Avanza la tarde. Ha nevado, ha hecho sol y hace mucho frío. La pasada noche hemos llegado a -14 grados y la próxima parece que bajaremos hasta -17. El silencio domina el valle de montañas nevadas. La oscuridad va invadiendo la sala de esta casa que siempre tendrá algo de vosotros, de nosotros… ¿Cuándo fue la última vez que estuvimos todos juntos aquí, sentados ante la chimenea, viendo el sol camino de esconderse detrás de estas montañas majestuosas y familiares? Ya han pasado años. Ahora estáis lejos. Entre mucho y demasiado lejos. Los Alpes están bastante lejos, los Andes están demasiado lejos… Os siento, sin embargo, cerca, porque os llevo dentro de mí…
Tengo los ojos clavados en estas cimas del Pirineo cargadas de nieve, veo cómo las nubes transitan en un cielo dividido en dos mitades, una oscura, y una clara que permite intuir un sol que se quiere poner. Cierro los ojos, respiro relajadamente y voy viendo el Aconcagua, que se aproxima… El avión es pequeño, solo tiene 6 plazas.
-Luis, ¿puedes preguntarle al piloto si podemos rodear el Aconcagua antes de iniciar el descenso hacia Santiago?
-¿Quieres decir que no es muy arriesgado esto?
Recuerdo la de veces que había tenido la suerte de contemplar este espectáculo, no indescriptible pero sí intransferible, de aproximarse al Aconcagua. Por seguridad, los pilotos ganaban altura para atravesar la Cordillera. Hoy el día es claro, magnífico, y a derecha e izquierda del avión, es decir, al norte y al sur, veo cómo la inmensa montaña se aleja majestuosamente hacia Perú y hacia la Tierra del Fuego. Espectáculo titánico, de una belleza extrema. El Aconcagua impresiona y siempre me hace pensar en los entonces jóvenes jugadores de rugby uruguayos que sufrieron el famoso accidente de avión con el conocido episodio de antropofagia que permitió a algunos de ellos salvar su vida.
Las condiciones meteorológicas son óptimas, el piloto accede a rodear dos veces el pico del Aconcagua y nos muestra el lugar donde se estrelló dicho avión. Por más que resulte difícil imaginárselo, el hecho de estar encima provoca una sensación estremecedora.
En Santiago me espera Pau. Nos fundimos en un abrazo emotivo. Los ojos se humedecen.
-¿Cómo estás, hijo mío? Tienes muy buen aspecto. ¡Cuánto tiempo!
“Era mi destino amar y decir adiós” (Pablo Neruda).
De repente me encuentro en “La Chascona”. He venido a visitar a Pablo. Son las 3 de la tarde y estoy en el nivel más bajo de un jardín escalonado alrededor del cual la casa se estructura en estancias conectadas entre ellas, o no. Una magnífica parra me protege del sol estival de finales de enero, que en esta zona del planeta cae vertical. La parra es espesa. La sombra es absoluta. Suficiente para ocultar durante años la relación clandestina de Pablo con Matilde. Se está bien. Espero que Pablo, caprichoso y egocéntrico como es, decida aparecer.
-Hola Pablo, tu gusto por la gente intranquila e insatisfecha me ha traído aquí.
-Has tardado, te esperaba antes.
-Cuando moriste yo era demasiado joven.
-Pero ya hace años que alcanzaste la madurez. ¡Qué lástima cuando viniste en 1995! No supiste verme…
-Tienes razón… Te vi por primera vez sentado en “La Sebastiana”, en Valparaíso. Sonreías cínicamente y, a pesar de que te interpelé, no quisiste contestarme.
-“Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente, te encontrarás a ti mismo, y esa, solo esa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”. Estabas lejos entonces de saber quién eras. Obsesionado en encontrarte no veías a nadie más que a la sombra de ti mismo que se te escapaba y… ¡no me viste!
-¿Te acuerdas de todo lo que escribiste a lo largo de tu vida? ¿Tú te encontraste a ti mismo alguna vez, Pablo?
-¿Tú qué crees…?
-No sé… No sé nada de ti. O tal vez sí, habida cuenta de que a la pregunta retórica que te hiciste de “¿qué es mi poesía?”, tu respuesta fue “no lo sé, es más fácil preguntar a mi poesía quién soy yo”. Así que aparte de lo que tu poesía me ha contado de ti, sé lo que algunos dicen. Gabo dijo: “Siempre he creído que Pablo Neruda es el más grande poeta del siglo XX en todos los idiomas”. En cambio, dos poetas amigos reconocen tu grandeza, sin embargo…
-Cuenta…
-No… Marcel dijo: “La poesía de Neruda me parece brillante pero retórica. Como casi todo aquello que es sudamericano”. Álex te definió como “un personaje inquietante”. Como “un poeta que va demasiado de poeta, pero brillante y seductor”.
Recuperado del calor, entramos en la casa, en el Bar del Capitán, pequeño y bajo, que con una barra de bar originaria de Francia intenta recrear la atmósfera de un bar de barco.
-Me pregunto, Pablo, ¿cómo vives tu posición acomodada? A los “pijoprogres” que conozco les molesta mucho que confronten sus ideales revolucionarios con su opulencia. Tú eras un chico del sur, hijo de ferroviario. Rico de espíritu pero de origen humilde… Salta a la vista que algo ha cambiado en tu entorno. No sé en tu alma… Disculpa mi osadía, pero en esta coyuntura sería absurdo andar con rodeos, ¿no crees?
Sonríe con la mirada clavada y perdida en la parra del patio, y me dice:
-¿Sabes? No vi el mar hasta que tuve 8 años de edad. La furia del gran mar austral. ¡¡¡Y por más que me hayas leído, ni te imaginas cómo me apasiona el mar!!!
La casa está llena de pinturas, esculturas y objetos valiosos. Se accede al piso de arriba a través de una puerta disimulada en una especie de mueble-vitrina de un comedor cargado. La mesa está puesta con una vajilla inglesa, y vasos y copas de cristal de color.
-Por lo visto Salvador decía que te gustaba sorprender a tus invitados apareciendo a través de la puerta de la vitrina, a menudo disfrazado “con mensaje”… ¿Pretendías épater les bourgeois, como Baudelaire y Rimbaud? ¿Pero por qué te afiliaste al Partido Comunista?
-¡Ah, Baudelaire! Siendo adolescente comencé a traducirlo. Me viene a la mente el recuerdo de tres viudas que vivían juntas en una casa perdida. Cabalgaba por el lago Budi, me adentré en un bosque, me extravié y cuando ya caía la noche, apareció esa misteriosa mansión en medio de la nada, en el Chile más austral, habitada por tres damas de origen francés. Se acostumbraron a la lluvia, al viento y a la soledad, y decidieron quedarse a vivir allí. Me dijeron, mostrándome un ejemplar de “Fleurs du mal”, que “solamente nosotras podemos leer estas maravillosas páginas en 500 kilómetros a la redonda. Nadie sabe francés en estas montañas”.
-Pablo, si quieres podemos hablar en francés. Para mí es más fácil que hacerlo en castellano… Dijiste que “hay un cierto placer en la locura, que solo el loco conoce”, ¿no? ¡Estoy tan de acuerdo! Mira, con Allende todavía no he podido hablar.
-Creo que no vas a poder hablar con él…
-Fíjate que me siento tan alejado de su ideología revolucionaria como alejado pueda sentirme del bestia inhumano de Pinochet. Pero cada vez que me aproximo al Palacio de la Moneda y pienso en Allende suicidándose el día 11 de septiembre de 1973 bajo el acoso de Pinochet/Kissinger, sintonizo de alguna manera con personajes como él, Castro, el Che… y toda la épica de la miserable Latinoamérica. Esto a pesar de encontrarme “muuuy” lejos de lo que hicieron o, en el caso de Allende, pretendía hacer. ¡Impresiona! Contigo me sucede algo parecido, en parte. Solo en parte. Ellos usaron y/o fueron víctimas de las armas. Tus armas fueron la pluma y el papel, y la revolución la hiciste con la poesía.
-Salvador no se suicidó. A Salvador lo asesinaron.
-¿Estás seguro?
-¡A Salvador lo asesinaron los fascistas!
-Una vez hice un comentario similar a una amiga y me dijo: “Lo que me dices no me sorprende porque, aunque la lucha sea diferente, todos los idealistas tenéis un punto de conexión”... ¿Me estaba llamando soñador? ¿Loco, tal vez? Chile con Pinochet pagó un precio muy alto. Si Allende hubiese podido culminar su proyecto, quizás lo hubiera convertido en una segunda Cuba: ¡un desastre! ¿Locos ambos dos? El caso es que el comentario de mi amiga me hizo reflexionar. Es una persona que de joven tenía perfil “mayo 68”. ¡Y de mayor “ex mayo 68”! Una “hija de papá”, como Allende. Una “pijoprogre”, como tú. Cuando fuiste cónsul de Chile en Barcelona, Bocaccio aún no existía, si no creo que lo habrías frecuentado… ¿Tendréis razón ella y tú en que “hay un cierto placer en la locura, que solo el loco conoce”?
-¿Qué te unía a él? ¿Por qué retiraste tu candidatura a presidente por el Partido Comunista en favor suyo y de la coalición Unidad Popular? Sí, ya sé, imagino que la suma de esfuerzos fue determinante para que fuera presidente. Pero no me refiero a eso. Me refiero a que altruismo no rima con egolatría y megalomanía. ¿Dónde queda la poesía en todo esto? ¿Me vas a contestar que la épica está cargada de poesía y/o viceversa?
–Dejé escrito que “es un privilegio de nuestra época -entre guerras, revoluciones y grandes movimientos sociales- desarrollar la fecundidad de la poesía hasta límites no sospechados”…
-Ya. ¿Pero recuerdas tu reacción cuando diste la conferencia a los del Sindicato de Cargadores del Mercado de la Vega? No sabías qué hacer con aquel público revolucionario. Aquella, aun siéndolo, si es que lo fue alguna vez, ya no era tu gente. ¡No sabías cómo hablarles, te sorprendías de cómo podían afrontar el gélido mes de julio con los harapos que lucían! ¿Has leído “Últimas tardes con Teresa”?
-No.
-Bueno… La residencia del embajador de Chile en Francia debe de ser bastante más glamurosa que la trastienda del Mercado de la Vega.
-Tal vez yo fui un cobarde. Pero Salvador llegó hasta el final. Hasta dejarse literalmente la piel por sus ideas.
-Tú no fuiste cobarde. Un cobarde no cruza a caballo Los Andes con la determinación que te llevó al exilio europeo. Hay maneras y maneras de dirigirse al exilio, si bien es cierto que décadas después te atrajo más ser embajador de Chile en Francia y disfrutar de París, que vivir en La Moneda. Se la dejaste a Allende y te fuiste a vivir la vida a París. Edwards se ocupaba del día a día en la embajada. Aun así hiciste grandes cosas. No sabes lo que significa para mí el Winnipeg. Y eso fue una obra tuya tan admirable como tu mejor poema… Cada vez que pienso en el Winnipeg, vivo el sufrimiento y el exilio de aquellos que fueron arrojados a la nada por la guerra y el odio. Y siempre veo a Roser Bru y a su torturada pintura en la cubierta del Winnipeg, en lo que fue para ella y para todos los pasajeros de ese barco de “sabor agridulce”, un gran viaje a lo desconocido…
Pasamos por una pequeña habitación oculta detrás de la falsa puerta de la vitrina del comedor, donde Pablo disfruta de algo que le cautiva: la siesta. Como ejemplar remarcable de la Gauche Divine, es buen bebedor de buenos vinos. En “La Sebastiana”, en Valparaíso, también tiene un habitáculo destinado a la siesta.
Subimos por la escalera de caracol que lleva al comedor decorado por Matilde, estilo art déco, dejamos a la izquierda el escritorio de Matilde con el cuadro de Caballero, ilustrador de García Lorca, y atravesamos la habitación de invitados. Salimos a un segundo nivel del jardín, a un patio, de hecho, para llegar, después de subir una escasa escalera de madera, a la sala de estar.
-Aquí velaron mi cadáver. Días difíciles para mi país. Morí 12 días después del asesinato de Salvador. Los golpistas destrozaron mi maravillosa acequia. La casa se inundó. Matilde tuvo que poner tablones sobre el barro para que los amigos accedieran al improvisado salón fúnebre.
-Me gusta ese retrato de Matilde…
-Lo hizo Diego Rivera y se lo regaló a Matilde.
-Qué curioso… Parece como si hubiese intuido que el retrato presidiría tu sala de vela. La pintó con dos caras, como queriendo que la que mira hacia la izquierda contemplase tu cuerpo sin vida, mientras la otra cara de Matilde mira hacia donde el infinito se funde con tu poesía. Tu cara, como si de tu alma se tratase, se adivina entre el frondoso cabello pelirrojo de Matilde… Ese cuadro, Pablo, Diego lo pintó, sabiéndolo o no, para presidir tu velatorio.
Abro los ojos con la sensación de haberme ausentado una temporada larga y me avergüenzo un poco por cómo he tratado a Pablo…
Casi es de noche, pero la nieve de las cimas de los Pirineos aún se puede adivinar. La leña de la chimenea se ha transformado en brasa muy roja y reconfortante… Cae la noche entre sombras y penumbra. La oscuridad invade ansiosamente la estancia. Os veo a vosotros dos corriendo y jugando sobre la alfombra.
-¿Mañana volveremos a esquiar, papá?
-¡Sí! Además, hará muy buen día.
-¿Cómo lo sabes?
-No lo sé, pero más vale que pensemos que hará bueno y que disfrutaremos mucho de la nieve y la naturaleza, ¿no?
A medida que cae la noche, la vista se acomoda a la luz que produce el reflejo de la luna llena en la nieve que se apila en el exterior. De pronto tengo la sensación de que no estoy solo en la sala. Empiezo a intuir una silueta sentada en la mecedora que hay junto a la puerta del balcón. En la oscuridad identifico una imagen borrosa. Es Pau.
-¿Qué haces aquí, hijo? Estás en Chile, ¿no?
-Estoy en Chile, papá, pero tengo un regalo para ti. Pablo me ha pedido que te entregue un verso suyo.
-¿Dónde le has visto?
-En la Clínica Santa María, donde trabajaste tú. Se estaba muriendo de nuevo…
-En el 1973 se murió también en la Clínica Santa María. ¿Me lees el verso, Pau?
-Sí. Dice: “Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”.
-Qué curioso, este regalo de Pablo parece pensado para esta sala mágica. Para nosotros. ¡Como lo parecía el cuadro de Diego Rivera para su salón funerario! Esta sala, Pau, es el lugar idóneo para
que nosotros compartamos este regalo. Ha sido escenario del amor que nos une. Lástima que tu hermano no haya encontrado la manera de hacerse presente como has hecho tú… Estás en los Andes, Pau. Tu hermano en los Alpes y yo en los Pirineos. Este triángulo imaginario formado por estas montañas está lleno de amor y de vida. El mismo amor y la misma vida que compartíamos aquí hace ya muchos años. Ah, Pau… ¡dale las gracias a Pablo de parte de todos y deséale que el viaje al eterno retorno sea el último y pueda descansar! Y… pídele disculpas de mi parte. Es demasiado fácil juzgar a los demás, criticarlos. ¡Y peor aún cuando lo haces, como lo hice yo, desde este maldito egocentrismo que no logro erradicar! ¡Creo que necesitaré vivir todavía unas cuantas vidas más para mejorar y salir de la rueda del eterno retorno! Te vendremos a visitar a Chile con tu hermano. Recuerda: ¡¡¡siempre juntos aunque estemos físicamente lejos!!! No sé si todavía encontraremos el alma de Pablo en aquel cuerpo translúcido, o ya se habrá integrado por siempre en la Luz del universo. Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos lleve al Amor y nos salve de perpetuarnos en vidas sobrantes. En realidad, el retorno no es eterno. Es finito. A Allende no lo hemos visto más…