En mi último post (ver “Agosto 2020. Un mes extraño, un año extraño” del 11 de agosto de 2020 me surgió espontáneamente reproducir el comentario de un amigo escritor, conocido, buen escritor, que decía que “la buena literatura no puede ser ‘azucarada’”. Me disponía a abordar temas familiares, entre ellos la reciente muerte de mi prima Anna Ma. Via. Sabía que del escrito se desprenderían sentimientos e intuía que esto podía suponer más o menos dosis “de azucar”.
Acto seguido quise aclarar que nunca he considerado que lo que escribo en este bloc sea literatura -de hecho, ni me había parado a pensar nunca en esta cuestión- y esto desató un alud de comentarios al respecto que desbordaron el propósito central del post y que, confieso, que me sorprendió que el comentario diera tanto de sí.
Como consecuencia de dichos comentarios, supe de la existencia de un género literario denominado “Papeles privados” e, interesado en el tema, encontré el libro “Papeles privados. Ensayo sobre las formas literarias autobiográficas”, de Enric Bou.
En la respuesta a un comentario que se puede leer en el post mencionado, reproducía un fragmento del libro de Bou:
“(…) Decidí hace tiempo iniciar -y, ahora, recopilar- unas reflexiones mínimas sobre literatura autobiográfica, siguiendo el hilo conductor que marcan las formas más establecidas y con un prestigio reconocido: memorias y autobiografías, diarios, epistolarios y libros de viajes. Todos estos son textos que han recibido una atención desigual, pero que han sido leídos casi siempre desde una posición de intensidad, porque dejan al descubierto parcelas de la vida privada de quien los escribe, y por el efecto de espejo que tienen, sirven para indagar en la vida de quien los lee…”.
Añado un par de fragmentos más:
“Josep Pla se deconstruyó a sí mismo cuando se quejaba amargamente de la poca presencia de los epistolarios y memorias en las letras catalanas (…). Aquí es necesario introducir la noción del peligro asociado a este tipo de textos”.
Sobre este “peligro”, he hablado en varios posts de este blog, relacionándolo, sin embargo, siempre, con los límites de lo íntimo y lo que es conveniente hacer público o no. Pero hay otros peligros… Sigo reproduciendo:
“Estos textos pueden ser leídos como ‘confesiones’ literales, y, por tanto, peligrosas, ya que comprometen la vida y el futuro político del que las escribe. En este sentido, seguro que la falta (mejor dicho, la menor presencia) de ejemplos de textos del ‘yo’ en culturas como la catalana o la española responde en buena medida a una precaución de quien los podría haber escrito (…). También en el caso de textos conocidos, la autocensura puede afectar sustancialmente a la forma en que un texto es escrito. (…) Es evidente que a la literatura catalana no le falta este tipo de dedicación (…). Si acaso se puede aludir a la menor presencia pública del género en Cataluña (y en España) (…) por las vicisitudes políticas por las que ha pasado el país: guerras, revoluciones, dictaduras, censura, etc.”.
El autor, que escribe este texto en el año 1992, se refiere a que estas cosas (represión, censura, autocensura) “han pasado hasta hace cuatro días”. Si escribiera hoy sobre el tema, debería sustituir el tiempo pasado “han pasado”, por el tiempo presente “pasan”. No olvidemos que en pleno 2020 en España, hay presos políticos y exiliados, por sus ideas.
¡Admito que, en mi caso, la sensación de peligro, ha hecho que me haya autocensurado a la hora de escribir sobre según qué, en según qué momento, en este bloc o simplemente haya optado por no publicar determinados posts, o directamente haya decidido ni siquiera escribirlos!
Con alguna excepción, no he escrito sobre política desde el año 2015… Realmente, he perdido interés, de forma creciente, por la política. En ocasiones, ha llegado a repugnarme a más no poder. Pero aparte del desinterés y la pérdida de respeto hacia la mayor parte de políticos y su manera de hacer -cualquier cosa que hubiera escrito habría tenido una carga de desafección extrema-, ha habido también razones vinculadas a la actuación de la cúpula del Poder Judicial con los independentistas -subrayo “cúpula” para diferenciar claramente de la inmensa mayoría de jueces, fiscales y funcionarios judiciales que actúan con independencia, imparcialidad y rigor- y al funcionamiento aún hoy, dudosamente democrático, de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y de los servicios de Inteligencia, en cuanto al respeto a las libertades. Soy de los que pienso que, por muchas razones, pero también por las que acabo de mencionar, España es una democracia formal, pero no real. Se trata de una seudodemocracia de bajísima calidad.
El acuerdo político entre -fundamentalmente- el PP y el PSOE, como procedimiento central para designar, por ejemplo, a los magistrados del Tribunal Constitucional, o los del Consejo General del Poder Judicial (pensando sobre todo en los nombramientos de los miembros del Tribunal Supremo y de la Audiencia Nacional), o los del Tribunal de Cuentas, es un mecanismo que, lejos de garantizar la independencia del poder judicial del político, facilita la politización de la justicia y la judicialización de la política.
La justicia en España, desgraciadamente, no es igual para todos. No es igual para los miembros de “La Manada” (entre los que hay un militar y un guardia civil), que para los jóvenes de Altsasu o para los ultras de extrema derecha que asaltaron -estos sí- con violencia, y no solo verbal, la sede de la delegación de la Generalitat en Madrid el 11 de septiembre de 2013.
Cuesta poco condenar a Atutxa o Otegui, pero en cambio no fue posible averiguar quién podía llegar a ser el señor X, vinculado al gobierno de Felipe González, que estaba detrás del terrorismo de Estado de los GAL que, además de secuestrar y asesinar a etarras (y a otras personas ajenas a ETA, por error, como Segundo Marey), calcinó a los presuntos etarras Lasa y Zabala. El ministro de Interior de la época, José Barrionuevo, y el secretario de Estado de Seguridad, Rafael Vera, por el caso de los GAL, fueron condenados y encarcelados por secuestro y malversación de caudales públicos. Por cierto, estuvieron menos días en la cárcel de los que llevan encarcelados los jóvenes de Altsasu. A pesar de la dependencia jerárquica, Vera/Barrionuevo/presidente González, aún hoy no se quiere saber quién es el Sr. X. Tan difícil como averiguar esto fue y sigue siendo, descifrar quién leches sería un tal M. Rajoy que aparecía en los papeles de Bárcenas. ¡Tampoco se ha conseguido saber!
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) anuló las sentencias condenatorias de la justicia española contra Atutxa y Otegui (¿quién le restituirá los seis años pasados en prisión?), del mismo modo que pienso que anulará las dictadas contra los presos políticos catalanes y los requerimientos hechos a los exiliados. El problema es que antes se habrán marchitado en la cárcel -y en el exilio- como Otegui o Sandro Rosell.
En relación al caso GAL, el mismo TEDH ratificó la condena a Barrionuevo.
Siguiendo la misma lógica, me temo que la sentencia contra el presidente Jordi Pujol, potencialmente, puede ser muy diferente de una eventual
sentencia contra el rey emérito, si es que llega a ser investigado y, en caso de ser investigado, se decide juzgarlo. No creo que nada de esto ocurra en España. Quizás sí en Suiza, donde la independencia del poder judicial de la política -igual que pasa en Bélgica, Alemania o Escocia, por citar tres ejemplos, “al azar”- es absoluta.
En cuanto a Pujol i Soley, estoy convencido de que, a menos de que se retuerza la interpretación de la ley hasta extremos tan flagrantes como los que hemos visto en el juicio del procés o los que llevaron a Sandro Rosell a la cárcel, no podrán probar nada contra Jordi Pujol i Soley. Desgraciadamente, vivimos en un país en el que la presunción de inocencia, es selectiva. La mayoría de tertulianos standard –a menudo tan indocumentados como osados para hablar, aparte de lo poco que saben, de lo mucho que desconocen absolutamente, sin sonrojarse i sin que les suden las manos- los Media, algunos grupos de poder y los buitres habituales, ya lo han condenado antes de ser juzgado.
La autocensura que me impongo, hace que lo deje aquí. Pero un día daré mi opinión sobre el caso Pujol y lo que ha llevado a hablar de su familia, como una “organización criminal”. De momento diré solo una cosa, que la digo desde el conocimiento que tengo del personaje, por el hecho de haber sido secretario de su Govern y haber trabajado codo con codo con él: si algo no ha interesado nunca a Pujol, y nunca es nunca, esto ha sido el dinero. Él quería el poder y quería pasar a la historia como un estadista. No quería dinero. Nunca movió un dedo por dinero y, por este motivo, si hay alguna posibilidad de que el juicio sea justo y desvinculado de la política, no le podrán condenar. Me puedo creer perfectamente que si su padre lo conocía y lo quería, le hubiera dejado un dinero en el extranjero ya que, la posibilidad de tener que salir del país con una mano delante y una detrás, cuando ya tenía varios hijos a los que alimentar, era alta. Si este dinero no fue nunca declarado a la Hacienda española, es posible que se haya producido un delito fiscal por pasiva, y por no haberse preocupado nunca, ni lo más mínimo, de lo que tenía ni de lo que dejaba de tener. En cuanto al resto, pregunten al ex-comisario Villarejo y a las cloacas del Estado…
Al contrario que el presidente Pujol, no conozco a Juan Carlos I. He coincidido con él dos veces a lo largo de mi vida, pero no lo conozco. No puedo hablar en términos, digamos, personales. Por eso he recurrido a opiniones e informaciones de José García Abad, conocedor en profundidad de la transición democrática española, de la monarquía, del rey y de todo lo que la ha rodeado.
Él, como muchos otros que conocen bien a Juan Carlos, hablan de -en el extremo opuesto a Pujol- su afición por el dinero y la explican desde el punto de vista de la dimensión humana del personaje. No hace mucho decía García Abad: “Juan Carlos, que había pasado penurias en el exilio de Estoril y aún más cuando vino a España tras el acuerdo de Franco con Juan de Borbón, quiso hacerse un capital” .
Personalmente, tengo la sensación que Juan Carlos I -al contrario, por ejemplo, de la Reina de Inglaterra-, cuando debutó no disponía de patrimonio personal. En función de su trayectoria y de lo que supuso en primera instancia para propiciar un cambio en España, fue convenciéndose íntimamente, legítimamente en su escala de valores, en su fuero interno, de que “qué menos que después de lo que he hecho yo por el país, que recibir regalos de aquí o de allá o aportaciones o comisiones de un tipo o de otro”.
El propio García Abad explica que siendo presidente del Gobierno Felipe González, este pensó en la posibilidad de regular legalmente, normativamente, los regalos recibidos por el presidente del Gobierno y por el rey. Cuando le consultaron a Juan Carlos, se ve que gritó: “Ni hablar, ¡encima de que estoy todo el día pringando!”.
Me parece del todo evidente que él estaba convencido de que lo que aportaba a España, era mucho más de lo que recibía de España. Cuando un grupo de empresarios catalanes y baleares le regalaron el yate Fortuna 3 (el primero se lo regaló la familia real saudí y el segundo el propio rey Fahd de Arabia), cada uno de ellos puso 100 millones de las antiguas pesetas hasta completar el coste total de 3.500 millones de pesetas. ¡Juan Carlos estaba agradecido, pero a la vez obsesionado y celoso de la capacidad económica de aquellos “hombres generosos” en relación a la suya!
La posición personal del rey ahora emérito, coincidía con una necesidad de España de basar la democratización, en un sistema en el que la monarquía era una pieza fundamental. No en vano, el artículo 1.3 de la Constitución española señala que “la forma política del Estado español es la monarquía parlamentaria”, término este último, “monarquía parlamentaria”, que casi cuatro décadas después me parece casi un oxímoron.
Esto situó a la monarquía como piedra angular de un sistema político que con el tiempo se ha visto atrapado en su propia obsolescencia. De hablar de transición democrática ejemplar, hemos pasado a hablar, peyorativamente, de régimen del 78 como el que ha propiciado una democracia de bajísima calidad, una especie de franquismo 2.0 o dominio del franquismo sociológico.
Esta necesidad llevó a determinar también la inviolabilidad de la figura del rey. Si juntamos, entonces, las necesidades de ese Estado con las aspiraciones personales del rey -como decía, estoy convencido de que desde su punto de vista íntimo, legítimas y merecidas-, el resultado podría ser que este, por ser quien es y beneficiarse de la inviolabilidad, pueda hacer y deshacer sin ningún tipo de control ni obligación de rendir cuentas a nadie. Sucumbir a la tentación de viajar con maletines de billetes de 500 euros, cuando eres inviolable y vuelas en jets privados o aparatos de las Fuerzas Armadas y los controles (reales o supuestos) los pasas en el peor de los casos en salas de autoridades, puede ser una consecuencia de esta combinación diabólica. Quiero decir que si esto ha pasado -como se desprende de lo que ha dicho y escrito García Abad y otras personas que han conocido a Juan Carlos-, ha sido porque a todo el mundo le ha convenido. La estabilidad del entramado institucional de la nueva España (1975) precisaba preservar la figura del rey y el rey precisaba hacerse un patrimonio y fue convenciéndose, honestamente, de que tenía derecho a ello.
El régimen del 78 hace años que huele a podrido, pero sigue perseverando en aquella arquitectura institucional, ahora ya del todo caduca, aunque, como mínimo, ni Vox, ni PP, ni Ciudadanos, ni PSOE, quieran cambiar nada de nada . Todo lo contrario. ¡Cada día nadan más contracorriente, aunque la corriente cada día les venga más en contra!
A todo esto, ERC disimula mientras espera si le cae algo del cielo, los podemitas parecen más cómodos en los despachos y coches oficiales y viviendo en mansiones en La Moraleja que acampando en la Puerta del Sol con los camaradas del 15M y el PNV, mientras le funcione el pase por caja a cobrar, mirará hacia otro lado, como lo harán ERC y Unidas Podemos
Para hacer prevalecer, sí o sí, el régimen del 78 -que hoy en día es tanto como promover o al menos aceptar la involución democrática-, para tener éxito en esta navegación contracorriente, ahora el objetivo es preservar el rey Felipe VI, y si para eso hay que borrar la incómoda figura de Juan Carlos, lo que haga falta. “A rey muerto, rey puesto”, y Juan Carlos ya “está muerto”. No son pocos los que, si algún día de estos sufriera “un accidente” que acabara de verdad con su vida, no se sorprenderían.
Si la sociedad española está aún muy dominada por el franquismo sociológico, las cloacas del Estado transmiten mucha nostalgia del franquismo. Los GAL, ya no se llaman GAL, pero existen. Los que hay y lo que hay detrás de los que gritan “a por ellos” y los propios vitoreados en su viaje hacia el “Piolín” de turno, no son muy diferentes de los grises, ni de los sociales ni de los torturadores de la comisaría de Via Laietana -y tantas otras-, del franquismo. Y si se trata de enterrar en cal viva, para salvar la visión, todavía predominante, de la España de siempre, pues se hace.
Juan Carlos, desde la perspectiva de su integridad, hace bien en no explicar dónde está y hará bien si no se fía ni de los guardaespaldas que lo acompañan puestos por el Ministerio del Interior y pagados por todos nosotros.
Este es el primer post de una serie, no sé aún, si de uno, dos o más posts. Para los que os detengáis aquí, leáis este post pero no los siguientes, me parece de justicia, ya que he mencionado opiniones de García Abad y mencionaré más en los siguientes posts, quiero dejar constancia de lo que este
autor dijo recientemente en el “ARA”, refiriéndose a la carta hecha pública el lunes 3 de agosto, por el rey emérito, en la que este dice que “se va de España por su comportamiento privado”. García Abad defiende que no es así, porque “la institución monárquica es personal y el rey es jefe de Estado las 24 horas del día”. “Su obligación de tener un comportamiento ejemplar no ha sido nada ejemplar” (continuará).
Segueixo pensant que els teus articles parlen dels teus records, experiències personals i coneixements. Alguns són més narratius i de ficció però la majoria parlen de tu. Si escrius al teu blog és perquè t’agrada i ho necessites. A mi m’agrada com escrius i el que expliques i per a mi és un tipus de literatura ja que és una manera com una altra d’escriptura sigui ensucrada o no. No tots els teus escrits són ensucrats, al contrari. Jo, egoistament, t’animo a que continuïs escrivint!
Gràcies pel comentari Montse! La veritat és que em mantinc força indiferent respecte a si el que escric és o no literatura. Com explico, el debat m’ha sorprès a mi mateix i he aprofitat l’aportació feta sobre el gènere “Papers privats”, per reconèixer que vivim en un Estat falsament democràtic, en el que les llibertats bàsiques continuen estan amenaçades i et pots veure represaliat pel que penses. De manera que escriure, pot esdevenir un risc. Jo, aquest risc, l’he sentit molt a prop!!!