El post anterior, lo publiqué para dejar constancia escrita del más que merecido homenaje a Xavier Trias. Evidentemente acepté agradecido y complacido hacer la intervención sobre Xavier Trias en su despedida de la vida pública, por el cariño profundo y sincero que siento por él. Debo decir, sin embargo, que personalmente hace tiempo que he dado aquella etapa profesional compartida con él por cerrada. Siempre formará parte de mi pasado (la etapa), pero está muy lejos de mi presente. Lo que queda son las personas. Buenos amigos y personas queridas, como Xavier Trias, que afortunadamente forma parte -y espero que por muchos años- de mi presente. Desgraciadamente, ya no puedo decir lo mismo de otro gran amigo de aquella época, el Dr. Albert Oriol Bosch.
El azar quiso que el cierre de etapa que supone la retirada de la actividad política de Xavier Trias, coincidiera con la muerte de Albert. Su recuerdo formará siempre parte de mi presente, pero ya no podré disfrutar de él.
Y me encuentro con una situación comparable, en el sentido de que, sin ser lo que más me importa, serán inevitables algunas referencias profesionales, académicas, méritos y distinciones de lo que fue una destacada trayectoria profesional. Menos de las que tuve que exponer en el homenaje a Xavier Trias, dada la formalidad y las características del acto. Pero ciertamente, hoy, como me pasa con Xavier Trias, y de hecho con casi todo el mundo, me interesa más compartir aquello que hace que ciertas personas sean seres excepcionales. En este caso destacaré, aparte de la inteligencia privilegiada, la inmensa calidad humana de Albert Oriol, por encima de cualquier mérito profesional.
Es probable que si no se hubiera producido la triste desaparición definitiva de Albert Oriol, ahora mismo no estaría escribiendo este post. Pero siento la necesidad de decir que alrededor de la muerte de Albert, se juntan dos circunstancias -a riesgo, grave en este caso, de equivocarme- que me hacen vivir con mucha serenidad su muerte. En primer lugar, su manera de ser y en especial su sabiduría combinada con su pragmatismo. En segundo lugar, una sensación que dos amigos comunes de él y míos también comparten de que, entendámonos bien, y lo escribo con prudencia y entre comillas, en cierto modo “ya tenía suficiente”. Y este “tener suficiente” -siempre desde mi percepción potencialmente errónea- hay que entenderlo también desde la serenidad, la tranquilidad de espíritu que le caracterizaban, la conciencia de haber vivido una vida rica y plena, culminada con un rol admirable de cuidador durante los cinco o seis años que duró la enfermedad de su mujer, Àngels -también compañera de trabajo en aquella época-, hasta que se la llevó. La soledad sobrevenida -que a pesar de ser no deseada siempre me pareció que la llevaba bien- al tener que abandonar de forma tan inesperada como tuvo que iniciar el rol de cuidador, el tenerlo casi todo hecho, la tristeza que le provocaba la situación del país -dejó de escribir sobre el tema hace dos años-, el conservar plenamente las facultades mentales en un cuerpo que envejecía y que le sirvió -mente y cuerpo- para practicar una de sus pasiones, el rugby. En fin… Yo creo que la combinación de una personalidad excepcional, de dicha sabiduría y de tantas cosas hechas, le permitieron irse de forma serena y tranquila. Esto no evita la tristeza que sentimos sus amigos y por supuesto sus familiares y en especial sus hijos. Pero consuela.
En el año 2009 cuando, después de meses de presión, acabé aceptando escribir el libro “La Sanidad catalana desde otra perspectiva: la salud y la felicidad de las personas”, no fue por casualidad que le pedí a Albert Oriol que hiciera el prólogo del libro, petición que atendió amablemente. Tampoco es casual que la dedicatoria fuera fruto de mis sentimientos, más que de ningún criterio técnico o profesional. Decía así:
“A los doctores Josep Capdevila, Juanjo Avendaño y Albert Oriol, tres médicos sabios.
Al doctor Xavier Trias, mi mentor desde los años ochenta.
A mis hijos Pau y Oriol y a toda mi familia”.
Ha habido y hay muchos médicos sabios, pero los tres que menciono son los que he tenido más cerca de forma más o menos frecuente. Xavier Trias, sin duda, marcó cómo sería mi vida -¡de no habérmelo cruzado en un momento determinado “por azar”, tal vez estaría a punto de jubilarme como médico clínico o ves a saber qué! – y, por supuesto, nada tan importante como mis queridos hijos y mi familia.
A Albert Oriol lo conocí en 1984. Yo tenía 26 años y él 50. Por aquel entonces, conocía más su currículum que la persona. Sin pretender ser preciso, como he comentado, me tengo que referir a que terminó la carrera de Medicina a los 21 años, hizo el doctorado en la UB y el postdoc en la Universidad de Hamburgo, en la de UTAH en Salt Lake City y en la Worcester Foundation for Experimental Biology en Massachusetts, donde trabajó con el Dr. Gregory Pincus, el padre de la píldora anticonceptiva.
A los 37 años fue catedrático de Endocrinología Experimental de la Facultad de Medicina de la Complutense de Madrid, de la que acabaría siendo decano. Antes fue jefe de estudios de la nueva Facultad de Medicina de la UAB -“la mía” -, el año de su creación, en 1968.
En 1982 llegó al Departamento de Sanidad y Seguridad Social de la Generalitat como director general de Ordenación y Planificación Sanitaria (DGOPS) y con posterioridad dirigió el Instituto de Estudios de la Salud (IES), convertido en un referente internacional en Medical education y en el conocimiento de la profesión médica y el profesionalismo. Presidió la Association of Medical Deans in Europe (AMDE) y la Association of Medical Education in Europe (AMEE). Fue fundador, patrón y presidente de honor de la Fundación Educación Médica (FEM). Personalmente, lo tuve como referente indiscutible en materia de governance de las instituciones sanitarias, y sus consejos me fueron de gran ayuda durante la época en la que presidí el Parque de Salud Mar de Barcelona. Albert fue todo esto -perdón si hay alguna imprecisión- y muchas cosas más. Y sobre todo fue un hombre humilde que nunca presumió de ningún cargo, posición, honor o distinción.
Su hijo mayor, Albert Jr., explicaba en el acto de despedida, que cuando en 2014 entró, como académico de honor, en la Real Academia de Medicina de Cataluña -al igual que hizo cuando la Fundación Avedis Donabedian le nombró “Homenot de la Sanidad Catalana”-, tanto él como su hermano, se enteraron “muy tarde, no sea que nos diera mal ejemplo, o que se nos ocurriera subir al avión para venir a homenajearlo y dejáramos nuestras obligaciones”. Albert Jr. vive en Estados Unidos y su hermano Pepo se mueve entre Londres y el continente africano.
Con los años, lo de menos fue su currículum y lo de más la persona. Discreto como era y poco dado a hablar de sí mismo, de vez en cuando me hablaba de sus hijos y de sus nietos, que vivían en el extranjero y sin él saberlo, en este aspecto me ayudó mucho. Durante un tiempo, mis dos hijos vivían también en el extranjero. El mayor aún ahora vive en Chile, su hermano ha vuelto a Barcelona. Y a mí, durante un tiempo, me costó mucho adaptarme a esta situación. Rápidamente me di cuenta de que Albert, a pesar del divorcio de la madre de sus hijos primero -en el sentido de la repercusión que puede tener en la relación con los hijos- y la distancia geográfica que le separaba de ellos después, incidió mucho y muy positivamente en la educación y la orientación vital de ambos. Una vez le puse sobre la mesa mi preocupación en este sentido, de quizás “no haber hecho lo suficiente”, y sus palabras, con aquella voz característica suya -no sé si por haber fumado mucho o por otras razones- me tranquilizaron. Nunca olvidaré aquel “Josep Ma, ¿por qué te castigas tanto? Hacen su vida y están bien, ¿no? No te preocupes, son mayores…”, que me dirigió cariñosamente y con esa mirada tranquila que expresaba tanta bondad.
Escuchando a Albert Jr. y a Pepo Oriol hablar de su padre, en el acto de despedida, me vino a la cabeza el recuerdo de aquella conversación al constatar -yo no había visto nunca antes a sus hijos- cómo de positivamente les había marcado su padre y cuánto le querían.
Tampoco olvidaré cómo poco tiempo después de la muerte de Àngels me explicó cómo la vida le había llevado a convertirse en un cuidador durante la larga y triste enfermedad que sufrió su pareja. Un gran cuidador, añado yo, y no necesariamente solo en la etapa de final de vida. Albert cuidaba a mucha, mucha gente, de forma discreta y desinteresada.
Un hombre bueno, discreto, humilde, sencillo, entregado sin hacerse notar a los que quería, poniéndose siempre el último de la fila para dejar paso a tantos y tantos otros. Un hombre sabio de verdad.
Creo poder decir que tuve la suerte de ver cómo el paso de los años incrementaban su sabiduría, haciendo evidente una calidad humana cada vez más extraordinaria y ponían de manifiesto una humildad sanamente envidiable y una generosidad desbordante. Junto a él aprendías lo que no se enseña en escuelas y universidades. Ni en el mundo laboral. Fue una suerte trabajar junto a Albert en la Generalitat y le tengo que agradecer la paciencia que tuvo con aquel joven que era yo que, entonces, se quería -me quería- comer el mundo y, como ya he dicho en más de una ocasión, se me “indigestó”. Pero lo mejor me lo ofreció de forma desinteresada y cariñosa fuera del ámbito laboral.
En el prólogo que aceptó hacer del libro mencionado antes, recordaba con mucho cariño lo “pesado” que podía llegar a ser yo de joven -¡y quizás aún ahora!- Después de algunos elogios, no dejaba de hacer la correspondiente crítica constructiva. Eso sí, siempre era constructiva la crítica de Albert. Decía en el prólogo de mi libro:
“(…) el autor es un buen amigo (…) un personaje aún joven y poliédrico. Hace casi treinta años que me crucé con él. Entonces sí que era muy joven, pero ya con un espíritu crítico muy marcado, emprendedor, y casi me atrevería a decir que impertinente. (…). Sus posicionamientos (los míos) podían, con mucha frecuencia dejar descolocado al interlocutor (…). Para muchos de nosotros, podía parecer que era un pesado, cosa que, de manera creciente con el paso de los años, supo hacerse perdonar. Al menos por parte de quienes tenían las mentes más abiertas”. Caso evidentemente de Albert. Así era él, claro y directo, constructivo y cariñoso. ¡Gracias, querido amigo Albert!
Como decía, el tesoro que llevaba en su interior Albert, lo descubrí avanzada mi etapa en el Departamento de Sanidad. Las largas y productivas conversaciones mantenidas con él no me las quitará nadie. Ahora siento que fue una lástima que no se produjeran con más frecuencia. Mea culpa, porque su disponibilidad era una característica de su generosidad, altruismo y estima hacia los que le rodeábamos. Y no será porque nuestra común amiga Helena Ris no se esforzara en que nos viéramos más a menudo: “Qué lástima, Helena, que aquella comida que teníamos pendiente con Albert, ya no la podremos hacer…”.
Siempre me he esforzado por ser creyente. Sí, sé que si ahora te tuviera delante sonreirías respetuosa, pero indulgentemente. Ahora me esforzaré todavía más, a ver si así nos encontramos un día más allá del tiempo y del espacio. ¡Un abrazo, querido amigo! ¡Últimamente te veía cansado, ahora al menos descansas en paz y con un poco de suerte en Paz!
Amic Josep Maria, m’ha agradat molt aquest blog.
Segurament la tristor és la que em fa dir que la vellesa deu ser això de que cada vegada tenim més gent per enyorar i menys gent per xerrar.
Moltes gràcies Helena! A l’Albert el trobarem a faltar molt. No saps quin greu em sap el dinar que quedarà per sempre pendent amb ell i tu!
Els que quedem, hem de fer pinya!
Abraçada forta!
Apreciado Josep Maria,es su una suerte haber compartido contigo la amistad con el entrañable Albert. Una abraçada
Igualment Juanjo¡ A l’Albert l’estimàvem molt. Amicper a mi tan entranyable com tu. Gràcies¡