Jueves, 13 de noviembre de 2025. Mi primera impresión
He viajado a París con el TGV. Si este tren fuera directo, sin parar, tardaría la mitad de tiempo. Aun así lo encuentro bastante adecuado.
He caminado desde la Gare de Lyon hasta Bercy y ahí he tomado el metro hasta Montparnasse.
Por más veces que visite París y a pesar de conocerlo bastante bien, hay algo mágico, un glamour genuinamente parisino que siempre me impacta como si fuera la primera vez. París es París. París es diferente. París es único. Para algunos la mejor ciudad del mundo, para muchos la más hermosa. No hay verdades absolutas. Pero con toda seguridad, en las primeras posiciones del ranking.
En París todo el mundo te entiende si hablas francés. Como en Barcelona, hay muchos expats y muchos emigrantes. En París hablan, tienen que hablar francés. En Barcelona no sólo no les hace falta hablar catalán, sino que se permiten obligar a los catalanoparlantes que se prestan, a cambiar al castellano. Este hecho se ha agravado mucho en los últimos tiempos. La densidad de rótulos anunciando Brunch, All day breakfast, Lunch, Delivery, Healthy food, Pastry, Bakery, Detox juices, Kids menu, Smoothies…, es inconmensurablemente inferior a los que embadurnan Barcelona. En París esto es así en el centro monumental y burgués y aún más en las banlieue, de lengua francesa y donde los niños son escolarizados en francés desde pequeños.
Sí, claro, ellos tienen un Estado y muy fuerte y nosotros no. Pero ni el Gobierno de la Generalitat, ni el de la ciudad de Barcelona, ni los de la mayoría de ciudades principales, hacen lo que deberían hacer para conseguir lo mínimo: que cualquiera que no esté de paso por Barcelona, entienda el catalán y la mayoría lo hablen. Pero como mínimo que lo entiendan y acabemos con las situaciones denigrantes que tenemos que vivir. No pienso votar a ningún partido político que no lleve este punto en su programa y haga bandera del mismo, adoptando las medidas necesarias, tan duras como sea preciso, para que se cumpla. Está muy bien defender todos los derechos de cualquier minoría, y defender causas justas en cualquier lugar. Tenemos una izquierda especializada en defender cualquier cosa, en cualquier lugar del mundo, menos la normalización del
catalán y nuestro derecho a poder vivir hablando nuestra lengua en nuestro país.
Es mi primera reacción espontánea de este viaje a París.
Llegado a la Rue Montparnasse, me siento en el restaurante cafetería La Pampa a esperar a mi hijo. Me atienden en un francés bastante impecable. Comme il faut! No jodamos, que ya está bien la broma del no le entiendo, hábleme en castellano. Pues márchese a su casa y no vuelva, si no quiere hacer ningún esfuerzo por entenderme.
Una tarde de viernes en París. John Singer Sargent en el Musée d’Orsay. Viernes, 14 de noviembre de 2025
París me recibe con esa indiferencia altiva que sólo las ciudades que se saben eternas pueden permitirse. Tengo horas por delante antes de que Oriol y Adriana acaben su jornada laboral y nos vayamos de fin de semana a Normandía y, como hace muchos años que la conozco, la ciudad ya no me llama con las urgencias propias del turista. Camino por caminar, por absorber e impregnarme de París, para entenderme un poco más a mí mismo a través de sus calles.
Después de comer con Oriol en el restaurante La Coupole, en el Boulevard Montparnasse camino con paso tranquilo y bien atento a todo lo que la ciudad me ofrece. Media hora larga hasta el Musée d’Orsay. Un trayecto que recorro sin prisas para disfrutar de las fachadas haussmannianas con los balcones de hierro forjado, para sentir el ritmo de las terrazas características donde los parisinos toman un petit café incluso cuando el cielo es gris, y ver cómo los árboles, en noviembre, aún aguantan hojas oxidadas que parecen confeti otoñal. París es esto. Una belleza que sin buscar agradarte, te cautiva. Que simplemente es, y basta. Y que, cuando la dejas que te seduzca, te regala un glamour que más que con el lujo, tiene que ver con una elegancia natural.
Llego al Musée d’Orsay un poco antes de la hora prevista. Me sobra tiempo y el museo —aquella antigua estación de tren
que ahora es una catedral de luz y pintura— me acoge desde la distancia con su gran rosetón y la fachada de piedra clara que mira al Sena. Me acerco hasta tocar el agua. El río baja gris, ancho, con la majestuosidad de un ser milenario. Me doy la vuelta y veo puentes, cúpulas, siluetas. Me vienen a la memoria otras visitas al Orsay, uno de los grandes centros del mundo dedicados al arte del siglo XIX y principios del XX. El reino de los impresionistas, del realismo, de la modernidad que nacía. Manet, Degas, Monet, Renoir, Caillebotte, Van Gogh, Gauguin… He oído decir a los que entienden que el Orsay es el puente entre el mundo antiguo y el mundo moderno de la pintura.
Yo no entiendo lo suficiente. Me he resignado a la ignorancia y me he reconciliado con ella. Y por eso confío en mis amigos. En Joan Oliveras, presidente del MNAC, con ese criterio sólido que no pesa; en Xavier Ranera, coleccionista que mira cuadros como quien descubre secretos, y mi consuegro, Joan Colomer, pintor garrochino, hombre discreto y erudito. Son ellos quienes me hacen ver lo que yo solo no sabría ni intuir.
—Déjate llevar, me repite Joan Oliveras. No lo pienses tanto. Si te emociona, ya está. El arte es eso.
Y con esta premisa entro en la exposición “John Singer Sargent. Éblouir Paris”, que también he visto denominada como “Sargent. The Paris Years (1874-1884)”. Una antológica construida a partir de la Colección Epstein, que reúne casi 100 obras entre óleos, acuarelas y dibujos y que muestra su dominio de la pintura. John Singer Sargent, un americano que, según lo que pude leer en los paneles del museo, nació en Florencia en 1856 y murió en Londres en 1925 y que viajó por medio mundo. Conocidísimo en Estados Unidos y bastante desconocido en Europa. Parece que esta es la primera exposición antológica en nuestro continente y en la presentación en Le Monde, se podía leer: “Adulé par les grands musées aux Etats-Unis, le peintre reste méconnu en France. Cette première exposition, axée sur ses années parisiennes, vient rectifier cet oubli”. Éblouir Paris significa deslumbrar París. Parece que lo ha conseguido por el eco mediático y la multitud —diría que mayoritariamente franceses— que había en la exposición.
Con lo que leo, me explican y veo, me sorprende mucho esta tardanza en ser conocido y reconocido en Europa, más cuando pasó 10 años en París y muchos más en Londres, ¡donde murió! ¡Me parece increíble, estando considerado como uno de los mejores pintores americanos del siglo XX! Claro que no había Internet, ni posibilidad de cruzar el Atlántico en 7 u 8 horas!!! La distancia entre América y Europa era mucho mayor que hoy.
Tuve la impresión de que lo tocó todo: dibujo, acuarela, óleo, realismo, retratos casi fotográficos, impresionismo, copias de Velázquez… La sensación de que era capaz de hacer de todo, lo que tocara, lo que pidiera la burguesía de la época. En palabras de los entendidos, una versatilidad casi milagrosa, que incluye el dominio de la luz, la precisión del trazo, el realismo que roza la fotografía, el talento para retratar la sociedad cosmopolita de su tiempo y una habilidad técnica en acuarela tan extraordinaria que muchos críticos la consideran insuperable.
La exposición presenta paisajes italianos y alpinos, retratos íntimos de amigos, escenas informales y, en palabras de mis
amigos sabedores, estudios de luz y textura que Sargent pintaba como si experimentara sin límites. Destacan la libertad del pintor cuando no trabajaba por encargo y su capacidad de cambiar de registro con una naturalidad desarmante. De la acuarela más vaporosa al retrato más solemne; del detallismo casi fotográfico a las pinceladas impresionistas que dejan espacio al misterio. Y está también la dimensión del Sargent observador de sus contemporáneos, que captaba la psicología de los modelos, a menudo miembros de la alta sociedad, con una exactitud que podía ser tan aduladora como implacable.
A todo esto se añade su fascinación por los maestros. La exposición muestra cómo estudiaba a Velázquez y a otros, cómo reinterpretaba, cómo aprendía y desafiaba a la vez.
Reproduzco el comentario de Xavier Ranera como respuesta al mensaje que envié a los amigos expertos después de disfrutar de la exposición. Da gusto poder contar con estos advisors, que hacen que aprenda un poco de un arte que no conozco. Decía Xavier:
“Es la época del impresionismo y post impresionismo francés. Casas empezó como discípulo de Manet y Degas pero se rindió a la elegancia, glamour y rentabilidad económica de Sargent y Whistler.
Me alegra que hayas visitado esta expo! Los movimientos o tendencias artísticas siempre conviven y no tienen porqué ser contrarias o adversas. La calidad artística está por encima y más allá de las modas. Estas tendencias se influyen mutuamente y facilitan nuevos caminos para explorar. Es más tarde cuando, sustituyendo la vieja academia, los intelectuales más audaces (algunos provenientes de la literatura) definirán la nueva historia del arte.”
Y entonces llega ella, Madame X, según el propio autor, su obra maestra. Una de las historias más sabrosas de la pintura. Sargent la presentó en el Salón de París en 1884. El retrato mostraba a Virginie Gautreau, aristócrata norteamericana residente en París, famosa por su belleza y por el halo escandaloso que la rodeaba. El vestido negro con el tirante caído —que después Sargent retocó para evitar más polémica— provocó una tormenta moral y crítica. Un escándalo monumental. Tanto que Sargent decidió marcharse de París para establecerse en Londres.
Mirando el cuadro pensaba en la paradoja de que la pintura que casi le destroza la carrera, es hoy un emblema de su genio. Un retrato icónico, sensual, que parece modernísimo. Una prueba de valentía no sé si artística, pero está claro que social sí.
Salgo de la exposición, todavía impregnado de esa extraña emoción que produce la sensación de que Sargent podía hacerlo todo. Que dominaba cada técnica, cada género, y como dicen mis amigos, cada capricho de la luz. Un virtuoso, seguro, pero lo imagino también pícaro y buen observador y conocedor de que la pintura era más que pintura…
Vuelvo al Sena. Lo cruzo por el Pont de la Concorde. El río se abre como un espejo metálico y la ciudad se refleja en sus lentas ondas. Entro en los Jardines de las Tullerías, con el otoño convirtiendo los árboles en pinceladas amarillas y marrones. El aire huele a humedad, a hoja caída y a memoria. Caminantes dispersos, niños con globos, parejas… Me llama la atención una joven pareja —ella con facciones asiáticas, él tiene el aspecto típico de un hombre blanco europeo— sentados en dos sillas metálicas del parque, dispuestas en ángulo de cuarenta y cinco grados, ambos en una posición muy formal, erguidos. Percibí un galanteo y una seducción muy dulces. Las estatuas, inmóviles, observan todo esto y más, desde su eternidad blanca.
Llego al final, y frente a mí tengo el obelisco de la Place de la Concorde, y las fuentes que danzan bajo un cielo pesado. La gran avenida de los Champs-Élysées parece más larga de lo que es. Y, al fondo, la Torre Eiffel, esbelta, silenciosa, emergiendo entre la niebla como un recuerdo que no se borra nunca. 
París respira una majestuosidad natural que no necesita anuncios ni etiquetas. Sólo hay que caminar con calma, dejar que entre y recorra el cuerpo y confiar —igual que con Sargent— que aquello que te llega es suficiente. Sin hacer teoría. Sin buscar una lección. Sólo sintiendo.
Y hoy, por unos instantes, tengo la impresión de que la ciudad me dice lo mismo que me dijo Joan Oliveras sobre la pintura: “Déjate llevar. Si te emociona, ya está”.
“Deixa’t portar. Si t’emociona, ja està”
crec que m’entendria amb el teu amic Oliveras (pel que fa a l’art, es clar). No podem entendre de tot, però si emocionar-nos del que sigui, sense cap explicació. Les emocions es senten, no es pensen.
Avui em dec haver llevat “compartidista”. Conec Paris menys que tu, però he anat unes quantes vegades i la veritat es que mai ni ha prou. Vaig anar per primera vegada de viatge de nuvis. No em va donar sort en el meu matrimoni. De pare dels meus fills em vaig divorciar. De Paris, no.
Teresa
De París, mai et pots divorciar. De Barcelona en canvi… Sí! Jo m’he divorciat de Barcelona. De París, impossible!!!
Ja!! D’una esposa et divorcias d’una amant mai i Paris és com una amant..
Jo recordo Paris en la meva época de ballarina de ballet fent audicions i passejant sense descans..
Recordo una trobada a Paris amb un amic del meu pare ficat en el mon de la farándula, intentant que deixés el ballet pel Folies Bergere i a mi em semblava allò una proposició tipo “Fausto” … qué desconcertada em va deixar.. m’ho deia rient i m’ofenia perque el ballet i arribar a ser ballarina era sagrat!.. Però l’Ignaci Abadal que es guanyava la vida com actor era una persona que transmitia alegria per viure!!
Vaig tornar al cap dels anys amb marit i fills per passar un cap d’any i recuperar allò que havia perdut.. començar l’any a Paris ha sigut una de les millors idees que he tingut a la vida… i amb la emoció del canvi d’any al costat de la Torre Eiffel no vaig recuperar allò que ja no teníem pero si em va envahir el coratje per divorciar-me…
Paris sempre ens acaba donant alguna cosa..però no canvio Barcelona per res del món .. i és desconcertant perque penso que és millor un amant que un marit a aquestes alçades.. pero trio Barcelona encara m’emociona..
Gràcies pel comentari, Carol i per compartir les teves vivències parisenques!
Tots tenim les nostres. Subjectives, opinables.
Jo m’he sentit expulsat de la que era la meva ciutat i -per a mi- va degenerar de forma trista i penosa. Em queda lluny el temps en el que em sentia orgullós de Barcelona. La ciutat em desvetllava emocions. París em segueix emocionant!
Celebro que els que seguiu vivint al Barcelona, us hi trobeu bé. És important!
Jo, ni de l’una ni de l’altre