M. RAJOY

EDWARD MARSHALL

Tengo la sensación de que, desde la victoria de Trump en las elecciones presidenciales americanas, ha habido mucho ruido mediático, pero pocas ideas sobre cómo mejorar la situación que explica la victoria de las fuerzas llamadas de ultraderecha. Es una opinión formada a partir de ir escuchando a ratos algunas tertulias radiofónicas.

Al principio, hablando de la victoria de Trump, o de Melloni, o de Milei, o de la subida de Le Pen o de Alternativa por Alemania (las elecciones fueron ayer, pero hacía tiempo que se hablaba del auge de la ultraderecha), muchos comentaristas y portavoces políticos parecían hooligans. Ahora va emergiendo un análisis más pausado, aunque algunos persisten en el discurso exaltado y simplista. Creen que hablando de la “Internacional facha” para referirse a las reuniones que celebran estos políticos, propician que haya una solución. Con esto, lo único que conseguirán ―además de liberar adrenalina― es que la “Internacional progre” persista en su intento estúpido de tratar de superar su inagotable capacidad de fracasar. Por lo demás, ninguna aportación que ayude a combatir lo que dicen que les preocupa. No digamos ya el efecto contraproducente que puede tener llamar fascistas a los votantes de estos líderes, de estas formaciones.

Afortunadamente, la mayoría ―al menos de los que yo escucho― se han ido centrando en el diagnóstico del porqué del crecimiento de la ultraderecha, aunque no recuerdo ningún ejercicio de autocrítica que indique cómo se podrán aportar antídotos, propuestas, para frenar ese crecimiento.

Lo que poco a poco he ido escuchando es el reconocimiento de que las clases medias castigadas por la inflación, con la consiguiente pérdida de poder adquisitivo, incremento del paro, marcada precariedad laboral y salarial, hartos del déficit de infraestructuras básicas y el mal servicio público por falta de inversión, de las crecientes dificultades para acceder a los servicios sanitarios y sociales públicos, de la pérdida de calidad de la enseñanza…, estos ciudadanos han perdido la confianza en los políticos tradicionales, a los que ven como unos aprovechados, poco o nada preparados para su función, mentirosos compulsivos, y tan preocupados por sus agendas personales, como cínicamente despreocupados de estos ciudadanos.

Pero, para mí, en la medida en que en la gestación de estos problemas graves está el porqué del crecimiento de la ultraderecha, creo que estos tertulianos y políticos deberían dar un paso más y atreverse a hablar claro y hacer propuestas que creen las condiciones para una reforma estructural que mejore el actual sistema democrático. La crisis no es coyuntural. El sistema democrático que conocemos tuvo la capacidad de enfrentarse a estos problemas. Pero ya no la tiene. Se ha convertido en el generador del problema.

VIVIENDAS Y BIENESTAR PARA TODOS

SIR WINSTON CHURCHILL

¿La ultraderecha lo resolverá? No. Pero ahora mismo insistir con fuerza en este discurso, para evitar entrar en la autocrítica, no hará más que sumar más parroquianos a los que ya se quiere combatir. La fase de hablar desde la víscera no ha aportado ―ni aporta― nada. La fase de aproximarse al diagnóstico del problema es razonable. Pero desde el sentido común, la autocrítica y la inteligencia estratégica, es necesario ir más allá. Si esto es válido para lo que fueron democracias europeas positivamente consolidadas, lo es más para el “régimen del 78”, un sistema democrático de baja calidad que ha cerrado en falso el drama que fue la Guerra Civil española y que no ha expulsado a algunas de las peores rémoras del franquismo, empezando por la monarquía.

Las características del sistema democrático actual se asocian a la prosperidad económica vivida en Europa entre 1945 y 1973. La situación permitió desarrollar un magnífico Estado del Bienestar y redistribuir la riqueza, disminuyendo las diferencias socioeconómicas. Durante aquellas tres décadas y, de forma menos clara, durante los años 80 y 90 del siglo pasado y, a lo sumo, pero de forma ya muy engañosa, los primerísimos años del siglo XXI, en general, los gobiernos democráticos europeos eran el resultado de la alternancia democrática de socialdemócratas y democristianos y, en menor medida, liberales. De forma más general, hablaríamos de centro-derecha y de centro-izquierda.

Merece la pena señalar que al final de la II Guerra Mundial, Europa estaba devastada. Estados Unidos, gracias al conocido como Plan Marshall (en realidad se llamaba “European Recovery Program”, Plan para la recuperación de Europa), ejecutado entre 1947 y 1951, los países europeos que ingresaron en la OCDE, recibieron 13.000 millones de dólares (¡de la época!) para su recuperación (antes del Plan Marshall, Estados Unidos ya había comenzado a enviar ayuda para la recuperación europea. Entre 1945-47 se calcula que Europa recibió unos 9.000 millones de dólares de forma indirecta). Una vez completado el plan, en 1951, la economía de todos los países participantes, excepto la República Federal de Alemania, había superado los niveles de antes de la guerra. En las dos décadas siguientes, Europa occidental logró un crecimiento y una prosperidad sin precedentes.

FRANQUISMO 2.0

WILLY BRANDT

Estados Unidos tardó mucho en entrar en la II Guerra Mundial y, además, su territorio no formó parte del escenario del conflicto bélico. Las reservas de oro se mantuvieron íntegramente, y la capacidad productiva del sector primario y del industrial, también. Además, la industria armamentista abastecía a todos los aliados. Resultado: los años de guerra supusieron para Estados Unidos el período de mayor crecimiento económico de toda la historia. Puede sonar mal, pero para ellos, la guerra fue un buen negocio.

Cuando terminó la guerra, Estados Unidos necesitaba a los mercados europeos para colocar sus productos, que excedían en mucho la necesidad de consumo interno. Por otro lado, poco después del inicio de la ejecución del Plan Marshall, ya se vislumbró la dirección que acabaría emprendiendo la Unión Soviética hasta conformar el bloque comunista oriental. La emergencia del “Telón de acero”, su concreción física con el muro de Berlín, la Guerra Fría… En definitiva, la amenaza comunista contra el líder mundial del capitalismo.

La necesidad de vender los productos americanos a Europa, podríamos decir que conllevaba la necesidad de garantizarle la fuerza militar necesaria, para defenderla, sí, pero sobre todo defender a los propios Estados Unidos de la amenaza soviética. Sin estas premisas, sin considerar el interés estratégico de Estados Unidos por Europa, en el sentido más amplio, el Viejo Continente no hubiera alcanzado tan brillantemente las citadas décadas de crecimiento económico, de reducción de las iniquidades y de desarrollo del Estado del Bienestar. Es imposible dilucidar ahora si la buena valoración de las democracias europeas, hubiera sido la misma sin el “tío Sam” cubriendo las espaldas. Pero me temo que no.

Ahora esto ha terminado. Los dueños del mundo son ―hoy por hoy― una democracia, Estados Unidos y dos dictaduras: China y Rusia (en este último caso, fruto de ―entre otros aspectos, no únicamente― su potencia nuclear y la dependencia de muchos países de sus recursos naturales, para desvanecer las posibles dudas sobre si Rusia todavía es uno de los dueños). La Europa de la “democracia modélica”, como estamos viendo con el intento de resolución del conflicto de Ucrania, no está llamada a jugar en esta liga. Todo lo contrario. Trump se ha encargado de recordarle que la época de la Guerra Fría ha terminado, que las exigencias que ha puesto a Putin son claras, y que si Europa se siente amenazada y quiere mantener la fuerza militar que durante décadas le ha proporcionado en gran parte Estados Unidos, se la tendrá que pagar. La factura militar correrá a cargo, fundamentalmente, del ya diezmado gasto social y la desafección del grueso de la población de “la política de siempre” en caída libre, mi previsión es que aumentará.

Nos escandalizamos cuando escuchamos a los jóvenes manifestar escepticismo ―o ser directamente críticos― con el sistema democrático (sería más preciso decir con la democracia que han conocido). Pero cuando un joven pregunta “¿la democracia me va a permitir tener un salario digno, comprarme un piso y tener una pensión como la de mis padres?”, la respuesta honesta es que, con el sistema democrático actual, difícilmente. Es un modelo que precisa una reforma estructural radical, y tengo dudas razonables sobre la capacidad de reacción, la adecuación de la velocidad de la reforma, a la urgente necesidad de la misma.

Por supuesto la respuesta a la pregunta “¿la ultraderecha o un eventual sistema pseudodemocrático o dictatorial, me resolverá estos problemas?”, evidentemente, es que no. Pero los jóvenes actuales, por fortuna para ellos, esto no lo han probado. Los supervivientes del nazismo, del franquismo o de la Italia de Mussolini y los de la siguiente generación, la de mis padres, son cada vez menos. Y quedamos los que quedamos, con opiniones contrapuestas sobre los resultados de los últimos 10-20 años de gobiernos democráticos y lo que pensamos que es necesario hacer con ellos, en función de cómo le ha ido la película a cada uno de los que votan o se abstienen.

VIVIDORES DE LA POLÍTICA

La abstención, personalmente, la interpreto en una pequeña parte como “pasotismo”, y en gran parte, como rechazo al sistema. Y el voto a la ultraderecha, como una respuesta más o menos enfurecida a la incapacidad del sistema actual de dar respuesta y al deseo de rechazar lo que se percibe como una estafa.

Políticamente, el actual sistema democrático, lejos de conseguir reducir la desigualdad, la ha incrementado y ha malherido el mejor amortiguador de la misma: la clase media. Además, la percepción es que el actual sistema político es un títere en manos del verdadero poder: el económico.

Económicamente, hay cientos o miles de informes que señalan cómo la brecha entre ricos, cada vez más ricos, y pobres, cada vez más pobres, crece de forma incesante. Sirva como ejemplo el informe de OXFAM de hace cinco meses, según el cual el 1% de la población más rica del mundo lo es más (rica) que el 95% del total de la población mundial. La credibilidad de los políticos tradicionales está bajo mínimos en lo que se refiere a su capacidad de revertir esta tendencia perversa. La víctima de la decrepitud de unos y otros, es la misma: la clase media.

Los damnificados, la mayoría de la población mundial, canaliza el desencanto ―en algunos casos, la desesperación― con los posicionamientos políticos y/o comportamientos electorales descritos (Ver “Algunas opiniones de una joven española de 34 años”, del 25 de octubre de 2024).

Hoy escuchaba a Andreu Jerez, periodista experto en extrema derecha, coautor, entre otros, del libro El retorno de la ultraderecha a Alemania. Mientras un político catalán actual y algunos de los tertulianos presentes, se esforzaban por leer con optimismo el resultado de ayer de las elecciones alemanas, poniendo en valor que todavía era posible un “cordón sanitario”, Jerez ha sido contundente basándose en su opinión experta y dando argumentos que deberían hacer reflexionar. Si se concreta un gobierno CDU-SPD ―decía Jerez―, tiene como mucho cuatro años para, aparte de reformar la política migratoria diferentemente, revertir una de las crisis industriales y económicas más severas de la historia del país con todo lo que ha comportado para la población de menos ingresos y el elevado porcentaje de lo que fue una clase media que ya no lo es. De lo contrario ―y no parece una situación fácil de revertir―, Jerez pronostica que la ultraderecha seguirá creciendo y, tras las próximas elecciones, el “cordón sanitario” se romperá. Mi sensación es que Jerez ha puesto en evidencia el “bla, bla, bla” de los políticos presentes y el voluntarismo, para mi naive, de la mayoría ―no todos― de los tertulianos.

Ha añadido un dato que todavía me hace más difícil entender la (no) reacción (razonable) de los que se aferran a la mejora del sistema actual sin aportar ninguna idea (ni transmitir demasiada convicción) sobre cómo hacerlo: en los landers de la antigua RDA, donde los salarios, las pensiones y otros ítems clave, como los patrimonios familiares, son inferiores a los de los landers de la antigua, RFA, y en la totalidad de los primeros ha ganado Alternativa por Alemania. ¡¡¡La “miseria” (relativa, evidentemente, Alemania no es Haití) ha votado ultraderecha!!! El mensaje es muy claro, como para no entenderlo… ¡Por eso me saca de quicio seguir escuchando los argumentos de siempre para intentar justificar que esta situación se puede afrontar y revertir con “más de lo mismo” o, como mucho, alguna pequeña reforma! O haciendo apología de los “cordones sanitarios”, que a menudo suelen proporcionar mayorías absolutas a las víctimas de los mismos. ¿Qué más necesitan los políticos y miembros del establishment para reaccionar de verdad?

Teniendo en cuenta que son los mismos que, más allá de los discursos y las medidas tomadas de cara a la galería, son incapaces de proteger eficazmente el medio ambiente, o los que sin dejar de criticar ―con razón― a quienes, como la ultraderecha, niegan el cambio climático, y poca cosa concreta y eficaz hacen… Quizás no debería extrañarnos tanto, ¿no?

LA ESCOPETA NACIONAL

ANGELA MERKEL

Tal vez acabaremos dando la razón a Eudald Carbonell, cuando, después de estudiar el comportamiento humano, desde una perspectiva científica y filosófica, desde hace 2,5 millones de años, concluye que “¡la especie humana es imbécil!”.

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