Mi hijo pequeño me pidió que lo despertara temprano para ir a votar. No era un domingo cualquiera. Estábamos ilusionados y con la sensación de que el día sería trascendental. Mi hijo tiene 20 años.
Mientras contemplaba el cielo grisáceo, una amiga de Sant Cugat me enviaba un mensaje que, con toda seguridad, le salía del corazón. Me decía: “Josep Maria, me ha emocionado encontrar a tu madre votando a primera hora de la mañana. Es una mujer valiente”. Mi madre tiene 81 años. Para mi padre hubiera sido muy importante poder votar. Pero mi padre murió el 28 de agosto. Tenía 86 años.
El sábado por la noche la Fiscalía iniciaba diligencias para recoger datos y determinar eventuales responsabilidades penales de quienes hicieran posible que se votara, en lo que parecía un intento de asustar y desmovilizar a la gente. Ya sabemos que especialmente las personas mayores, son sensibles a los argumentos del miedo. Pero parece que el Estado, más allá de asustar para desmovilizar, quiere actuar contra personas concretas, utilizando la justicia en una época en la que el contexto internacional no toleraría que utilizara el ejército. Frente a esta situación, lo que sentimos muchos catalanes es que en realidad el Estado está actuando contra los 2,3 millones de catalanes que votamos, por no decir contra todos los que estaban convocados. Persecución judicial contra democracia. Ni diálogo, ni política. Tribunal Constitucional y Fiscalía.
Así pues, el domingo por la mañana mi hijo y yo nos levantamos temprano y pusimos la radio para verificar que la posibilidad de votar y de expresar nuestra opinión sobre formar parte de España, no había sido materialmente impedida. Podíamos, por tanto, participar en este “acto inútil” según la Moncloa, las represalias ya vendrían después. Y, de hecho, ya están en marcha siguiendo la tradición del “sostenella y no enmendalla”.
Mientras íbamos a votar supimos que UPyD y otros elementos paradigmáticamente representativos de cómo se entiende la democracia en España, intentaron que se retiraran las urnas para impedir votar y que se encarcelara al presidente de la Generalitat y a un par de Consejeros. Con pocas horas de diferencia, no sabemos muy bien con qué intención, escuchábamos la declaración de amor hacia los catalanes del nuevo Secretario General del PSOE, que desde Toledo y en catalán decía que “nos querían”. Vieja cantinela que ya hace tiempo que nos provoca la risa cuando la escuchamos. Aunque actualmente, el riesgo es que se perciba como un comentario cínico.
Al llegar al “punto de participación”, en el colegio de los Jesuitas donde habían estudiado mis hijos (mira por dónde, la Compañía de Jesús del Papa Francisco colaborando en un acto subversivo), encontramos a una multitud de gente que hacía cola para votar (según el Estado “atentar contra la democracia”).
Nunca había visto a la gente tan alegre haciendo cola. Alegría, emoción, orgullo, manifestación de autoestima frente a la represión. La gente se fotografiaba. Fotos haciendo cola. Fotos exhibiendo las papeletas. Fotos votando. Personas mayores como mi madre, y niños tan pequeños como lo eran mis hijos cuando iban a esa misma escuela. Todos sabíamos que estábamos protagonizando un acto histórico, que no sería inútil ni intrascendente. Como lo saben los que tildaron el proceso de “chichinabo” y que insultando a Mas, Junqueras, Forcadell, Muriel Casals, la CUP o a quien convenga, nos han insultado y nos siguen insultando a todos los convocados a participar, del mismo modo que persiguiendo judicialmente a políticos y/o voluntarios que trabajan de funcionarios, nos están persiguiendo a todos.
La alegría de mi hijo y la mía, se vieron interrumpidas cuando el nieto de mi padre, que ya no ha podido votar, tampoco pudo hacerlo porque su DNI había caducado. Un voluntario gestor del proceso, tan triste -y tan responsable y comprometido- como nosotros, se dio cuenta y lamentablemente mi hijo no pudo votar. Le explicó que se podía renovar el DNI y votar en el Palau Robert de Barcelona durante 15 días. Y así lo hizo ayer, voto aún no contabilizado.
Si alguien dudaba de que el proceso sería pulcro e impecable a los ojos de todo el mundo, sirva este caso como muestra.
Suscribo totalmente las palabras de Carles Capdevila en el periódico “ARA” del día 10 de noviembre, cuando refiriéndose a los voluntarios dice: “Y me indigna que se les haya querido criminalizar recientemente o que las cloacas del Estado les bloqueen los teléfonos a ellos, la buena gente voluntaria, con un abuso de poder que algún día juzgará un tribunal de derechos humanos. Y ellos allí, ayudando a la gente mayor a pasar delante, recontando escrupulosamente, con exquisitez nórdica, alegría mediterránea, resistencia germánica”.
El domingo, a pesar de este Estado español “que tanto nos quiere”, fue un día lleno de emociones, alegre, cívico y democrático. Desde el primer catalán que votó en Sidney, hasta el último que lo hizo en California, pasando por una votante de 103 años, jóvenes ilusionados, largas colas de votantes en París, Londres y Bruselas, y catalanes venidos de fuera de Cataluña y de fuera de España, hasta llegar a los 2.300.000 votantes cuando todavía no se ha cerrado la votación. El ejemplo de civismo y de determinación ha dado la vuelta al mundo. Una potentísima lección de democracia que no ha pasado inadvertida y que es un aviso muy serio que merecería -aunque no confío en absoluto que sea de forma inmediata- suficiente madurez democrática por parte del Estado para darle una respuesta política, abandonando de una vez la guerra sucia y el uso contraproducente de la justicia.
Que el día 9 por la noche el Gobierno designara al Ministro de Justicia para hacer la valoración “política” del proceso participativo catalán, es un indicador claro. Este abogado del Estado, que ahora hace de Ministro, habló de “responsabilidades y acciones penales”. Si no fuera porque España -pese a ser una pseudodemocracia de pacotilla- forma parte de la UE y de la OTAN, quizás hubiera aparecido el Ministro del Interior o directamente el de Defensa, para amenazar a los catalanes y contentar a los potenciales votantes españoles del PP.
Entretanto los esforzados -y cada día más desesperados- militantes de “terceras vías” que el Estado no es capaz de ofertar, tratan de aprovechar el éxito rotundo de ayer, para intentar alguna solución federal o confederal en la que sólo creen 4 catalanes de buena fe -algunos de ellos apreciados amigos- y algún español despistado. La editorial de “La Vanguardia” del día 10 era una exhibición de este tipo de defensa a la desesperada, que ya sólo interesa a los pocos “catalanes del IBEX 35” y a los que aún no han podido (hay negocios no deslocalizables) o no han sabido internacionalizarse y dependen demasiado del mercado español.
Pero el pacto de la transición está totalmente obsoleto. No sirve como punto de partida de nada útil y serio. El franquismo se cerró en falso y muchos de sus elementos han subsistido bajo el maquillaje de la transición. Es el caso, entre otros, del tratamiento que hace el Estado del que llaman “problema catalán” porque todavía no saben que es un “problema español”. Y si alguien quiere resucitar este cadáver con terceras vías (atención,Pedro Sánchez, que eres muy joven, acabas de llegar y pareces tan prisionero de la momia posfranquista como Alfonso Guerra), que hable con Pablo Iglesias que, en vista de que nadie apuesta por democratizar España y dignificar la política, se inclina por la revolución.
Sería triste tener que esperar el triunfo de la primera revolución bolivariana en Europa para posibilitar una solución a la británica y resolver el problema que tiene España con Cataluña mediante un referéndum que nos permita decidir a los catalanes nuestro futuro nacional. De todas formas, mi impresión sobre Podemos es que el ejercicio político puede provocar, respecto a Cataluña, una evolución similar a la que exhibió el PSOE: de la libre unión de los pueblos ibéricos de Suresnes al cepillo de Alfonso Guerra. Si no creo en terceras vías es porque considero que el sistema de valores que determina la españolidad imposibilita asumir la diferencia nacional, cultural y lingüística catalana. Y Podemos es muchas cosas, pero es un movimiento español, no catalán.
En cuanto a Cataluña, está por ver si las fuerzas políticas sabrán interpretar adecuadamente el mandato de la mayoría social: se ha visto que la porcelana era frágil. En cualquier caso, antes o después, la relación entre Cataluña y España experimentará un cambio radical. Cuanto más tarde la política en asumir el espacio que ahora ocupa la represión, la guerra sucia de los servicios de inteligencia españoles y el uso abusivo que hace el Gobierno de la Justicia, más traumática será la negociación con una Cataluña que, mayoritariamente, ya ha desconectado de España.
El domingo pasado, un domingo gris de otoño, es un buen símbolo de esta desconexión. La alegría y la emotividad de la jornada eran la cara de la moneda, la desconexión apática y la desafección creciente, la cruz. Quizás ya irreversible.