Así terminaba no hace mucho un artículo en el periódico, con motivo de su jubilación como notario, el apreciado Juan José López Burniol, compañero en el Consejo Rector del Parc de Salut MAR.
Tiene razón, en este mundo estamos de paso. Este pensamiento me acaece, precisamente, sentado en el despacho que me asignaron en el Hospital del Mar hace poco más de 4 años. No sé quién ni cuándo decidió arreglar este magnífico despacho.
La vista es maravillosa. El día claro. Es primavera. Una primavera que responde bastante a la variabilidad climática esperada. Durante el día ha hecho mucho sol y diría que desde la silla del despacho, mi mirada perdida alcanza… ¿Mataró? ¿Puede ser? ¿Quizás es El Masnou? No sé…
Definitivamente Juanjo tiene razón: pasamos. Pasamos por la vida, por la familia, por la escuela, por la universidad, por diferentes círculos de amigos, por puestos de trabajo, por casas, por países, por parejas… Y todo pasa. Lo mejor y lo peor. Todo se acaba y vamos pasando sin saber hasta cuándo seguiremos pasando o dejaremos de hacerlo para pasar a lo que denominan “mejor vida”… Pienso en todos los lugares por los que he llegado a pasar y me desconcierto un poco.
Mientras miro el mar azul y encrespado, de repente asoma un recuerdo que me traslada de la primavera al otoño. Al otoño de 1999. Concretamente, al lunes 14 de noviembre de 1999. Como casi cada lunes, 8 o 9 personas muy concretas nos reuníamos hacía las 19h en una pequeña sala del Palau de la Generalitat y, cuando salí, sentí que de nuevo, un fin de etapa estaba próximo, y que… ¡pasamos! Y sin desvelar ningún secreto oficial, contaré cosas de ese día… Cosas pasadas expresadas en tiempo presente, en el tiempo que fueron escritas.
“Atardece. Estoy cansado. La jornada ha terminado. Paso por el despacho a recoger las cosas y miro por la ventana que da a la calle del Bisbe. Ha parado de llover. Me pongo la americana y la gabardina, bajo las escaleras del Palau y salgo a la plaza de Sant Jaume. Por un momento dudo sobre qué dirección tomar. Empiezo a caminar ¿Voy a cenar? No lo sé. No tengo ni idea. El suelo está mojado. Me veo reflejado en el cristal de un escaparate. Estoy más delgado. Me acerco sin pensar que alguien me puede estar observando y, como si fuera un espejo, me aproximo para mirarme los ojos. Denotan cansancio. Un cansancio melancólico, que viene de lejos. Ojos cansados y melancólicos, sí. Pero brillantes. Me siento vivo… Es un sentirse vivo diferente de aquel del día de San Juan de 1969, o de un día de mediados de diciembre de 1976 o del 13 de diciembre de 1987 en Montreal, o…
Paseo sin rumbo ni objetivo preciso. Si voy a casa escucharé jazz. El día es gris y fresco, escuchar jazz meloso sentado en el orejero del “corner”… No sé… Sigo caminando, llego cerca del puerto y siento la humedad. Pienso en otras caminatas solitarias por Westmount, por Georgetown, por Sausalito, por Venice, por Carmel, por la orilla del Mississippi, por Ciudad Juárez, por Albuquerque, por el Soho, por DF, por Caracas, por Carrasco, por Valdivia, por… pero no. Ahora camino solo por Barcelona. No tengo ya ese sentimiento de adolescente capaz de “comerse el mundo”. ¡Lo había tenido antes de que el mundo me demostrara que podía resultar, según cómo, indigesto. Recuerdo, de forma precisa, un día gris y tremendamente brumoso del mes de diciembre de 1976 en el Campus de Bellaterra, como uno de esos momentos de “loca juventud” en los que parece que te lo comerás, el mundo! Está claro que no, pero me siento vivo, muy vivo e intuyo que me quedan muchas cosas por hacer, por pasar. ¡Pasamos!
Despeinado y con la corbata en el bolsillo, le cojo el gusto a sentirme displicente mientras veo desde hace rato, que la estatua de Colón se aproxima. Hay gente que tiene cara de tener miedo a la libertad. Yo no la quisiera perder. De momento este mundo de las instituciones políticas -en el que, aunque nadie me crea ni nunca lo haga, siempre me he sentido extraño- no siento que me la haya hecho perder. Por eso, no acabo de convencer a muchos de este gremio que me resulta familiar, pero ajeno; no soy lo suficientemente obediente ni disciplinado (¡la maldita disciplina de partido donde siempre unos pocos quieren pensar por todos! ¡Qué comedia!). ¡Más de una vez no me he podido aguantar la risa en el Parlament viendo a los jefes de fila gesticulando con los dedos para indicar al respectivo rebaño qué debían votar!
Deambulo abstraído, como flotando. Parece como si el tiempo se hubiera detenido. Cuanto más camino, más relajado y descansado me siento. Los ojos los tengo clavados en la estatua de Colón y pienso que me gustaría poder transmitir a alguien lo que estoy sintiendo. ¡Me siento madura y serenamente feliz!
Pienso en una persona que me hablaba de cómo una mirada, unas palabras, cierto ambiente, una silueta, un perfume, un pedazo de cielo azul, la luna llena o la sonrisa de un extraño le hacían muy feliz.
¡Mis ojos cansados no son aquellos de hace 20 años, pero sí que brillan, sí! Aún expresan todas mis ilusiones, que son muchas.
Todos los caminos conducen al orejero del “corner” de la sala de estar de casa, donde finalizado el paseo, escucho el piano de Tete Montoliu. Unos productos caribeños, tabaco cubano y ron nicaragüense, junto con la música me transportan al festival de jazz de Newport, en 1987. Veo aquel batería afroamericano tocando en uno de los múltiples locales donde hay música en vivo, levantándose de la silla y transformando, a base de tocar por todas partes con los mismos palos con los que tocaba tambores y platillos, todo lo que se encontraba en el Main Street, hasta transformarlo en un gigantesco y original instrumento de percusión… ¿Dónde debe estar aquel buen hombre? Ha pasado o quizás “ha traspasado”, a saber…
– Ei… Perdona…
– ¿Me hablas a mí?
– Mmmm… Sí. Entiendo… No sabes qué decirme, claro… de hecho yo tampoco lo sé muy bien.
– Oye, si quieres paseamos y quizás ya nos saldrá decirnos alguna cosa… Tampoco hace falta decir nada ¿no?
– Tal vez no… Pero… Una cosa, eso de pasear por la libertad, ¿no te da miedo? No sé por qué hablo. No es necesario decir nada, no… Pero se nos permite sentir, creo… ¿Tú qué opinas ?
Pasamos mientras paseamos, pasamos y no hablamos, sentimos, nos miramos, sonreímos y… vamos pasando. Pasamos.
– Quizá es tarde, ¿no?
– ¿Tarde dices? Ah… quizás sí. Depende…
– Es tardísimo y hemos caminado mucho. Te deben doler los pies…
-No, no, estoy muy bien… No les pasa nada a mis pies.
– Lo siento. Yo… yo no quería hacerte caminar tanto… yo… Yo tengo una llaga en el duodeno y tengo que ir a comprar unas pastillas. Pero ahora… no sé si encontraré un CVS o un drugstore de esos… Además, mi amante quizá se pondría celosa y, por otra parte, mi hijo, que está en New York, debe de estar a punto de llegar y hace tiempo que no lo veo y…
– ¿No quieres caminar más conmigo?
– Sí, sí… pero ahora…Tenías que llevar tu perro al veterinario, ¿no?
– Sí, pero el veterinario ha tenido que ir al médico y…
-Bueno, ya encontrarás otro, ¿no? Ha sido un placer, de verdad… Ahora voy a seguir caminando solo, ¿vale?
En la sala de estar de casa, Tete Montoliu sigue tocando el piano. Pienso que es ciego. ¡Yo también en cierta manera!
Cierro los ojos y completo mentalmente la conversación inacabada en Newport. Todo aquello, como todo, ha pasado.
La sala de estar de casa está plena de silencio y la luz tenue del extremo opuesto al “corner” me incomoda. Noto cierto regusto a nicotina y el ron me ha producido dolor de cabeza. Voy a hacer pipí y el espejo me muestra unos ojos que ya no brillan tanto. La noche también ha pasado. Son las tres y media y me voy a dormir…”.
Bien, han pasado 16 años y me dispongo a abandonar el despacho que temporalmente ocupo en el Hospital del Mar. Voy hacia el ascensor que no suele ser rápido y, mientras espero, contemplo a través del ventanal la playa de la Barceloneta con el hotel Vela al fondo, y no me canso de mirar esta magnífica vista que, cuando pase esta etapa, no veré muy a menudo…
Cuando llego abajo, salgo a la calle, al Paseo Marítimo. Me pasa como hace 16 años en otoño, dudo por un momento sobre qué dirección tomar. Empiezo a caminar. ¿Voy a cenar? No lo sé. No tengo ni idea. La gente pasea arriba y abajo, va en bici, skates, patines y se desplaza en todo tipo de artilugios. Los turistas disfrutan como yo mismo del encanto de esta maravillosa zona de Barcelona. Todo pasa… ¡Pasamos!
Ostres! molt suggerent, ben escrita i agradable reflexió. No l’havia llegit i se’m fa estrany llegir-te sense que parlis (parlem) de la gestió, la sanitat, les normes SEC ( ai ecs!)…
Per a quan la novel·la ?
Moltes gràcies Helena. De fet fa 4 o 5 posts (alguns posteriors al que comentes i altres anteriors) en els que no parlo de sanitat. Només m’ha faltat veure que el fanatisme ideològic (papanatisme demagògic) porta a passar-se pel clatell l’evidència científica per divulgar missatges atemptatatoris contra la salut pública com les bestieses formulades al voltant de la vacuna de la diftèria. Aquest són els mesies que ens salvaràn de les privatitzacions que només existeixen en les seves ments obtuses!!! La demagògia contra les vacunes és a la diftèria el que la defensa del model ICS és a titllar els consorcis de privatització. La ideologia visceral, ignora les dades objectives proporcionades per la Central de Resultats o IASIST. Amb aquests micro cervells de moment ja hem aconseguit que el primer cas de diftèria en 30 anys al nord de l’Àfrica tinguem l’honor de tenir-lo a Catalunya. Quina colla de brètols !!!! I que perillosos per la comunitat!!!