Domingo 14 de noviembre de 1999
Ha atardecido. Estoy cansado. La jornada ha terminado. Ha parado de llover. Me pongo la americana. Salgo a la plaza. Comienzo a caminar. “¿Voy a cenar?”. No lo sé. No tengo ni idea. El suelo está mojado. Me veo reflejado en el cristal de un escaparate. Estoy más delgado. Los ojos de apariencia melancólica, delatan mi cansancio. Es un cansancio que viene de lejos…
¡Eh! ¡Ojos cansados que parecen melancólicos, sí, pero brillantes, vivos, alegres! Estoy contento de vivir y de sentirme vivo. No está mal. ¡Tengo 41 y, a pesar de estar sometido a un “altísimo voltaje”, aún me siento vivo!
Es un sentirse vivo diferente de aquel de la verbena de San Juan de 1969, o de aquel día de mediados de diciembre de 1976 en el campus de Bellaterra o del 13 de diciembre de 1987 en Montreal, o…
Paseo sin rumbo. No sé cuál es mi destino. “Si voy a casa, pondré jazz y…”. El día es gris y fresco. “Escuchar jazz meloso desde la butaca del ‘corner’. Quizás sí. Pero si lo pienso bien… Ya tendré tiempo… ¡Supongo!”.
Sigo caminando. Camino cerca del puerto. Siento la humedad en el cuerpo.
Caminar. Caminar por Westmount, pasear por Georgetown, pasear por Sausalito, caminar por Venice, por Carmel, por la orilla del Mississippi, por Ciudad Juárez, por Albuquerque, por el Soho, por México DF, por Caracas, por Carrasco, por Valdivia, por…
Pero no. Ahora camino por Barcelona. Ya no tengo ese sentimiento de comerme el mundo de aquel día gris y con niebla del mes de diciembre de 1976 en el campus de Bellaterra. Pero me siento vivo, estoy vivo e intuyo que me quedan muchas cosas por hacer.
Un poco despeinado, me he soltado la corbata y me siento liberado de algo. Hace rato que veo la estatua de Colón acercarse. Camino abstraído. Noto cómo floto. El tiempo se ha detenido. Camino y voy sintiéndome progresivamente descansado. No noto el cuerpo y cada vez estoy más relajado. Tengo los ojos clavados en la estatua de Colón, que no para de acercarse. Me siento serenamente feliz y me gustaría transmitírselo a alguien.
Me pongo la gabardina de forma mecánica, inconsciente, y echo el cuello de la misma hacia arriba. El contacto del cuello de la ropa con mi propio cuello, la mandíbula y las orejas, me provoca un cosquilleo agradable. “¡Ah! ¡¡¡La política no ha acabado conmigo!!!”. Sigo creyendo que muchas cosas son posibles.
Por un instante tengo la sensación de que hace falta poco para ser feliz. Una mirada, unas palabras, un ambiente, una silueta, un perfume, un trocito de cielo, una luna llena, la sonrisa de un extraño o la lluvia del mes de mayo… ¡Muchas cosas gratuitas o muy baratas, pueden hacer feliz!
Detecto demasiada gente prisionera de sus circunstancias, incapaces de vivir en libertad. Activamente ocupados en encadenarse, en ni ver ni querer ver más allá: ¡¡¡TIENEN PÁNICO DE LA LIBERTAD!!! Yo tengo pánico a perderla. Esta soledad flotante, me hace sentir libre. Mis ojos cansados no son aquellos de hace 20 años. ¡Pero aún brillan! ¡¡¡Aún son ojos ilusionados y esperanzados!!!
Finalmente llego a casa. Me siento en el sofá del corner, tiro la corbata al suelo. Me enciendo un cigarro, mientras vierto en un vaso sin hielo ron nicaragüense, Flor de Caña. Escucho jazz. El piano de Tete Montoliu me traslada lejos, al festival de jazz de Newport. ¡Ahhh! Aquel negro que transformó el Main Street en un órgano de percusión… Sigo viéndolo picando y repicando farolas, mesas y sillas de bares, botellas de estos bares, todo lo que encontraba…
“¡Hey! Tú, sí, sí, tú, ¿quieres acompañarme? ¿Dónde? ¿Dónde dices? No importa, ¿no? No sé qué decirte. ¿Perdón? ¿N-o s-a-b-e-s q-u-é d-e-c-i-r-m-e-e-e?…. ¡Claro! ¡¡¡No sabes qué decirme!!! (jajajaja). Dice que no sabe qué decirme… ¿Pregunta dónde? ¡Qué cosas!
Bueno, no te preocupes. Yo, a ciencia cierta, tampoco sé a dónde voy. ¿Pero sabes? No hace falta que digas nada más. Solo te propongo que pasees un poco conmigo… ¿Tienes miedo? ¿De qué? Sí, claro, es verdad que es un paseo por la libertad. ¡Y eso te da miedo, claro! ¿Y si no hablas y simplemente escuchas? De hecho no hay que decir mucho, ¿no? Solo escuchar. Estar relajado, sentirse libre, ser feliz, pasear, mirar, sonreír, sentir, amar, acariciarse las puntas de los dedos, seguir paseando, al menos creer que eres libre, transmitir sin hablar, no romper el silencio… ¿Qué? ¡Ah!… Sí… Ya… Claro, claro. Bueno, bueno, ya entiendo. Es tarde, claro. Te duelen los pies, claro. Tienes que ir a comprar unas pastillas. Tienes una llaga en el duodeno. Tu amante es celoso. Tu hijo que vive en New York, ha venido a visitarte. Y, además, tienes que llevar la salamandra al veterinario. Entiendo…
¡¡¡Noooo!!! ¡Solo faltaría! ¡No te preocupes! Iré a pasear solo. Tete es ciego y toca el piano. Yo estoy mutilado por tu ausencia, pero puedo seguir paseando solo por todo el mundo. No pasa nada. No pasa nada. No sufras. ¿Qué dices? ¿Que me quieres? Quizás sí… Sí. Es bonito… Yo también te quiero a ti, y a la vida, y a la estatua de Colón, y a la niebla, y la humedad, y al piano de Montoliu, y a la humanidad y al cosmos. Pero ahora no se trata de eso. No quiero saber si me quieres o no. En cierto modo, me da igual. Solo quiero pasear contigo. Sin tener que decir nada ni que me tengas que decir nada. Me gustaría sentir tu libertad desde la mía. Compartir sentimientos un rato. Sin explicarlos, que no quiere decir sin explicitarlos. No es necesario que los intentemos explicar… O sí. Pero da igual. Es que es mucho más sencillo que todo eso. Es… Es… Es, sencillamente, vivir. Hace veinte años lo hacíamos. ¿Te acuerdas? El tiempo no existía. No había muchas preguntas. Ni grandes demandas ni requerimientos. Ni ninguna obligación. Simplemente era el disfrute de sentirse libre y ser feliz. Sí, sí, ya lo entiendo… Ahora todo es más difícil. Y, además, tu primo se ha suicidado con arsénico… Una pena…”.
De repente tengo frío. El salón se ha llenado de silencio. La pequeña luz del extremo opuesto al corner en el que estoy sentado, agrede a mis ojos. Mi boca sabe a nicotina y el ron me ha provocado dolor de cabeza y ardor de estómago. Tengo pis. Estoy cansado. Mis ojos parecen un poco más tristes. Sigo disfrutando de la soledad y de la libertad, pero ahora me siento más esclavo de mi cuerpo y de sus miserias. Me doy cuenta de que son las tres y media de la madrugada y estaría bien seguir soñando, pero en la cama.
¡¡¡Es el momento de pedir a la Omnipotencia que me ayude a seguir siendo un hombre libre durante muchos años!!!
___________________
Viernes 28 de agosto de 2020
Esta es la segunda vez que reproduzco en este blog un escrito de hace muchos años. ¿Por qué y por qué ahora? Sinceramente, no lo sé. Me ha atraído su carácter onírico, quizás…
Hoy hace seis años que murió mi padre, Enric Via Bertrán, y 22 que murió mi primo Josep Via Boada. Pero no creo que tenga nada que ver. Quizás mínimamente, si pienso en cómo murió mi primo…
Casi nunca releo las cosas que he escrito y conservo escritos desde los 14 años. No sé qué opinaréis vosotros, pero me parece que el estilo es muy diferente al actual. Reconozco perfectamente al personaje del escrito, pero me cuesta más reconocer al escritor.
Se trata de un escrito hecho mientras fui secretario del Govern y de Relaciones con el Parlament de la Generalitat de Catalunya y se refiere a un paseo primero y posterior espacio de descanso en casa, saliendo de mi despacho del Palau de la Generalitat. Al cabo de 47 días exactos de escribirlo -como ya intuía el día que escribí estas líneas- dejaría para siempre la política institucional y la política de cualquier tipo con contadas excepciones, que cada vez
me contrariaban más. Hoy en día, la política me entristece más que nunca y no me ayuda en mi esfuerzo por confiar en los humanos.
Me ha sorprendido no encontrar redactado el momento en el que cuando me acercaba a la estatua de Colón, el colonizador desapareció completamente sumido en la niebla. Recuerdo perfectamente la sensación de que la estatua cada vez estaba más cerca y, cuando se hacía más visible la silueta del navegante, se difuminaba, hasta desaparecer. Estaba seguro de haberlo escrito, pero no. No lo escribí. ¡Qué cosas!
¡Por cierto! Os comento que al final fracasé -sin llegar a morir- en el intento de comerme el mundo. Eso sí, se me acabo indigestando…