Mi último post, “El reto de llenar un papel en blanco, el placer de leer papeles escritos”, ha provocado que varias personas me comentaran que expresar sentimientos en público es exponerse demasiado. Me han calificado de “valiente” por hacerlo. Incluso alguien ha opinado que le parecía que el tema no era (refiriéndose a mí), “si eres valiente o no; eres atrevido”, sentenciaba.
La diferencia, para mí, es de matiz.
Ser valiente es una elección consciente de afrontar los propios límites. Un intento de superarse, de aprender. Atrevido, me aproxima a la idea de temerario, sin que coincida exactamente.
Alguien debe de estar pensando que tal vez convendría consultar el diccionario. Quizás…
Prescindiendo del diccionario -y con riesgo de emplear mal los términos-, creo que a lo largo de mi vida, más que valiente, he sido un poco temerario. Nunca he circulado deliberadamente por el carril contrario -en sentido literal-, pero muchas veces no he calculado bien los riesgos de determinadas actitudes valientes, o aparentemente valientes, y quizás sí que he sido temerario. Por lo tanto, sí que he acabado circulando -en sentido figurado, metafórico- por el carril contrario.
Ser valiente es una virtud, como lo es ser prudente. Ser temerario no es ninguna virtud, como no lo es la prudencia extrema. Esta última es cobardía. Recordemos lo que decíamos: “Que la prudencia no nos haga traidores”…
Pero insisto en que la finalidad que persigo no es semántica. El elemento central que me mueve a escribir, se deriva del hecho de que alguien me pueda considerar valiente por compartir algunos de mis sentimientos en un blog. Las personas que me han hecho este comentario, lo han hecho en tono elogioso, valorando mi supuesta valentía, de la que yo, en este caso concreto, no era consciente. Seguramente alguien habrá considerado que este supuesto comportamiento valiente, era imprudente o incluso temerario. Estos, no se han manifestado.
Retomando los sentimientos, dejo de lado los negativos. Tanto los que no requieren valentía para expresarse -no hace falta ser muy valiente para faltar el respeto a alguien cuando se está enfadado, por ejemplo- como los que no se concretan por falta de valor: “Lo mataría, pero no me atrevo”.
Me concentro, entonces, en los sentimientos positivos. Pienso que es bueno expresarlos y compartirlos. Seguro que lo que es importante es ponerlos en práctica (amar es más importante que decir que amas), pero me parece importante manifestarlos. ¿Cuántas veces nos ha sabido mal “tener vergüenza” de verbalizar nuestro amor a nuestros padres, hijos, amigos, pese a quererlos mucho?
El mundo es un gran teatro: el gran teatro del mundo. Y todos representamos uno o varios papeles a lo largo de nuestras vidas. Cuanto más nos alejamos de nosotros mismos, cuanto más nos identificamos con el personaje que representamos en un momento dado, más difícil es ser sincero y transmitir sinceramente los mejores sentimientos hacia los demás.
Confieso que, al contrario que el día en que escribí dicho post anterior, hoy me paro a reflexionar antes de escribir, de contar vivencias personales de estas que pueden llevar a alguien decir “¡qué valiente!” o… “¡qué imprudente!”, “¡qué temerario!” o incluso “¡qué ingenuo!”. Pero vaya, no creo que os hable de nada que no hayáis experimentado nunca de una manera u otra.
Ser buen estudiante te puede llevar a ambicionar una buena carrera profesional y si tienes dotes de liderazgo, a ejercerlas con mejor o peor fortuna para ti, y para los que te rodean. Ser un gran líder y una mejor persona no es fácil. Me atrevería a decir que no es lo más habitual. El liderazgo basado en valores humanos positivos, es un privilegio reservado a unos pocos. Aquellos que menos han confundido a la persona con el personaje. Aquellos que menos han perdido de vista que el ser humano es muy pequeño, “insignificante” en cierto sentido. Los que han sido capaces de no olvidar que “la gloria”, el placer, son efímeros, transitorios, espejismos que van y vienen. El amor no…
Tal vez alguien ya ha saltado de la silla al leer esto. ¿Decir esto es ser valiente? Quizás sí. Quizás no es fácil imaginar a un directivo de multinacional o a un presidente de Gobierno diciendo esto. Peor aún: quizás si lo dijera no resultaría creíble…
Mucha gente que hace años que me conoce, se da cuenta de que desde hace unos 10 años mi vida profesional ha cambiado. Muchos no entienden el cambio. Y muchos no lo entienden después de habérselo explicado de forma sencilla y repetida. ¿He conseguido lo que pretendía con este cambio? ¿He conseguido ser “más yo y menos actor”? Creo que en buena parte sí, del mismo modo que sé que me queda mucho para llegar -si es que consigo aproximarme- donde pretendía cuando abandoné ciertos caminos y ciertos despachos, para vivir y trabajar de una manera diferente.
Por tanto, es evidente que no me considero ejemplo de nada. Cada día me esfuerzo en intentar ser coherente con lo que decidí hace 10 años. Esto hace que, pese a que como decía el resultado sea variable, provoque un efecto espejo en personas que quizás querrían quitarse de encima el peso de llevar años representando una obra de teatro muy exigente que no satisface a la persona que se esconde detrás del personaje que representa. Hablo desde la experiencia que proporciona haberlo vivido.
Hace pocas semanas le tuve que recordar a un amigo que el hecho de que conciba el trabajo y la manera de trabajar de forma diferente a como lo había hecho siempre, no me priva de mi experiencia y que esta está al servicio de quien la quiera aprovechar. Es más, es una lástima que no se aproveche solo por el “cambio de formato” de mi vida laboral y un cierto cambio de actitud. Este amigo (que es uno al que le he explicado muchas veces qué hago, por qué lo hago así, y que tiene que ver con cómo concibo lo que significa vivir), me respondió: “La gente no sabe muy bien qué haces, tienen la impresión de que te has apartado de la circulación”. Está claro que siguiendo esta lógica, debería renunciar a intentar ser yo -¡ni os imagináis lo que me cuesta intentar aproximarme!- y recuperar a aquel personaje conocido y más fácil de describir. Creo sinceramente que ni yo ni nadie ganaría nada. Mucha gente que trabajó conmigo en muchos “grandes proyectos” han sido valientes -de verdad- y me han explicado lo duro y difícil que era muchas veces trabajar en aquellas condiciones en las que demasiado a menudo el objetivo -“el éxito”- pasaba por encima de las personas.
Ser un gran líder y querer y hacer el bien no es fácil. Aunque normalmente cuando hablamos de grandes liderazgos no pensamos -voy deliberadamente hacia un extremo- en personajes perfil Gandhi o Jesucristo, mi opinión es que es imposible ser, no ya un buen líder, sino simplemente una buena persona, sin ser valiente. Entendiendo por ser valiente identificar los miedos, las limitaciones, las dificultades, lo que de verdad pone a prueba nuestras capacidades, nuestros bloqueos emocionales y elegir de forma consciente luchar para superarlo o al menos mitigarlo. Los que aman de verdad, son valientes.
Si leéis mi currículum, probablemente como el vuestro, explica “qué he hecho” profesionalmente hablando. Pero no explica “quién soy”. Últimamente he visto algún currículum, en especial de gente joven, que hace alguna aproximación a la persona que presenta aquella hoja de servicio, de hitos académicos y profesionales alcanzados.
No debo ser el único que se ha dado cuenta de que en el fondo resulta más fácil de conseguir un gran éxito profesional que no superar confrontarse a las propias limitaciones como persona.
Llegado a este punto, siento la necesidad de recordar una obviedad: del mismo modo que hablar del bien no te hace bueno, hablar de valentía, no te hace valiente. Incluso me resisto a aceptar algo muy extendido y que confieso que cada vez que lo escucho me rebela. Me refiero a la idea de que “cuando eres consciente del problema o de la dificultad, ya tienes mucho ganado”. Supongo que la lentitud de los avances y la facilidad de retroceder en el esfuerzo personal para vencer a las propias limitaciones, acaba provocando aversión al estado de “conciencia permanente del problema”, pero con avances discretos.
Algunos de los lectores me habéis comentado que compartir los sentimientos en según qué ámbitos os hace sentir vulnerables. Es cierto. El tipo de vida que llevamos, el modelo de sociedad que vamos construyendo no lo hace fácil. No hace falta decir que parto del principio de respeto al sentido del pudor, que ciertamente puede valorarse con diferentes varas de medir…
Compartir con ustedes, como hice, recuerdos infantiles, o lo que significaron determinadas lecturas que me recomendaron durante la adolescencia en mi formación personal, o incluso las emociones vividas con mis hijos o provocadas en mis relaciones personales por hijos de otros, provocó identificación por parte de algunos lectores con emociones agradables vividas durante la infancia, la adolescencia o en otras etapas de sus vidas. Muy sinceramente, no tengo la sensación de ningún acto de valentía especial por compartir estos recuerdos, estas emociones. Del mismo modo me satisface y me anima a seguir escribiendo saber que este compartir ha podido hacer vibrar, ha provocado recuerdos agradables, ha hecho revivir sensaciones íntimas a algunos lectores.
El efecto que ha tenido en mí ha sido este, el de reflexionar a propósito del “ser o no ser valiente” y de manifestar mi sincera, sino extrañeza, sí desencanto renovado por constatar una vez más que estamos construyendo un mundo en el que hacer públicas -púdicamente- determinadas emociones, ¡constituya un acto de valentía! Nos han educado tanto en el juego de rol, la vida nos ha ido llevando tanto por el camino del hacer y del sobresalir haciendo, que el espacio para el ser, para tener la capacidad de dejar los papeles que nos han asignado en la obra del gran teatro del mundo, ha quedado muy reducido. Definitivamente, cada día es preciso ser más valiente para vivir y amar. Yo no me siento especialmente valiente. Lucho para serlo, eso sí…
Magnífic post Josep Maria!
Gràcies!
Soy una seguidora silenciosa, como la mayoría, pero al acabar de leer tus últimos dos post me ha surgido esta petición.
Admiro tu natural, y a la vez cultivada, capacidad para expresar tus opiniones y sentimientos de esta forma tan sincera, profunda y cautivadora para el lector.
Agradezco tu generosidad al compartir tu mundo interior a través de tu blog, porque siempre me hace reflexionar y, con frecuencia, encuentro algo que me inspira y me motiva para ser mejor persona.
Josep Maria, por favor, sigue leyendo papeles escritos y no dejes de superar el reto de llenar un papel en blanco….
Gràcies Fàtima! Ho intentarem! Fa temps que evito parlar de l'”exterior” i… només em queda l'”interior”. Seguiré, però hauré de”repartir joc” i opinar també sobre l’entorn, la societat, el món…
D’acord. També serà molt interessant!
Josep Maria,
Tot i no creure en la pornografia sentimental d’alguns mitjans o en la expressió urbi et orbe de les nostres emocions, si crec en la valentia de manifestar obertament com som i el que som, en paraula i obra. És un aspecte fonamental de l’honestedat envers un mateix i envers els altres que, acostuma a provocar una reacció de recíproca sinceritat en els que es relacionen amb nosaltres.
Gràcies pel comentari. Qualsevol fet, actitud, manifestació, que provoqui reacciones positives en el mostré món és un regal. Ens fan molta falta. Això al marge, és clar, que aquest post hagi pogut contribuir o no en aquest sentit.