Intentando colgar una información en Linkedin, me aparece una foto que me transporta a otra época. Concretamente a cuando era estudiante de Medicina. Es la foto que llevaba pegada con Aironfix en la carpeta que usaba para ir a clase. Una foto de dos judíos emblemáticos: Charles Chaplin y Albert Einstein.
En el pie de la foto se reproducía una famosa conversación entre los dos personajes.
Einstein: “Lo que más admiro de su arte es que usted no dice una palabra y sin embargo y todo el mundo te entiende”.
Chaplin: “Cierto, pero su gloria es aún mayor; el mundo entero lo admira cuando nadie entiende una palabra de lo que dice”.
Recomiendo la fotografía con el diálogo y una amiga me contesta: “¡Una conversación genial! ¿Es real? ¡Se inventan tantos dichos atribuidos! En cualquier caso ‘si non è vero è ben trobatto’”.
Yo respondo: “Es real”. De hecho lo digo porque hace años que la conozco y la tengo interiorizada como que sucedió. No he investigado más… Esto me podría llevar a hablar del drama de las fake news, de las noticias tergiversadas, de lo peor de la “información”, de la facilidad y velocidad con la que cualquier cosa, cierta, falsa o media verdad, corre por las redes… Pero no. Recupero el hilo, que no es otro que el de poner en valor un pequeño instante feliz, recordando la conversación entre los dos judíos, sí, pero sobre todo la foto que me transporta a caras, recuerdos y sensaciones de la Facultad de Medicina.
El mismo día escucho las últimas palabras que se atribuyen a Steve Jobs antes de morir. Steve Jobs murió en el 2011 y parece ser que este escrito apareció en el 2015, motivo por el que muchos ponen en duda que sean suyos. En cualquier caso, como decía mi amiga sobre la conversación Einstein-Chaplin, “si non è vero è ben trobatto”.
“He llegado a la cumbre del éxito en los negocios. A ojos de los demás mi vida ha sido el símbolo del éxito. De todos modos, aparte del trabajo, siento poca alegría. Finalmente, mi riqueza no es más que un hecho al que estoy acostumbrado.
Actualmente, recordando toda mi vida desde la cama del hospital, me doy cuenta de que todos los elogios y las riquezas de los que estaba tan orgulloso, se han convertido en algo insignificante ante la muerte inminente (…). Solo ahora cuando he acumulado dinero suficiente para toda la vida, entiendo que hay que perseguir otros objetivos no relacionados con la riqueza. Cosas más importantes: por ejemplo, historias de amor, arte, los sueños de mi infancia…
No dejar de perseguir la riqueza, solo puede convertir a una persona en un ser retorcido, como yo.
Dios nos ha formado de manera que podemos sentir el amor en el corazón de cada uno de nosotros, y no ilusiones construidas por la fama ni el dinero que he ganado y que no me puedo llevar conmigo. Solo me puedo llevar los recuerdos fortalecidos por el amor. Esta es la verdadera riqueza (…).
Las cosas materiales perdidas se pueden encontrar. Lo que no se puede recuperar cuando se pierde es la vida. Sea cual sea la etapa de la vida en la que estemos, al final tendremos que afrontar el día en el que bajará el telón.
Que tu tesoro sea el amor hacia tu familia, el amor a tu marido o tu esposa, el amor a tus amigos…
Trataos bien y preocupaos del prójimo”.
Ayer, como suele pasar en la vida, el día estuvo caracterizado por la alternancia de nubes y sol. Paseamos con mi hijo Oriol por la costa y antes de ir a comer nos detuvimos en un rincón agradable para tomar un aperitivo frente al mar. La llegada inesperada, fortuita de Lluïsa, una compañera de escuela -ha llovido desde entonces- me pilló absorto, impactado, triste, por la noticia de que un amigo estaba enfermo. Amigo con el que apenas hacía un mes habíamos estado comiendo allí mismo, con un grupo de personas…
Lluïsa me presentó a sus amigas, les presenté a mi hijo, pero yo tenía la cabeza lejos de allí y empecé a pensar cómo a través de algún colega del hospital en el que está mi amigo, podía hacerme una idea de la situación clínica con más precisión.
No sé si Steve Jobs es o no el autor de aquellas palabras. Sí que en junio de 2005, seis años antes de morir, ya enfermo, en la ceremonia de graduación de una promoción en la Universidad de Stanford, dijo: “Si vives cada día de tu vida como si fuera el último, algún día tendrás razón”.
Sean como sean las cosas, es perfectamente imaginable un humano recomendando vivir cada día como si fuera el último y al cabo de pocos años, cuando se ve la muerte encima, lamentar no haberlo hecho o haberlo hecho en un sentido inadecuado. Lamentándose de no haber encontrado el verdadero sentido a la vida… ¡Somos así!
Efectivamente, parece que nos tengamos que encontrar en situaciones difíciles, para valorar adecuadamente lo que de verdad tiene sentido y lo que no, lo que nos hace realmente felices, lo que nos llena.
La periodista Tatiana Sisquella, muerta en 2014 con 36 años, había escrito en los años previos a su muerte:
“Son estos, pequeños instantes livianos, ingrávidos, sin prisa. Solo nuestros y de nadie más. Tan necesarios como a menudo obviados. Son instantes llenos de normalidad, de nada, de silencio. De vez en cuando, ahora mismo quizás, buscad un instante liviano: poned toda vuestra atención y disfrutadlo. Cuando acabéis, ya seguiréis leyendo y, si ha funcionado, algo habrá cambiado, posiblemente a mejor”.
Este fin de semana ha venido mi hijo a casa. La noticia de la enfermedad de mi amigo ha sido el único momento en el que “me he ausentado”. Coincidiendo el momento de ausencia, como he dicho, con el encuentro con Lluïsa, que no lo he vivido suficiente.
Hice el esfuerzo de intentar valorar positivamente que, hacía pocas semanas, disfrutábamos con el amigo enfermo -seguro que ya lo estaba, pero no lo sabía- y el grupo mencionada de dos magníficas comidas. Magníficas no solo -ni principalmente- por lo que comimos sino por aquello de -o atribuido a él- “el amor por tus amigos”, de Jobs. En fin…
“El sábado había luna llena. Cené en el porche con Oriol y cuando él se fue a dormir, me quedé, como hago muchas noches, mirando el paisaje. Cielo, mar, nubes desplazándose, siluetas de sombras de árboles visibles gracias al reflejo, a ratos tenue, de la luz de la luna. Tenue por las nubes que la cubrían a ratos sí, a ratos no… Hacía una temperatura agradable. Un poco fresca para la época del año. La música suave que sonaba dentro de casa, a pesar de hacerlo con un volumen bajo, se podía escuchar muy lejana en el porche porque el silencio era absoluto. Al cabo de un rato la quite, ya que era más agradable el sonido mudo del silencio… También apagué todas las luces de dentro y de fuera, de modo que la única luz que se veía o, según el momento, casi se intuía, era la de la luna. En esta situación la acomodación del ojo permitía ver un filo de luz y las sombras del paisaje.
La luna desde el este fue moviéndose hacia el sureste. Al principio no la veía. Unas nubes se interponían entre ella y yo, pero por detrás y hasta el horizonte, el mar estaba plateado por su reflejo. En su trayecto, al poco rato apareció toda ella, bien visible y en ese momento el reflejo plateado cubrió todo el mar alcanzable con la mirada. ¡Precioso!
No sé cuánto rato estuve sentado mirando este espectáculo. Al final, después de muchas imágenes variadas, resultado de las múltiples superposiciones nubes-luna, me quedo con una en la que al lado y encima de las palmas de la palmera, las nubes, muy fragmentados, adoptaban formas caprichosas. Es ese momento en el que, como ocurre cuando miras fijamente las llamas, comienzan a aparecer caras, animales, formas, dibujos…
Sobre las palmas también pude ver por un momento la luna llena entera, solo con tres pequeñas muescas. A la derecha, las ramas de un pino cortaban una nube y detrás de estas mismas ramas, más abajo, fragmentado también por una palma, aparecía el mar de plata contenido en la bahía que hay en el norte del Delta, cerrada por la Punta del Fangar. Con esta imagen me fui a dormir…”.
Debe de ser cierto que la felicidad no es un absoluto. Que es una suma de momentos. Que hay que saber apreciar sin necesidad de que las desgracias o la sombra del final nos hagan arrepentirnos de no haber sabido disfrutar bastante de estos pequeños momentos…
Hola Josep Mª-
Desde hace muchos años en todas las consultas donde trabajo , tengo bien visible esta anotación: Una vez le preguntaron al Buda ¿Qué es lo que a él mas le sorprendía de la humanidad? Y respondió:
Los hombres que pierden la salud para juntar dinero y luego pierden el dinero para recuperar la salud.
Y por pensar ansiosamente en el futuro, olvidan el presente de tal forma, que acaban por no vivir ni el presente ni el futuro.
Viven como si nunca fuesen a morir y mueren como si nunca hubiesen vivido.
La leo muchas veces pero la practico menos de lo que me gustaría.
Salut.
Toni
Gràcies Toni! No ets l’únic “incoherent”. Crec que a la majoria ens costa massa viure el present i entendre que el futur no està a les nostres mans (i el passat tampoc) i que poca cosa controlarem. Llàstima que, com és el cas, la malatia greu d’un amic, ens porti a aquestes reflexions que, després oblidem massa ràpidament…