El cielo es de color gris. Contemplo un paisaje que, para mí, normalmente es blanco. No suelo frecuentar estas montañas en verano. A pesar de que hoy es el primer día de julio, fuera la temperatura es de 7 grados y solo son las 6 de la tarde. Anoche -hablando de blanco- nevó, y de madrugada hemos llegado a 1 grado. Los tonos verdes de la montaña son infinitos. Los pájaros cantan. No se escucha nada más, aparte de los cencerros de las vacas. Un pastor con su perro intenta concentrar unas cuantas. Yo lo miro desde la ventana con la chimenea encendida. Sí, 1 de julio de 2017 y la chimenea encendida… ¡Qué bien se está sin nadie! ¿Por qué será?
¿Cambio climático? Trump, elegido democráticamente por los americanos, niega que exista.
Recibo un WhatsApp de un amigo que dice:
“Y volviendo a Girona (las inundaciones de hace pocos días), no puedo negar que se me escapa una sonrisa al ver las imágenes de la granizada. Después de 30 años predicando en el desierto sobre la amenaza/drama del cambio climático, y ser criticado desde la ignorancia, ver que lo que estaba anunciado (fenómenos climáticos extremos) se empieza a hacer visible (esto es solo el preludio), me hace pensar que tal vez la opinión pública comenzará a creer y exigir acción a los gobiernos (o tal vez ni así)…”.
Otro miembro del chat, recomienda tener cuidado con la contaminación ideológica y apostar por el método científico, por la evidencia científica.
Esta recomendación me transporta a mis años de estudios. Hice el doctorado en una universidad canadiense, después de haber pasado por horas y horas de cursos de metodología de la investigación, tanto cuantitativa, como soft, que es como llamaban a la investigación cualitativa muy presente en el campo de las ciencias sociales (a los que muchos niegan el carácter de ciencia, precisamente por no ser hard o cuantitativa). En aquella época me fascinaba todo esto y seguía con pasión los debates sobre el papel de la ciencia y lo que se aceptaba como científico y lo que no. Ahora no diré que me da igual pero, la verdad, no me interesa mucho. Disfruto mucho más del pensamiento y la filosofía que de la ciencia.
Dicho esto, subjetivamente y desde el “paganismo”, diría que el cambio climático es una evidencia. Pero, personalmente, me inquietan más otros riesgos. Por este motivo he escrito en el chat:
“Más allá del cambio climático, hace tiempo que el hombre ha apostado por la autodestrucción de la especie. El estilo de vida acelerado, individualista, consumista, basado en el egocentrismo, en el hablar y no escuchar, en el dar lecciones desde la prepotencia, sin tener la más mínima conciencia de las propias limitaciones, en presentarte en función de lo que haces, ya que si lo tuvieras que hacer desde lo que en realidad eres, te pondrías a llorar; todo esto quizás nos afectará antes (o tanto como) el cambio climático. Mucho bla, bla, bla. Mucha palabra grandilocuente y mucha ‘parafernalia’. Pero el rey sigue yendo desnudo. ¡Qué triste creerse alguien! ¡Y sí, encima el cambio climático! Pero la envidia, la falta de paz, nos destruirán antes”.
Un cuarto participante en el chat expresa su acuerdo, no sin hacerme dar cuenta de que-con razón- el tono puede no “facilitar una lectura sinérgica”.
Dicho todo esto, me pasa por la cabeza que ojalá un poco de rigor científico -o simplemente rigor- impregnara a los que desde posiciones ideológicas satanizan todo lo que no coincide con su fe. Pienso en el sistema sanitario, la cantinela de la falsa privatización y la divinización de un concepto de lo que es público, que si dura mucho más, arruinará definitivamente el sistema. De nada sirve haber demostrado, con datos de la propia Central de Resultados del Departamento de Salud que -en términos generales, globales y sin que sea así siempre si se analiza caso por caso- cuanto más lejos de la gestión público-burocrática-administrativa, más eficiencia y mejores resultados. No. No sirve de nada. El “mantra progre” impuesto desde una supuesta nueva política, lo niega dogmáticamente y sin datos que demuestren lo que propugnan.
O el problema de la vivienda en Barcelona. Todo el problema de la vivienda en Barcelona. El de los que no pueden acceder a una vivienda digna, pero también el de los propietarios indefensos ante los inquilinos que realquilan a Airbnb o similar. Esto ya no interesa tanto a los actuales gobernantes. Al fin y al cabo, los propietarios son propietarios, por lo tanto, ricos, y por tanto, hay que dejar que la vida los castigue. Y en cuanto a los demás, bla, bla, bla y discursos a favor del derecho a la vivienda desde el progresismo más tronado imaginable. Pero cada día más sin techo en las calles. Dejémoslo estar…
Este año pasé la verbena de San Juan en mi pueblo, en Sant Cugat del Vallès. Con amigos de Barcelona, de alguna otra ciudad y también santcugatenses de adopción. Recordé la verbena de 1969…
Entonces yo vivía en Sant Cugat. Faltaban pocos días para que el hombre llegara a la Luna. Recuerdo que mi abuelo era de los que no se lo creía. Decía que era una película, un montaje.
Mientras el Apolo XI estaba a punto de despegar en Cabo Cañaveral, nosotros recogíamos leña para hacer el fuego de San Juan. Íbamos por las casas pidiendo muebles antiguos, cajas, maderas varias y materiales combustibles. La experiencia de otros años nos decía que siempre se acababa quemando algún material que desprendía humo negro, humo que nos irritaba los ojos y la garganta. ¿Tela? ¿Materiales sintéticos o plásticos? ¡A saber!
Muchos años después, cuando en Cataluña no conocíamos el Halloween más allá de las películas, cuando fui a estudiar a Canadá, las visitas de los niños a casa con motivo de Halloween pidiendo dulces y caramelos, me evocó a nuestras visitas a los domicilios y negocios locales en busca de madera para quemar por San Juan.
Creo que lo que pasó los días previos a aquella verbena del 1969, fue determinante para la realización de los estudios en Canadá casi veinte años después. Digo creo porque, claro… nunca se sabe.
Nuestra escuela era “peculiar” y no estaba reconocida para emitir calificaciones oficiales. A final de curso, en junio, íbamos un par de días a un instituto y hacíamos exámenes finales de todas las asignaturas, uno tras otro. Nos lo jugábamos todo a una sola carta. Aquel año 1969, para sorpresa mía, conseguí aprobar todas las asignaturas. Y aquello me marcó positivamente en aquel momento. Con los años he tenido claro que una buena formación integral no pasa solo por aprender a aprobar todo y tener la ambición de hacerlo con nota. Evidentemente marca el cómo pasas de niño a adulto…
Recuerdo que el mismo día de la verbena o quizás el día antes, volví de la escuela a casa con la increíble buena nueva y, casi sin tiempo para festejarlo, corrí hacia el lugar donde teníamos apilada la leña a reunirme con los amigos y ultimar la recogida de madera y trastos varios que quemaran, para hacer un buen fuego de San Juan. Supongo que el hecho de conseguir algo no específicamente propuesto -no creo que hubiera contemplado firmemente aprobar todo como un reto- me motivó a pensar que cosas que quizás no creía, eran posibles.
Era verano, hacía calor, recuerdo aquella tarde con mucha luz y un cielo claro en uno de los días más largos del año. Creo firmemente que aquel evento cambió mi vida. Tengo que admitir que puede ser una reconstrucción no del todo ajustada a la realidad. Pero mi convicción es que aquel hecho, hizo que mi vida fuera diferente de lo que podía haber sido. Durante años pensé que claramente hacia mejor. Ahora… no lo tengo tan claro.
En todo esto pensaba este año, el día de la verbena de San Juan, en Sant Cugat, compartiendo la noche con amigos y, sintiendo el fresco y la humedad característicos de mi pueblo en unos días en los que el calor era insoportable. Creo que la sensación de fresco húmedo de los veranos de Sant Cugat, la reconocería con los ojos cerrados, incluso por sensaciones olfativas.
La noche de San Juan del 1969, fue larga. A pesar de tener solo 11 años, mis padres y los de mis amigos nos permitieron ir a dormir tarde. Recuerdo que después de tirar bombetas, truenos, petardos, rascar cerillas Garibaldi y acabar encendiendo alguna fuente luminosa y hacer despegar algún cohete, hacíamos esfuerzos para mantener los ojos abiertos, con el único objetivo de conseguir -esto sí que era un objetivo claro- irnos a dormir tarde. A pesar de que las madres nos habían obligado a cubrirnos con jerseys, recuerdo perfectamente el mismo fresco y humedad que a medida que pasaban las horas se iba intensificando…
Todo esto me lleva a hablar de algo que, no sé por qué, me provoca cierto malestar. Por analogía a “vergüenza ajena”, hablaría de “malestar ajeno”. Estoy pensando en cuando escucho hablar “del niño que todos llevamos dentro”. Me parece evidente que lo llevamos y mientras escribo, añoro a aquella criatura de 11 años que era yo y soy consciente de que, almacenado en algún rincón dentro de mí, queda buena parte de todo aquello. Es cierto que la “selva asfáltica” cotidiana de la vida adulta, no siempre le pone fácil sacar la cabeza.
Esto cambia en determinadas circunstancias de la vida. En las últimas semanas tres personas muy apreciadas han pasado y están sufriendo graves problemas de salud. Una de ellas -que estuvo en situación crítica-, me confesó que había visto la muerte de cara y muy cerca. Su expresión, sus palabras, su sonrisa, la ternura que desprendía, dibujaban ese niño que todos llevamos dentro. Envejecido, diezmado por la enfermedad y, a pesar de haberse hecho fuerte en muchas experiencias difíciles, en ese preciso momento las había apartado y la bondad propia de los niños, se abría camino entre ciertas sombras de miedo. ¿Por qué tenemos que esperar a que nos pase algo gordo, para sacar lo mejor, más humano y más auténtico de nosotros mismos?
Hay personas que en su relación de ayuda, de amistad, de apoyo psicológico, de coaching, apelan al niño que muchas víctimas del materialismo, el consumismo y el individualismo, llevan dentro. Y entre los que exhortan a buscarlo, están los que ellos mismos han hecho el esfuerzo de buscarlo y han intentado vivir más de acuerdo con el mejor y más positivo de su espíritu infantil. También están los cínicos despiadados, o simplemente inconscientes, que utilizan estas técnicas para manipular a personas que se encuentran en situaciones difíciles y sacarles dinero u otros beneficios que les puedan interesar.
Con los niños podemos hablar de niño a niño. A veces puede sorprender cómo los niños, siendo aún muy niños, responden con la malicia de los adultos (¿el niño ya no está presente ni en los niños?). En ocasiones nos dirigimos a las personas mayores como si fueran niños pequeños, lo que a menudo les molesta, con razón. Cuesta más recuperar los valores positivos de la inocencia infantil en el diálogo con los adultos. Y es una lástima, porque la comunicación queda condicionada por capas y capas duras, y difíciles de atravesar y poder llegar a la esencia del interlocutor.
En este mundo globalizado, se ha globalizado también la indiferencia y la falta de compasión en el sentido más noble del término. Los mismos periodistas que denuncian cómo desde el mundo acomodado ignoramos, por ejemplo, el drama de los refugiados, no dudan en destrozar a personas y familias inocentes a base de deformar la realidad tendenciosamente sin contrastar la información o haciéndolo de forma cosmética para cubrir el expediente. Les resulta igual de indiferentes estos “refugiados” que no conocen y que conforman un magma informativo abstracto que, convenientemente manipulado, puede transformarse en un dardo dirigido contra quien sea, sin que en realidad la sensibilidad de quien lo dispara en relación al tema, sea superior que la que posee quien formalmente tiene la responsabilidad de hacer algo; les resulta igual de indiferentes, decía, estos “refugiados”, que los personajes de turno que han decidido descuartizar mediáticamente de los que, en realidad, en el fondo del fondo, poca cosa saben.
Hay una negación creciente de la primacía del ser humano.
Si un día, durante unas horas, políticos, financieros, empresarios, periodistas, personas con responsabilidades varias, indignados (con razón o sin ella) por los abusos reales o imaginarios de los poderosos que les han destrozado la vida… si durante unas horas las relaciones entre humanos se hicieran desde el niño que todo el mundo lleva dentro, creo que se recuperaría esta primacía del ser humano perdida. La compasión, el perdón y la justicia en el sentido más absoluto del término adquirirían un peso que cada día se echa más de menos.
Hay que purgar muchos pecados y hacer mucha penitencia. Pero hace falta también una amnistía real que mitigue el odio, el rencor, la envidia y la incapacidad de tratar a los humanos como humanos. Tener que encontrar confort en los recuerdos infantiles o en la inmensidad de las montañas solitarias, está bien, pero no es suficiente.