“Estoy al lado de Leblon. Desde un gran ventanal veo las playas de Ipanema y Copacabana. Salgo a pasear. Hace calor y humedad. Acabo el paseo por estas playas de Leblon e Ipanema y paso por el Arpoador. Desde allí veo Copacabana. Ayer, unos niños de 12 o 13 años mataron a un turista portugués que tomaba el sol en Copacabana para robarle la alianza de oro…
Es domingo. La gente pasea, va en bici, patina, corre. En la playa cientos de personas juegan a vóley y futvóley. La gente lleva muy poca ropa y la poca que llevan es pequeña y ajustada.
En un “Kiosko” un grupo de samba anima la tarde. Llama la atención un negro caracterizado de “jefe de tribu”, armado incluso con una lanza, que baila con unos movimientos sensuales y extraordinariamente bellos. Todo el mundo baila. Todo el mundo bebe y baila: mayores, jóvenes y niños, hombres, mujeres… llevan el ritmo en el cuerpo. Y en el alma…
En el Arpoador la gente también baila y baila sin parar, mientras las parejas se aman entre las rocas. Subo hacia arriba. Todavía no son las 7, la noche va cayendo y fascinado por todo lo que veo, pienso y siento, estoy abstraído y ni tan siquiera recuerdo que pasear por esta zona de Río, en especial de noche, es peligroso.
Hay luna llena. Me subo a una roca y veo cómo abajo continúan bailando. A la derecha, en una pequeña cala dorada, una pareja de jóvenes están sentados en traje de baño y se quieren delicadamente… La noche es clara y el cielo estrellado. Las lucecitas de Copacabana se ven pequeñas pero brillantes. Siento la brisa del Atlántico en la cara y en los brazos. El mundo es grande. Las lógicas y los pueblos somos diferentes. Las personas no tanto… Pienso que soy afortunado.
Hace días que el trabajo me tiene dando vueltas por el mundo. Recuerdo a Mendoza a los pies de los Andes. La llegada al aeropuerto de “El Plumerillo”. La coincidencia perturbadora…
Recuerdo a Piriapolis en Uruguay. El ritual del “asado” en el jardín de la casa de Pablo. El vino “Castelpujol”, la puesta de sol que se va hacia Argentina, los Andes y el Pacífico… Me viene a la memoria la vuelta hacia Montevideo en una noche de otoño austral que más bien parecía primaveral. Cierro los ojos y asoma la imagen… Volvemos en un coche viejo, destartalado y descapotado y el aire es fresco, casi frío, pero la sensación agradable. En la radio tocan tangos y vuelve a salir el famoso debate sobre si Carlos Gardel era en realidad uruguayo… ¡Sonrío internamente recordando el mismo debate con amigos argentinos!
Mientras recuerdo todo esto, en tierra carioca ya es -aunque clara- negra noche. Veo las luces de los barcos que se encuentran frente a las montañas de Río y constato cómo la gente sigue llenando calles y playas.
Sigo solo. Pensando. En diálogo conmigo mismo. Descontento de algunas reacciones de la semana pasada… Siento que la incertidumbre invade muchas personas de mi entorno…
Esto no impide que me encuentre en uno de esos momentos, muy familiares, en los que constatas de forma liberadora que el mundo es muy grande. ¡Respiras hondo, miras alrededor y tomas conciencia tangible de que el mundo es inmenso! La distancia tiene estas cosas. Cuando era estudiante en Canadá, en mi despacho de la universidad (¡ya en los años 80, los estudiantes que trabajábamos en equipos de investigación teníamos despachos compartidos para dos!) había un mapa del mundo colgado en la pared. Aquel mundo que, sin Internet, Whatsapp, Skype… parecía aún más grande que el actual. A veces miraba a Cataluña y, evidentemente era una pequeñísima parte del mundo. Cercana, claro. Pero al mismo tiempo, entonces y allí, como ahora Río, lejana. Y pensaba: “¡Qué deben estar haciendo estos catalanes!”. Pienso en los amigos que, como yo, se hacen mayores. Muchos se cuestionan sobre sus situaciones personales y profesionales…
Definitivamente en Río ya es de noche. Vuelvo a estar resguardado pero se siente cómo la humedad entra por la ventana abierta, arrastrada por el viento que sopla.
Mañana viajo hacia Brasilia y pasado mañana, día de Sant Jordi, me voy a Sao Paulo. El próximo mes de mayo, como cada mes desde hace casi tres años volveré a viajar a algún lugar de América entre Canadá y el Cono Sur. No hay duda de que este grandísimo continente me ha marcado, me sigue marcando y me provoca una sensación genuina de libertad… “.
Esta nota que he colgado, escrita una tarde de 1997 en Río, hacía tiempo que no la releía. He dudado mucho antes de colgarla. Hay mucha gente que viaja por trabajo constantemente y experimenta todo tipo de sensaciones y situaciones interesantes, estresantes, atractivas, estimulantes, frustrantes…
Las playas de Río llenas de gente deben ser ruidosas. Seguro que más allá de la sublimación que me permitió que aquel ruido fuese un rumor agradable que no interrumpía la conexión conmigo mismo, en las favelas no tan lejanas pasaba de todo y mucha gente sufría y malvivía. Pero el recuerdo que tengo yo, viajero de paso que gozaba de unas horas de descanso, es de paz y autenticidad…
¡Quizás algún viajero accidental que está contemplando ahora mismo las columnas de la Sagrada Familia, o está sentado en un banco de Santa María del Mar, completamente ajeno a nuestro ruido encuentra un momento de paz y reconciliación con la humanidad!
Ho veus Josep Maria, ja en 1997 tenies ànima d’escriptor!
Escriure és vida!!! Compartir-ho un goig!