La vida está hecha de momentos, es una suma de espacios temporales. Algunos son largos, otros cortos o, con independencia de la duración real, se hacen largos o cortos…
Todos sabemos que hay que aprovechar los buenos momentos y estar lo más preparados posible para los no tan buenos. Otra cosa es lo qué acabemos siendo capaces de hacer a la hora de la verdad…
Llego hacia el final de la tarde, pero el día ya se alarga y veo perfectamente el Far del Fangar sobre dunas doradas iluminado por el sol. Parece tener el tamaño de una pieza grande del ajedrez. El rey. Quizás la reina… Hermoso.
La buganvilla cada día está más esplendorosa, y abejas y abejorros la cortejan. Los albaricoques van madurando y en dos o tres semanas se podrán recoger. Los cerezos van creciendo y la fuerza de la primavera se deja notar en la naturaleza. Me siento y me quedo mirando el mar hasta que la mente va desacelerándose y casi se detiene. Azul y verde, verde y azul. El viento -hoy vientecillo- casi inevitable, hace que la temperatura sea agradable. No sé cuánto dura este instante… ¿Instante, rato? No lo sé. Es igual…
Cuando los pensamientos vuelven me viene a la cabeza un texto leído en los últimos días. También pienso en Pep, Joan, Edu, Albert… Pero vamos por partes.
Siempre me he mostrado poco -demasiado poco, seguramente- receptivo a aquellas afirmaciones que pretenden separar la edad biológica de la vocación de mantenerse joven. Sin embargo, dicho texto no me dejó indiferente. Dice lo siguiente:
“Como toda materia, la de nuestro cuerpo físico está sometida al tiempo, y se desgasta. A esto se le llama envejecer y, todos envejecemos, lo que, desde luego, no es gratificante. Pero no somos solamente un cuerpo físico y, si el desgaste del cuerpo está en el orden natural de las cosas, interiormente nada nos obliga a envejecer con él. Por ello, en lugar de quejarse al constatar las manifestaciones físicas de la edad, los humanos deberían preocuparse de mantener aquello que les mantendrá siempre jóvenes y vivos: el corazón.
Es su corazón, su capacidad de amar y, no su cuerpo, lo que hace que los humanos sean jóvenes o viejos y, si su corazón envejece, es porque ellos se lo permiten. ¿Cómo? Perdiendo su amor a los seres y las cosas, perdiendo su curiosidad, su interés por la vida que está ahí, alrededor de ellos, la vida del universo tan rica y abundante. Pero si se esfuerzan por sentir esa vida, si buscan participar en ella, o introducirla en ellos, no envejecerán”. (Omraam Mikhaël Aïvanhov)
Como decía, esto de la “juventud mental” o “de corazón” según esta formulación, reconozco que siempre me ha provocado cierto escepticismo. Recuerdo a un amigo, médico eminente que hace pocos días decía: “¡Dejaos de tonterías, envejecer no tiene nada bueno!”. En fin, por lo que sea, quizás por necesidad, esta lectura me ha llegado y me he dicho a mí mismo que sí, que merece la pena perseverar en la idea.
Hoy es el cumpleaños de la hermana de Pep. La he felicitado y me ha contestado:
“¡¡¡Muchíssssssssimas gracias!!!! Un abrazo. ¡¡¡Nos hacemos mayores pero el plan B no motiva nada!!!”.
Pep hace 56 días que está hospitalizado y, de momento, no ha sido fácil. El proceso ha sido complicado. Quizás ahora empieza a sentirse algo menos débil. Yo no lo conozco, pero la idea que me he formado de él a través de su hermana, es la de una persona muy sensible, quizás un poco frágil en este sentido, que vive en su mundo silencioso y peculiar. Escribe y vive tranquilo y este imprevisto le ha afectado mucho. Como dice su hermana, determinados “planes B” no motivan nada. Y él ahora está viviendo un tipo de “plan B” no deseado. “Pep, cierra los ojos y piensa en la belleza y el silencio de Islandia…”.
Belleza de Islandia, belleza del Delta, belleza objetiva y actitud predispuesta a disfrutar de la belleza. Albert y Anna, Àlex y Núria, Joan y Anna, conocían el Delta – de hecho no todas y todos- por haber hecho algunas escapadas. Aquel fin de semana que teníamos que pasar juntos en el Delta, había sido programado hacía meses. Y como la vida está llena de imprevistos -razón de más para disfrutar de los pequeños buenos momentos-, inicialmente, Joan y Anna tuvieron que cancelarlo porque el padre de Joan enfermó gravemente. Aparte de la preocupación por su padre, les supo muy mal no poder venir y a nosotros también que no pudieran estar. Cuando finalmente dijeron que se escaparían a comer el sábado y que se quedarían un rato por la tarde, todos nos alegramos mucho. Hay encuentros que generan muchas expectativas y este fue uno, y las expectativas positivas no se vieron defraudadas: disfrute del paisaje, conversaciones agradables, cultivo proactivo de la amistad, buena cocina, tertulias inolvidables, y no exagero: la cena del sábado no la olvidaremos nunca. ¡A no ser que, a pesar de la “juventud del corazón”, tal vez un día perdamos la memoria!
El paseo hasta la Punta del Fangar, hasta el faro, entre el mar y las dunas, permitió ratos de caminar a buen ritmo, momentos de paseo tranquilo, conversación seria ahora con uno, ahora con el otro, ratos de caminar y reírse en grupos de dos, de tres, recogida de conchas de moluscos, anécdotas, recuerdos y anhelos compartidos… De vuelta, cuando debían faltar unos veinte minutos para terminar la excursión vinieron a nuestro encuentro Joan y Anna. ¡¡¡Qué alegría!!!
El padre de Joan es un médico de 93 años que siempre ha sido muy joven, porque ha estado lleno de amor y, hay que decir, se ha conservado en buena forma física y ha vivido de forma saludable. Ahora, sin embargo, su fragilidad empieza a ser excesiva para soportar según qué embestidas. Vida larga y plena. Gracias a él mi hijo Pau vive. Durante el parto se inició un sufrimiento fetal que gracias al padre de Joan no fue a más y no dejó secuelas. La vida pasa para todos y de eso hace casi 31 años.
Completado el paseo nos esperaba una paella de galeras, alcachofas y sepia, en un entorno rústico y nada sofisticado. La tarde se completó en el porche de casa, que es el todo de una casa pequeña y modesta. Y lo es por la vista y la orientación que proporciona casi siempre, verano e invierno, una temperatura bastante agradable para pasar largos ratos.
Albert, como yo “escribiente” aficionado, ha descrito maravillosamente paisaje y sensaciones vividas a pocos metros del porche de casa en una estancia con la misma orientación:
“(… Había) dos sillones de mimbre bien anchos y cómodos, perfectamente acolchados para amoldarse bien el cuerpo, delante de una ventana ampulosa, de bóveda de cañón, que daba al Delta. Cuando me metí allí, justo antes del atardecer, la Punta del Fangar era una rebanada de sombra que flotaba en el agua, de azules turquesa, prusia y esmeralda y, al fondo, el Delta, aún lucía una luz refulgente, con reflejos de pequeñas manchas blancas de las barracas rodeadas de arrozales. Mientras lo miraba, acompañado por el pitido del mistral y los chasquidos de una cortina que, de vez en cuando, revoloteaba por una ráfaga más fuerte, los ojos se me iban haciendo más y más pequeños, hasta que, poco a poco, acabé sucumbiendo a un sueño somático, de una placidez tan extraordinaria como el paisaje que tenía delante. Entonces pensé que, la vida, a pesar de tantas cosas difíciles, también tenía momentos extraordinarios como aquellos, quizás esporádicos, pero de una felicidad sublime y delicada, casi completa (…)”.
Edu, me gustó mucho verte. A pesar de las sillas de ruedas, los dramas personales de quienes sentados en ellas les sirven para desplazarse y ya no se levantarán nunca más, te vi bien y eso me hizo feliz. El lugar tenía luz y me hablaste de la extraordinaria vista que había sobre el mar. Los ojos te brillaban.
En un cierto sentido, material, de éxito profesional concebido de forma convencional, lo fuiste todo. Es cuando yo te conocí. Para mí eran también otros tiempos. Valoraba otras cosas…
El otro día me hablaste de pérdidas, de cierta soledad. Quizás te abandonaste un poco, ¿no? Hay momentos -no sé si fue tu caso, no lo sé- en que parece que la vida pierda sentido y te dejas ir. Momentos en los que cuesta apreciar todos estos detalles, las pequeñas cosas y esos buenos momentos descritos. No sé. Lo que sí sé es que en los últimos meses bordeaste el final del camino y saliste adelante. Y me di cuenta de que el amor de tus hijas y nietos, en los momentos difíciles que te ha tocado vivir, los has apreciado tanto, pero tanto, que por sí solos han hecho que veas la vida con colores mucho más bonitos. Me alegro de todo corazón.
Te levantarás de la silla, caminarás no sé con qué grado de dificultad y haremos el encuentro que dijimos con tu familia en las Terres de l’Ebre. Será uno de esos pequeños momentos que hacen olvidar los túneles que se han tenido que atravesar.
Entretanto la buganvilla seguirá haciéndose cada vez más esplendorosa y la intensidad del color no parará de aumentar. Los albaricoques seguirán madurando y el paisaje, de momento, seguirá allí inalterable o casi. La vida sigue. Pensemos en aquellos pequeños buenos momentos e intentemos que se vayan repitiendo.
POSTDATA: Unos instantes después de haber escrito este post, me he enterado que el padre de Joan ya descansa. Una vida de 93 años repletos de buenos momentos, muchos de los cuales propiciados por él… Estoy seguro de que descansa en paz. !!!Con muchísima paz bien merecida¡¡¡