He compartido mesa con Mariano Rajoy Brey en dos ocasiones. La primera con mis compañeros de la Fundación Barcelona, cuando Rajoy era ministro de Administraciones Públicas, con Aznar de presidente del Gobierno. Era a finales de los años 90, en un restaurante del Moll de la Fusta, de Barcelona. La curiosidad me ha llevado a querer consultar la fecha exacta en el libro de honor de la fundación, pero no lo tengo a mano ahora mismo.
Lo trajo, como invitado, Lluís Recoder, que había coincidio con él, durante años, como diputado en el Congreso, en las Cortes españolas. No tengo ningún recuerdo destacable de esa cena, más allá de haber compartido mesa con un hombre “campechano”, irónico, y algo “plasta” a la hora de reiterar evidencias, para no decir nada.
Sí me llamó la atención, en cambio, lo que comentó en una comida, en el Palau de la Generalitat, un día de julio de 1998, siendo Rajoy todavía ministro de Administraciones Públicas.
Por aquel entonces yo era secretario del Govern de la Generalitat y estábamos negociando con su equipo ministerial, creo recordar que el estatuto marco de la función pública. Ahora mismo no puedo asegurarlo. Sin embargo, mi pretensión no exige que la referencia sea precisa. Si no era esta ley en concreto, era otra que supuestamente debía ser primordial para los funcionarios. Recuerdo perfectamente que mi desencuentro con el borrador era absoluto, como con casi cualquier cosa relativa a la concepción, organización y funcionamiento de las administraciones públicas españolas. También la de la Generalitat.
Entre los presentes en la comida, mira por dónde, estaba Jorge Fernández Díaz, entonces secretario de Estado de Administraciones Territoriales, y Xavier Trias, entonces conseller de la Presidencia de la Generalitat, que acabaría teniendo problemas serios con el primero, por el tristemente famoso asunto de la supuesta cuenta bancaria de Trias en Suiza. Una cuenta inexistente, falsa, inventada y creada por la llamada “policía patriótica” de Fernández Díaz en el 2014, cuando este era ministro del Interior.
Aquel día de julio de 1998 comimos en una sala de reuniones, relativamente pequeña, adjunta al despacho del conseller Trias, a la que se accedía desde el Salón Sant Jordi.
El recuerdo que tengo de Rajoy es el de una persona muy tranquila, tremendamente irónica, lo suficientemente afable y cercana, de la que, si me hubieran dicho que le daba igual todo, no me habría parecido extraño. Bueno, todo, quizás no. Más allá de los temas clave para su propia supervivencia política, estaba muy interesado en la actualidad deportiva. Después de esa comida, me quedó claro que lo que había declarado, en un momento dado, sobre lo primero que hacía cada mañana, que era leer el periódico deportivo Marca, no era ningún boutade.
Fumando un puro habano del diámetro de un Churchill, pero de una longitud de entre veinticinco y treinta centímetros, nos explicó que cada tarde, después de comer, veía la etapa del Tour de France, tumbado en un sofá largo y cómodo que había en su despacho.
Ese mes de julio, aparte del Tour, en Francia se celebraba el mundial de fútbol. Rajoy nos explicó, con toda naturalidad, que le había dicho a su secretaria que bloqueara la agenda cada tarde durante la etapa del Tour, y también los días que jugaba la selección española, hasta la final del mundial, previendo, optimista como es, que “La Roja” pudiera ser finalista y, claro está ganar. No pasó de la fase inicial de grupos… Le añadió: “No me pase llamadas telefónicas. No estoy para nadie, excepto si llama el presidente Aznar”.
Nos explicó que bajaba la persiana del despacho hasta alcanzar la penumbra, se quitaba los zapatos, se aflojaba el nudo de la corbata y el cinturón, y se tumbaba en el sofá a mirar la televisión, fumando un habano como el que fumaba mientras nos lo contaba. Lo hacía con una ligera sonrisa pícara y aderezando la explicación con comentarios irónicos. Llegó un momento en que en aquella pequeña sala, la humareda era tal que no nos veíamos bien los unos a los otros y tuvimos que abrir una ventana, a pesar de que el calor de julio, justo a la hora de la siesta, se colaba en el interior.
Esta es la imagen que tengo yo de Rajoy que, ojo, que nadie avance acontecimientos, no es exactamente negativa. Soy de los que pienso que cualquiera que llega a la presidencia del Gobierno, alguna virtud tiene que tener, y probablemente más de una. Y lo sigo pensando hoy, pese a estar convencido de que la mediocridad de los políticos, en general, es enormemente mayor de lo que lo era, en conjunto, décadas atrás.
El detonante de este post ha sido los múltiples comentarios que he escuchado a raíz del primer artículo publicado por Rajoy —él lo llama, acertadamente, “comentario”— después de abandonar la política. Antes de seguir, reproduzco el mencionado “comentario” porque es lo suficientemente corto (y simple):
“Es mi primer comentario en la sección ‘Así fue (o no)’. Lo más importante es que el resultado de hoy ha sido magnífico, casi insuperable. 7-0. El partido todos lo han visto: superioridad total de España, Costa Rica no la tocó. Dos datos que merece la pena destacar: el golazo de Gavi y los inteligentes y buenos cambios para dar descanso y juego a algunos futbolistas importantes.
Un comentario para listos. Habrá quien diga: ‘Bueno, Costa Rica es Costa Rica’. Sí, pero Arabia Saudí y Japón eran Arabia Saudí y Japón y fueron capaces de ganarle a Argentina y a Alemania. Aquí no hay enemigo pequeño. Y ahora, lo que nos importa es el futuro. Solo una palabra: ¡Cuidado! El próximo es Alemania y Alemania es Alemania, el que antes ganaba siempre y hoy casi siempre”.
Yo diría que “sin novedad en el frente”. Que poco que añadir. La afirmación “Alemania es Alemania” está en la línea de las famosas “un vaso es un vaso y un plato es un plato” o del “es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde”. Me ha sorprendido que se haya suscitado tanto debate y que el tono haya sido de burla y/o crítico y/o de “escandalizarse” de que “alguien que escribe esto” (eufemismo para evitar decir indocumentado o directamente simplón), haya podido ser presidente de España, no me cuesta mucho imaginar a Rajoy mirándoles con cara de sorpresa y diciéndoles: “¡Hombre, es que España, es España!”.
Yo creo que Rajoy debe de disfrutar y, en su yo interior, troncharse de risa, escuchando todos estos comentarios y debates. Como hacía cuando se reía de todo el mundo, tumbado como un señor, fumando un puro de palmo, en el sofá de su despacho de ministro, viendo el Tour de Francia o “La Roja”.
Rajoy se lo toma todo con filosofía. No creo que nadie le haya visto preocupado, demasiadas veces, en serio, por nada. Mi opinión —no tiene más valor— es que ni siquiera le agobiaba mucho ETA, por decir algo, o el “procés” en Cataluña, o el Prestige y los “hilitos de plastilina”, por mencionar otros. Ni la unidad de España. Ojo, no digo que no tuviera un posicionamiento personal claro sobre estos temas. Digo que no se agobiaba, como no se agobia la mayor parte de gente cuando ve ahora las noticias de la guerra de Ucrania, a pesar de estar totalmente en contra. Otra cosa es que un presidente de España, a diferencia de un ciudadano común y corriente que mira las noticias, tenga que actuar, por convicción y/o, simplemente, para ser creíble. Apalear a catalanes el 1 de octubre de 2017, o aplicar el 155 en Catalunya, hace evidente que “con el orden constitucional, no se juega”. Si después de eso, en este caso Rajoy, por ejemplo, iba tan tranquilo a leer el Marca o a echar una partida de dominó con la secretaria, el chófer y el bedel, son cuestiones anecdóticas para este hombre de costumbres austeras y poco dado a la fanfarria y al hacerse ver.
Más allá del contenido del “comentario futbolero”, el título de la sección: “Así fue (o no)”, creo que también define perfectamente a Rajoy. Un gallego inteligente, que hace bueno el dicho de que a los gallegos los puedes diferenciar, porque cuando los ves en una escalera, nunca sabes si suben o bajan. Y también que las cosas son como son, o no, o todo lo contrario, y que esa posición filosófica, lejos de ser propia de un tonto, lo es de alguien inteligente.
Que Jordi Basté haya dedicado dos “davantals” (sección de opinión inicial de su programa en RAC1), dos, y buena parte de una tertulia a estos “comentarios” de diez líneas sin sustancia (o no), me parece una victoria de la inteligencia de Rajoy, que, como siempre, debe de estar literalmente, partiéndose la caja, viendo lo que pueden llegar a provocar sus tonterías. Porque él sabe que son “cosas de sentido común, sin más”.
Soy bastante escéptico con el oficio de tertuliano y con las tertulias. Y eso que en Can Basté acuden personas que respeto mucho, como Josep
Martí Blanch, Mònica Terribas, Jordi Bosch, Bernat Dedéu (sí, sí, he dicho Bernat Dedéu), Xavier Melero o Francesc Marc Álvaro (a pesar de que cada día parece más satisfecho de haberse conocido), por citar solo algunos. Entre los mencionados, incluso, tengo a más de un buen amigo mío. Pero, claro, a los tertulianos les pagan para que opinen de lo que saben, de lo que no saben, de lo que les parece y de lo que sea.
Basté decía que no se imaginaba a Merkel o Sarkozy haciendo artículos como los hace Rajoy “sin ton ni son”. Es una manera de decir que son “incomparables”, lo que me parece una obviedad. Porque Merkel es Merkel, Sarkozy es Sarkozy y Rajoy es Rajoy. Y cuando Basté afirmaba en forma de pregunta retórica, refiriéndose a Don Mariano, “yo no sé si le da igual todo (?)”, seguramente nos estaba diciendo lo que pensaba, sin decirlo explícitamente. A partir del momento en que lo compara con Merkel y Sarkozy, que han sido presidentes y que, por ahora, no se han dedicado a las reseñas deportivas “sin ton ni son”, lo que quiere decir Basté es que quizás hay razones para pensar que este “sin ton ni son”, podía aplicarse al Rajoy presidente de España. Un presidente al que quizás… “le daba igual todo”.
Ernest Folch metió de lleno el dedo en la llaga cuando dijo que los artículos “de tan impublicables, son publicables”. Una muestra de la inteligencia, la capacidad de divertirse a costa de los demás (también del tiempo que le dedican los tertulianos) y de vivir la vida sin amargársela, de Rajoy —aunque el comentario de Folch no fuera por aquí—. A continuación, Folch se horrorizaba de pensar que este señor fue presidente del Gobierno. Pues sí. Lo fue. Y lo fue, como he dicho, porque tiene unas virtudes claras. ¡Tan claras como las que tiene Pedro Sánchez o incluso Zapatero! Que nadie lo dude. Hablamos por no callar o porque el compromiso de hacer de tertuliano obliga a quien lo adquiere, a hablar de lo que toque. Insisto. ¡Cuidado con menospreciar las capacidades de Rajoy!
El que lo tenía más claro, entre los tertulianos que había, era el pícaro de Jordi Bosch que, muy astutamente, y con segundas intenciones clarísimas, empezó diciendo: “La respuesta a la pregunta retórica de Ernest Folch, ‘¿este señor es quien gobernaba España?’, la respuesta es sí, este señor es quien gobernaba España”. Quizás el único tertuliano que entendió qué quiere decir Rajoy cuando dice que “Alemania es Alemania”… A continuación, Jordi Bosch explicó que tuvo ocasión de cenar con Rajoy, cuando era jefe de la oposición, en casa de Concha García Campoy, y dijo “a mí me cayó muy bien”, pese a su “desidia” a la hora de abordar los problemas reales del país, entre ellos el de Catalunya. Pero le gustó lo que llamó “la faceta de humor absurdo” que, como dice Bosch, es muy de aquí, muy catalana. No puedo estar más de acuerdo. Rajoy gobernaba como vivía: inteligentemente, con desidia por todo lo que no se incluye en los contenidos del Marca y con ironía y buen humor. Y gobernaba —no lo olvidemos— porque los españoles lo decidieron en unas elecciones democráticas.
Amigos, no he cambiado, ¿eh? Soy yo. Estoy lejos de, más que la ideología propiamente dicha —que no estoy seguro si la tiene— de la ideología que expresa y pone en práctica Rajoy. Espero que entendáis el sentido profundo de lo que quiero expresar… Repito, no podía creer que estas personas tan capaces, dedicaran tanto tiempo al primer artículo en prensa de Rajoy, como expresidente. ¡Una charlotada para troncharse de risa! Que Basté se resista a creer —al parecer— que no puede ser que la frivolidad con la que escribe estos artículos sea la misma que empleó para abordar el problema catalán, me sorprende enormemente de él. De hecho, supongo que es una excusa para provocar un debate que debe de creer que da audiencia y, probablemente, la da.
Susanna Cuadrado acertó de lleno, manifestando que “el estilo es tan directo y tan llano que hace artículos que enganchan”. Ella lo pasó bien leyéndolo. ¿Cuánta gente le habrá votado por ser directo, llano y hacer reír? ¿Ahora va a cambiar, cuando por fin se decide a escribir en prensa? ¿Ahora será tan tonto de meterse en política, como tan penosamente hacen González y Aznar? ¿Quién es el más listo de todos? El que, aparte de seguir la recomendación de Franco (“Haga usted como yo, que no me pongo en política”), tiene el sentido del humor de escribir cuatro tonterías sobre fútbol, provocando la empatía de la gran masa de españoles enloquecidos por “La Roja”. ¡Este hombre es el más listo de todos y no puedo entender que no se den cuenta!
No me extrañaría que el hecho de que Jordi Bosch y yo tengamos en común haber compartido mesa con él, en un grupo reducido, en el que nuestro personaje estaba “suelto”, explique que coincidimos a la hora de esbozar el perfil de este hombre, que cae bien, sin que por ello le haya votado y me temo —me parece, ¿eh?, no sé— que Jordi Bosch tampoco.
En otro orden de cosas, pongo sobre la mesa un tema que merecería un monográfico que no descarto hacer en otra ocasión a través de uno o varios post: el difícil papel de los expresidentes y de los expolíticos en general. El perímetro de la temática es amplio. ¿Cómo aprovechar la experiencia y el conocimiento de los ex que sí que tienen? ¿Cómo se tiene que ganar la vida esta gente que, a los cuarenta, cincuenta o sesenta años, pueden quedarse en paro? ¿Cómo desterrar, sin matices, el mantra de las “satánicas puertas giratorias”, sin pagarlo caro? ¿Hacemos bien poniendo dificultades, de facto, en la reinserción socio-laboral de esta gente?
Rajoy, para mí, ha sido el expresidente más virtuoso en un sentido muy concreto: abandonar todos los cargos y la política inmediatamente después de ser expulsado por una moción de censura, y volver a su trabajo. Porque este señor, a diferencia de algún otro expresidente, tenía experiencia profesional previa.
Se incorporó a su plaza de registrador de la propiedad en Santa Pola y, eso sí, desconozco cómo, en treinta y seis días logró el traslado a Madrid. (En la misma orden de traslado figuraba una hermana suya, también registradora de la propiedad, que pasaba de Getafe a Madrid).
Alguien dirá que “es que era funcionario”. También lo es Aznar y nunca ha vuelto a trabajar de inspector de Hacienda. Como Felipe González —que, como Aznar, no está claro de qué “trabajan”, o quizás lo está demasiado…— Aznar se ha dedicado a inmiscuirse sin respeto ni pudor en la política, desacreditando caústicamente a quien le ha convenido, incluidos los de sus propios partidos, especialmente sus sucesores en el cargo. Rajoy no ha dicho ni mu. No ha hablado públicamente de nadie, ni ha hecho proselitismo político. No se ha dedicado a ir dando lecciones a diestro y siniestro.
Zapatero ha estado entre esos dos extremos. Discreto y, en general, respetuoso y positivo en sus escasas intervenciones, como que, prácticamente, se puede decir que nunca llegó a trabajar de nada, (excepto una breve temporada como profesor, —de muy joven fue elegido diputado—), no pudo volver a su —inexistente— profesión, como ha hecho Rajoy. Tuvo que vivir del Consejo de Estado —los expresidentes son miembros natos—, hasta que le nombraron presidente del Institute for Cultural Diplomacy Foundation, con sede en Berlín, sin que su desconocimiento de ningún idioma más allá del castellano, haya supuesto ningún inconveniente.
Felipe González también fue miembro —incluso lo presidió— del Consejo de Estado, y Aznar es miembro vitalicio desde el 2020. Rajoy es el único que en ningún momento se ha aprovechado de esto, y no hemos sabido nada más de él, hasta que ha publicado este “comentario” futbolístico estrambótico, en el digital Eldebate.com. Personalmente, me quedo con esta actividad más lúdica e inofensiva que la de otros expresidentes. Bajo mi punto de vista, “chapeau” y que dure.
También hay quien ha manifestado que Eldebate.com es un medio que defiende la unidad de España, la monarquía y el orden constitucional. De acuerdo. Pero, claro, ya nos imaginamos que no es esperable que Rajoy publique, por ejemplo, en Vilaweb, en el ARA, o en Serra d’Or, ¿no? ¿Qué podía haberlo hecho en el Marca? Quizás sí (o quizás no).
El azar hizo que una vez cenara con el expresidente Felipe González en Montevideo y en otra ocasión volara con el expresidente José María Aznar, con Iberia, de Miami a Madrid.
Confirmo que González es un “animal político” de mayor envergadura que Aznar y menos arrogancia y prepotencia. Un estadista. De los expresidentes con los que he podido tratar personalmente, en el sentido de hombre de Estado, del nivel de Pujol, cuya cultura y conocimiento enciclopédico, por cierto, no los tiene González. En cambio, González tuvo un Estado para hacer de hombre de Estado y Pujol, no.
De Aznar, puedo decir que no me pareció que hablara catalán, ni en la intimidad.
Para confirmarlo, acabo como he empezado, refiriéndome a una cena de la Fundación Barcelona, en este caso, con Josep Piqué —no puedo precisar si en ese momento era ministro o exministro— como invitado.
Antes de seguir, actuando en defensa propia, y curándome en salud, recordaré que lo que escribo son “papeles privados”, que cuando me he puesto a ello, he considerado la reflexión de mi amigo oncólogo que ha visto morir a demasiada gente, sin tener tiempo de compartir experiencias vividas y, finalmente, he considerado que ha pasado tiempo suficiente para poder explicar algo de aquella cena, que sin ser un secreto de Estado, tiene su gracia.
Un fin de semana en el que el presidente Aznar y su esposa, invitaron informalmente a la Moncloa al ministro Piqué y su esposa, el segundo día de convivencia, el presidente ya no pudo más y en un momento que estaba a solas con Piqué, y refiriéndose a los instantes de conversación a dos entre Piqué y su mujer, le preguntó: “Oye, pero vosotros, ¿siempre habláis en catalán?…”. Se confirma que el hecho de hablar catalán le parecía extraño, incluso en la intimidad del matrimonio.
Y es que, como diría sabiamente Rajoy: “España es España” y “Catalunya es Catalunya”, porque por alguna razón, “un plato es un plato” y “un vaso es un vaso”.
Estoy deseoso de leer el siguiente comentario sobre la selección española, después de que hoy haya sido eliminada del mundial de Qatar, por la marroquí. No sé si la cosa puede ir por “siempre nos quedará Ceuta y Melilla” o no. Y es que a los hombres inteligentes, es mejor intentar entenderlos que interpretarlos…