sabe si será la última vez”, pensaba— los lugares que habían marcado mi vida aquellos años, y despedirme. Si me hubieran dicho que volvería, prácticamente, una treintena de veces a lo largo de mi vida…
En cualquier caso, el miedo se vuelve relativo en la medida en que sabes que después de aquella relación que acaba, viene otra o no, pero tienes la oportunidad de seguir viviendo felizmente. Los años de universidad terminan, pero comienza la vida profesional. Si crees que después de una muerte hay un nacimiento, hay vida, la inquietud que provoca la incertidumbre se relativiza y la muerte se afronta de forma diferente. Si estás del todo convencido de que con el fin de la vida celular acaba todo, las razones para temer a la muerte, para evitar hablar de ella, para concentrarte en una determinada manera de vivir lo mejor que puedas la única vida que tienes, es comprensible.
Dicho con la boca pequeña y sumergido en un mar de dudas, no creo que con el final del cuerpo y de la mente, acabe todo. En mi caso, creo que no hablo exactamente de fe. Una mezcla de sensaciones, de intuiciones y de racionalidad, me hace estar convencido de que, en los humanos, más allá de la carrocería que es el cuerpo, hay algo que sobrepasa la estricta biología. Volviendo a Xavier, nos habló del cuerpo, del alma, asimilándola a la psique, y del espíritu. Este último acaba marcando la diferencia, en cuanto a cómo puedes llegar a vivir la muerte. Mi experiencia relacional con determinadas personas, me ha hecho sentir en ellas una dimensión humana, sí, pero… Hay algo que se me escapa, que va más allá de los sentidos, de las emociones y de la conciencia, y que no sé cómo llamar. Quizá coincida con esa palabra: espíritu.
Como vivimos en una sociedad tanatofóbica, en la que la muerte es un tabú, no se habla de ella, ocurre que a menudo no sabes, ni siquiera en el caso de los mejores amigos, ni de los familiares, qué piensan, cómo lo afrontan. Contigo, Carme, no recuerdo haber hablado nunca de ello. Creo que nunca te había dicho que creo que morimos de la misma manera de la que hemos vivido. Una especie de “quien mal anda, mal acaba”. Creo que, consciente o inconscientemente, somos cocreadores de nuestra muerte, y quien teme a la muerte es porque teme a la vida. Tú disfrutaste de la vida porque amaste mucho.
Perdona, porque cuando entras en el terreno de la espiritualidad, es importante ceñirte a la tuya y evitar hacer especulación alguna sobre la de los demás. Pero lo que motiva ese escrito es tu partida.
Preparando la sesión de trabajo de dicho consejo asesor, encontré una afirmación del paliatólogo mallorquín Enric Benito, que, por su
rotundidad, me generó dudas sobre este aspecto, el de ser respetuoso con la espiritualidad de los demás. Antes de citarlo, quise hacer una consulta a una compañera oncóloga —casualmente también mallorquina, gracias, Eugenia—, para quedarme más tranquilo. Benito afirma:
“Cada cual muere como ha vivido. Morir se construye durante toda la vida y no hay una forma correcta o no. Además, la casa de la muerte tiene mil puertas para que cada uno encuentre la suya. Pero, en general, si una persona ha vivido con plenitud, ha amado, querido y perdonado, cuando llega la muerte hay certeza de que la vida no es solo lo que parece sino mucho más. En ese momento puedes soltarte más fácilmente”.
El día de tu despedida, Natalia me dijo que en los últimos días habías sufrido y que después de despedirte de tus nietos, tenías claro que querías marcharte y que fuiste muy explícita con tus médicos. Confieso que por un momento me inquieté, pensando que tu final no fue como te merecías. Hoy he hablado con Natalia y creo que he entendido lo que pasó.
Imagino que para poder ver a tus nietos te disminuyeron la dosis de mórficos. Preferiste un final, quizá con más dolor físico, que irte con el dolor emocional que te habría provocado no poder despedirte de tus nietos. Este sí que habría sido insufrible. ¡No me cabe la menor duda!
Viviste en plenitud, amaste, perdonaste y quiero pensar que encontraste una puerta adecuada en la casa de la muerte, tu puerta, para poner fin a esta etapa. Yo siempre me sentí muy querido por ti y por lo menos dos de mis mejores amigos (míos y tuyos) pueden dar fe de ello. Joan Oliveras y Xavier Trias.
¿Recuerdas que teníamos que ir a desayunar con Joan Oliveras a principios de verano? El 30 de junio me dijiste que no estabas bien. Me enviaste un mensaje diciéndome que tenías COVID. Pero también me dijiste: “Estoy bastante mal, no acaban de encontrarme una medicación que me vaya bien. Ya veremos. Yo intento ir tirando y si lo consigo, bien. Cuando me encuentre un poco mejor te lo digo y vamos a desayunar con Joan”.
No llegamos a ir y el último contacto contigo fue para felicitarte el día de tu Santo. Te llamé, contestó Joan Carles y me dijo que no podías ponerte. Te felicité por WhatsApp y me contestaste con dos palabras y un emoticono enviándome un beso. En ese momento no sabía todavía si ese “gracias, amigo”, sería la despedida definitiva o… ¡Lo fue!
La primera reacción cuando supe que habías fallecido, fue de pena por no haber podido despedirme de ti. Pero pensándolo bien… ¿Recuerdas? Al menos tres veces la quimio o sus efectos, abortaron los intentos de encuentro. ¿Casualidad? Pienso que no. Todo el mundo elige cómo quiere ser recordado por las personas que ha amado. Tenía que ser así, Carme.
Joan Oliveras me ha dicho más de una vez que, desde que nos conocemos —casi la adolescencia— le cuesta recordar algún acontecimiento crucial de su vida en el que yo no haya estado presente de una forma u otra . ¡A mí me pasa lo mismo con él!
Si te digo que me explicaste que estabas enferma el día 29 de abril de 2019, al atardecer, no es porque todavía tenga la buena memoria de antaño, especialmente para las fechas. Es porque ese día coincidimos en la celebración del 60 cumpleaños de nuestro amigo en común, el querido Joan Oliveras, dos años y setenta y siete días después de haberlos cumplido. Por cierto, Xavier Trias también estaba entre los invitados cuidadosamente elegidos por Joan, en función de lo que había detrás de aquella singular y emotiva celebración.
Nos regaló a cada uno de los presentes un libreto muy bien encuadernado y numerado, con un texto común que nos leyó y una dedicatoria manuscrita, personalizada, para cada uno de nosotros. El legado que conmemoraba el inicio de su séptima década de vida se titula Del tiempo y de los amigos, de la familia, y del amor como persistencia vital. (Un homenaje a los compañeros de viaje, desde la sinceridad del amor compartido. Edición íntima).
¿Te das cuenta de que ese mismo título podría encabezar este post que quiero que llegue donde tu vida desembocó?
No voy a cometer ninguna indiscreción si menciono alguna frase del escrito común que nos regaló Joan y que, en concreto una, no deja de ser una formulación diferente del hecho de que morimos, al igual que vivimos, de la constatación de que quien teme la muerte, también teme la vida. La frase en cuestión es: “No hemos aprendido todavía a vivir, cuando todo nos lleva a aprender a morir”.
Joan ha sido un ejemplo de capacidad de vivir con plenitud, con intensidad y pasión, de amar y de perdonar. Basta con leer el citado legado escrito —desde el alma, como todo lo que él hace— que nos regaló, para darse cuenta de que ha entendido bien el significado de la vida, del vivir.
Cuando Joan nos dice que “no hemos aprendido todavía a vivir” simplemente nos recuerda que siempre se puede seguir aprendiendo, que nunca se puede saber nada con absoluta certeza, ni siquiera cuando creemos estar seguros de ello. Es su particular versión del platónico “solo sé que no sé nada”. Y es muy probable que la mayoría —si no todos— podamos sentir que todavía no hemos aprendido del todo a vivir cuando la muerte viene a nuestro encuentro, sea cuando sea ese momento.
Carme, ese día de celebración, cuando me dijiste que tenías un cáncer, transmitiéndome esperanza y optimismo, me reafirmaste en lo que yo ya sabía. No hablo del cáncer. Eso no lo sabía. Me di cuenta de que lo habías asumido desde la plenitud y desde tu capacidad de amar y perdonar. Y cuando eres lo suficientemente sabio para expresar el hecho de ser consciente de que nada se puede saber a ciencia cierta y que siempre se puede seguir aprendiendo a vivir, es esperable que sientas que tendrás que aprender a morir. Especialmente en sociedades como las nuestras, donde todos los recursos se emplean —mejor o peor— en intentar enseñarnos a saber vivir, pero ninguno a aprender a morir. Pero ni el superhombre de Nietzsche era tal, ni Dios había muerto, ni hemos llegado a ser inmortales. Las tradiciones orientales, esto siempre lo han visto más claro que nosotros y cuando llega el momento, hacen como las hojas de los árboles en otoño. No se caen, se desprenden con suavidad de las ramas y caen lentamente.
Como no creo que las cosas pasen por casualidad, reproduzco unos fragmentos más —mínimamente “podados”— de lo que nos confesó Joan a las personas que quiere. A ti, a mí, a los que estábamos allí y a muchos que no estaban allí. Las hago mías y te las dedico con el mismo amor con el que él nos las dedicó a todos:
“Quiero empezar manifestando que lo que más intensamente ha marcado mi camino, ha sido el amor. He amado, sinceramente. Y en esto consiste mi capital vital. En haber tenido el privilegio de poder amar, y la inmensa suerte de haber sido amado.
Y por eso precisamente estáis en esta fiesta. Porque sois fruto del amor en mi vida. Y sois la fuente de ese amor en mi vida, también sois los destinatarios de ese amor. Sois aquellos que habéis dejado una huella de amor imborrable en mi vida. Aquellos con los que he podido compartir un amor espléndido que no crece en la renuncia como se dice tantas veces, sino en el darse a los demás.
De vosotros he recibido la fortaleza emocional que me ha dado el empuje para llegar hasta aquí”.
Carme, porque hiciste que me sintiera querido, estás entre las personas que me han enseñado a entender mejor el sentido de la vida. Me aceptaste como soy, con todos mis defectos y debilidades. Los que ya sabía y los que desconocía. También con mis virtudes. ¡Las pocas que tengo y las que no tengo, porque las veías todas, incluso las inexistentes!
¡Espera y aprovecha para descansar en paz, porque algo me dice que volveremos a vernos! ¡Hasta siempre Carme!
Josep M. Acostumo a llegir-te, ja ho saps. Malgrat això, no acostumo a deixar comentaris. Sempre em resulta difícil trencar el silenci de després de la lectura. Avui però, em sento emocionalment interpel·lat pel conjunt del que escrius. Tant pel que fa referència a la Carme, com específicament a mi. Referències totes dues, d’una intensitat que només s’explica quan s’estima honestament. D’altra banda compateixo amb tu aquest neguit sobre trajecte vital i camí cap a la mort. I l’esperança que la nostra transcendència, comença en llegir la continuitat del mateix camí. Els misteris solen ser això, portes obertes a l’interpretació del desconegut, que sovint és inexplicable, tot i que l’habiti l’esperança. M’agrada llegir aquests escrits que sense voler, discretament, t’eixamplen l’ànima.
Una gran abraçada
Moltes gràcies amic¡ És curiós la quantitat de whats i missatges rebuts… Contrasta la manera com vivim la vida i evitem pensar en la mort, amb el que suscita veure’s confrontat a la realitat propera de l’essència.
Quan som capaços de parar un moment, pensar i sentir, tot és molt diferent. Però sovint fa por, no saps per on començar i continues vivint la vida i ignorant la mort, com abans…
Josep Maria,
Gràcies pel teu escrit. Probablement no hi hagi una qüestió més important durant la vida que la mort. No sé si “cada cual muere como ha vivido”, però si que tot el que hem viscut ens marca en aquests últims moments. Sobre aquest tema, visc més la caritat en el present i l’esperança en el futur que la fe (sobretot concebuda com a creença dogmàtica). Sembla evident que, com a mínim, tenim un cert perllongament existencial biològic en la nostra descendència (si la tenim). A un altre nivell, perdura part de la nostra obra: professional, educativa, relacional, … Tot el que deixem en els que continuen vivint. En quant a la pervivència “personal” … aquest és l’objecte de l’esperança o, com tu escrius “alguna cosa em diu ….”. Però el que més desitjo, el que realment considero fonamental, més enllà de perllongar l’existència personal, és que els benaurats de l’Evangeli trobin el consol promès. Tenir la certesa sobre aquest fet si canviaria la vida.
Gràcies pel comentari Guillermo. Poc a afegir. Penso que coincidim molt. Radicalisme selectiu intentant fer el millor del que siguis capaç de fer, en el teu radi d’acció, mentre vius. I treballar per deixar-se endur per la mort quan vingui, amb la màxima pau possible. A partir d’aquí, em remeto al que he expressat al post. Penso que la paraula, el llenguatge terrenal, no permet construir frases útils, comprensibles pel cervell humà, per entendre res. Parlem d’una dimensió inabastable per un humà. Podem intuir, imaginar,creure…També tenir fe. Però no he entrat en aquest tema en el post i, tampoc ho faig ara.